1/06/2016, 21:21
El lirio de Amegakure, tan frágil como su semblante la delataba; pareció dejar salir un poco de esa fuerza interna que de seguro aparecía tan sólo en contadas ocasiones. Con un simple gesto y unas cuantas palabras bien elegidas le dio a entender al tiburón que su objetivo no era ser tratada como alguien singular, diferente y especial; aunque no por ello dejaba de tener las ganas y la ilusión de ganar el torneo. No obstante, alegó que no era para su propio regocijo sino para el de alguien más, al que le prometió, según sus palabras, que saldría victoriosa.
Kaido conocía de esas promesas. Las había hecho y se las habían hecho también. Aunque en su caso no dejaba de cumplir y a él no le cumplía nadie. Era lo que tenía ser una simple herramienta, después de todo.
Ante la respuesta de Ayame, Kaido no pudo hacer más que sonreír. Sonreír y morder su empanada, sin deseos de replicar nada. Ya le había quedado bien claro que ella no era del tipo de personas dominadas por el ego y el beneficio propio. Una postura equívoca, pensaría el tiburón, más aún teniendo en cuenta en el mundo tan cruel y egoísta como en el que vivían ambos dos.
Y ese mismo egoísmo se vio reflejado en la siguiente interrogante de su interlocutora, quien tirando del primer encuentro entre ambos, sacó a relucir una incógnita que seguramente habría rondado su cabeza durante aquella lejana ocasión. Porque Kaido fue abordado repentinamente por una serie de personas que lejos de dar buena espina, parecían haber estado allí para cobrar una venganza o algo por el estilo. Kaido recordó pues ese momento en el que sintió, quizás por primera vez, el verdadero miedo de quien teme por su vida. Y sabiendo como es él, no es algo que suceda con demasiada asiduidad, desde luego.
Su rostro se empalideció un poco, tal y como le había sucedido en aquella ocasión. Su piel ya no era tan azul y su semblante tan dominante. Estaba claro que ese momento no le traía buenas sensaciones.
Pero tan típico de él, y ya lejos de ese peligro; decidió darle vuelta al asunto y hacer mofa de ello. Y lo haría encorvando los hombros y acercándose misteriosamente a los cercanos linderos de Ayame, reduciendo el volumen de su voz y hablando pausadamente.
—Pues, verás... esos hombres son parte de una organización que vive tras las sombras reuniendo armas humanas para librar una guerra futura como nadie nunca haya visto. Nos controlan, entrenan e invocan para usarnos en cualquier momento. Yo, como podrás imaginar, soy una de esas armas...
Era curioso. Aunque se trataba de una broma, lo cierto es que su explicación no estaba tan alejada de la realidad realmente. Sí que era un arma y si que era controlado por un grupo de personas pertenecientes a su clan. Aunque lo de las guerras futuras era sólo para adornar el cuento.
—Esto es un secreto capital que no puedes revelar a nadie, ¿entiendes?... si alguien se llega a enterar que te lo he contado. Bueno, creo que puedes imaginar qué va a pasar.
Su dedo índice se deslizó por su azulado cuello y simuló cortarse la garganta. Abrió los ojos de par en par y puso una cara de terror místico que asustaría a cualquiera. Y claro, los dientes ayudarían un poco.
Kaido conocía de esas promesas. Las había hecho y se las habían hecho también. Aunque en su caso no dejaba de cumplir y a él no le cumplía nadie. Era lo que tenía ser una simple herramienta, después de todo.
Ante la respuesta de Ayame, Kaido no pudo hacer más que sonreír. Sonreír y morder su empanada, sin deseos de replicar nada. Ya le había quedado bien claro que ella no era del tipo de personas dominadas por el ego y el beneficio propio. Una postura equívoca, pensaría el tiburón, más aún teniendo en cuenta en el mundo tan cruel y egoísta como en el que vivían ambos dos.
Y ese mismo egoísmo se vio reflejado en la siguiente interrogante de su interlocutora, quien tirando del primer encuentro entre ambos, sacó a relucir una incógnita que seguramente habría rondado su cabeza durante aquella lejana ocasión. Porque Kaido fue abordado repentinamente por una serie de personas que lejos de dar buena espina, parecían haber estado allí para cobrar una venganza o algo por el estilo. Kaido recordó pues ese momento en el que sintió, quizás por primera vez, el verdadero miedo de quien teme por su vida. Y sabiendo como es él, no es algo que suceda con demasiada asiduidad, desde luego.
Su rostro se empalideció un poco, tal y como le había sucedido en aquella ocasión. Su piel ya no era tan azul y su semblante tan dominante. Estaba claro que ese momento no le traía buenas sensaciones.
Pero tan típico de él, y ya lejos de ese peligro; decidió darle vuelta al asunto y hacer mofa de ello. Y lo haría encorvando los hombros y acercándose misteriosamente a los cercanos linderos de Ayame, reduciendo el volumen de su voz y hablando pausadamente.
—Pues, verás... esos hombres son parte de una organización que vive tras las sombras reuniendo armas humanas para librar una guerra futura como nadie nunca haya visto. Nos controlan, entrenan e invocan para usarnos en cualquier momento. Yo, como podrás imaginar, soy una de esas armas...
Era curioso. Aunque se trataba de una broma, lo cierto es que su explicación no estaba tan alejada de la realidad realmente. Sí que era un arma y si que era controlado por un grupo de personas pertenecientes a su clan. Aunque lo de las guerras futuras era sólo para adornar el cuento.
—Esto es un secreto capital que no puedes revelar a nadie, ¿entiendes?... si alguien se llega a enterar que te lo he contado. Bueno, creo que puedes imaginar qué va a pasar.
Su dedo índice se deslizó por su azulado cuello y simuló cortarse la garganta. Abrió los ojos de par en par y puso una cara de terror místico que asustaría a cualquiera. Y claro, los dientes ayudarían un poco.