24/05/2016, 22:40
—Y a mi verte en la final, pero así es la vida: siempre sorprendiéndonos —le respondió, pero aunque adornó sus palabras con una de sus afiladas sonrisas, le réplica había sido como un golpe certero para Ayame, a quien se le congeló el gesto y terminó por hundir la mirada en sus empanadillas de atún.
—Lo sé... —contestó, sin embargo. No podía quitarle la razón a su compañero de aldea, la verdad. Ni ella misma sabía aún cómo es que alguien como ella había llegado a la final de un torneo como aquel, en el que participaban las tres aldeas más grandes de Onindo. Debía de haber sido una mezcla de suerte y su determinación a cumplir la promesa que le había hecho a Daruu, desde luego. No podía explicarse de otro modo.
—Pero está bien, al fin y al cabo, me basta con que uno de los nuestros se lleve el trofeo a casa. Al menos podré echarle en cara a los idiotas egocéntricos del remolino que mi aldea ha ganado el puto torneo. Y a los de la cascada, no importa ya... que ya han hecho el ridículo sin ayuda de nadie.
Ayame torció el gesto ligeramente. Estaba comenzando a sentir una desagradable presión sobre los hombros. Todo el mundo parecía dispuesto a depositar una responsabilidad demasiado pesada sobre ella.
—Así que por Ame no Kami, ni se te ocurra perder. Lo tienes demasiado fácil, teniendo en cuenta a quién te espera en la ronda final.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de la muchacha. Allí estaba de nuevo. Una nueva súplica de que ganara aquella competición. ¡Maldita sea, si ni siquiera sabía cómo demonios había llegado hasta allí! Bastante tenía con cargar con la promesa de Daruu para que se sumaran otras...
—Lo... lo intentaré —respondió, removiéndose ligeramente en su asiento—. Pero no creo que mi oponente sea precisamente fácil, si ha conseguido llegar hasta la final como yo.
Con una temblorosa mano, se llevó una empanadilla a la boca. Se le había quitado el hambre, realmente, pero de alguna manera tenía que disimular para que no se notara aún más su vacilación al pensar en el último combate que se le echaba encima.
—Lo sé... —contestó, sin embargo. No podía quitarle la razón a su compañero de aldea, la verdad. Ni ella misma sabía aún cómo es que alguien como ella había llegado a la final de un torneo como aquel, en el que participaban las tres aldeas más grandes de Onindo. Debía de haber sido una mezcla de suerte y su determinación a cumplir la promesa que le había hecho a Daruu, desde luego. No podía explicarse de otro modo.
—Pero está bien, al fin y al cabo, me basta con que uno de los nuestros se lleve el trofeo a casa. Al menos podré echarle en cara a los idiotas egocéntricos del remolino que mi aldea ha ganado el puto torneo. Y a los de la cascada, no importa ya... que ya han hecho el ridículo sin ayuda de nadie.
Ayame torció el gesto ligeramente. Estaba comenzando a sentir una desagradable presión sobre los hombros. Todo el mundo parecía dispuesto a depositar una responsabilidad demasiado pesada sobre ella.
—Así que por Ame no Kami, ni se te ocurra perder. Lo tienes demasiado fácil, teniendo en cuenta a quién te espera en la ronda final.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de la muchacha. Allí estaba de nuevo. Una nueva súplica de que ganara aquella competición. ¡Maldita sea, si ni siquiera sabía cómo demonios había llegado hasta allí! Bastante tenía con cargar con la promesa de Daruu para que se sumaran otras...
—Lo... lo intentaré —respondió, removiéndose ligeramente en su asiento—. Pero no creo que mi oponente sea precisamente fácil, si ha conseguido llegar hasta la final como yo.
Con una temblorosa mano, se llevó una empanadilla a la boca. Se le había quitado el hambre, realmente, pero de alguna manera tenía que disimular para que no se notara aún más su vacilación al pensar en el último combate que se le echaba encima.