8/05/2016, 08:31
El escualo esperó en su mesa durante aproximadamente quince minutos hasta que finalmente decidió tomar asiento, distraído con la calle principal por la que transitaban un conglomerado importante de gente. Sin embargo, rápidamente puso su atención en algo mucho más delicioso y eso eran las cinco empanadas de carne que uno de los nietos de la viejita le llevó hasta su mesa. Era un plato amplio, plano y con servilletas a lo largo y ancho del mismo para secar la grasa de las empanadas, que además de crujientes, lucían condenadamente calientes.
—Que disfrute su comida —espetó el muchacho, educado—. mi nombre es Yasutora y si necesita algo sólo llámeme, ¿está bien? —Kaido asintió con desinterés y movió la mano para que el muchacho regresara a sus asuntos, parecía estar muy ocupado enfriando un poco la primera empanada como para malgastar su aliento en responder verbalmente.
Yasutora era un joven de unos dieciocho años de edad, con cuerpo largiducho aunque un poco regordete en el abdomen. Llevaba toda su vida trabajando en el local de su abuela Yinamori, mujer que se había dedicado a cuidar de ellos durante toda su infancia ante la inminente ausencia de sus padres. Eran tres hermanos, pero él era el mayor; y quien ayudaba a la vieja diariamente en el humilde local que atendían. Por tanto, conocía cada rostro que visitaba usualmente el local y podía diferenciar —más aún, tras las numerosas visitas de extranjeros a su ciudad— quién era un cliente habitual de su puesto de comida y quién no.
Por qué era tan bueno con los rostros, nadie lo sabe. Pero fue su buena retentiva lo que le permitió saber quién era esa delicada niña a la que su abuela Yinamori estaba atendiendo. Se trataba de Ayame, nada más y nada menos; que la finalista del gran Torneo de los Dojos.
El muchacho sonrió eufórico y se acercó a los linderos de la barra para unirse a su abuela. Miró por encima e intentó llamar la atención de la nueva y más reciente clienta, además de famosa, claro.
—¡Señorita Ayame, sea usted bienvenida! —Kaido tuvo que voltear inmediatamente, con media boca llena, al escuchar el nombre de su compañera—. es un honor que la gran finalista de Torneo se encuentre en nuestro local, ¡en serio!
La abuela, sorprendida; volvió a mirar a Ayame tras emplatar la empanadilla que había pedido. Le extendió el plato hacia las manos y le sonrió—. —En ese caso, la comida va por cortesía de la casa, mi niña. Disfrútalo.
...
«Pero...»
Kaido frunció el ceño, ofuscado. No le hacía gracia que ella tuviera trato preferencial, no señor —Claro, a la niña mimada del torneo le dais comida gratis y al fenómeno azulado no, ¿verdad?... que injusticia—el nieto y su abuela, incrédulos, se vieron entre sí sin saber que decir. Y Kaido, a pesar de su enojo, parecía tranquilo—. al menos comparte la mesa con tu compañero de aldea, a ver si así te robo un poco de fama, venga.
—Que disfrute su comida —espetó el muchacho, educado—. mi nombre es Yasutora y si necesita algo sólo llámeme, ¿está bien? —Kaido asintió con desinterés y movió la mano para que el muchacho regresara a sus asuntos, parecía estar muy ocupado enfriando un poco la primera empanada como para malgastar su aliento en responder verbalmente.
Yasutora era un joven de unos dieciocho años de edad, con cuerpo largiducho aunque un poco regordete en el abdomen. Llevaba toda su vida trabajando en el local de su abuela Yinamori, mujer que se había dedicado a cuidar de ellos durante toda su infancia ante la inminente ausencia de sus padres. Eran tres hermanos, pero él era el mayor; y quien ayudaba a la vieja diariamente en el humilde local que atendían. Por tanto, conocía cada rostro que visitaba usualmente el local y podía diferenciar —más aún, tras las numerosas visitas de extranjeros a su ciudad— quién era un cliente habitual de su puesto de comida y quién no.
Por qué era tan bueno con los rostros, nadie lo sabe. Pero fue su buena retentiva lo que le permitió saber quién era esa delicada niña a la que su abuela Yinamori estaba atendiendo. Se trataba de Ayame, nada más y nada menos; que la finalista del gran Torneo de los Dojos.
El muchacho sonrió eufórico y se acercó a los linderos de la barra para unirse a su abuela. Miró por encima e intentó llamar la atención de la nueva y más reciente clienta, además de famosa, claro.
—¡Señorita Ayame, sea usted bienvenida! —Kaido tuvo que voltear inmediatamente, con media boca llena, al escuchar el nombre de su compañera—. es un honor que la gran finalista de Torneo se encuentre en nuestro local, ¡en serio!
La abuela, sorprendida; volvió a mirar a Ayame tras emplatar la empanadilla que había pedido. Le extendió el plato hacia las manos y le sonrió—. —En ese caso, la comida va por cortesía de la casa, mi niña. Disfrútalo.
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«Pero...»
Kaido frunció el ceño, ofuscado. No le hacía gracia que ella tuviera trato preferencial, no señor —Claro, a la niña mimada del torneo le dais comida gratis y al fenómeno azulado no, ¿verdad?... que injusticia—el nieto y su abuela, incrédulos, se vieron entre sí sin saber que decir. Y Kaido, a pesar de su enojo, parecía tranquilo—. al menos comparte la mesa con tu compañero de aldea, a ver si así te robo un poco de fama, venga.