2/06/2016, 22:08
(Última modificación: 2/07/2016, 12:02 por Uchiha Akame.)
—Y-Yo... P-P-Pue-es... E-Es-to... M-Me llamo... L-Lenka y.. Y-Yo... —Len tartamudeó tratando torpemente de elaborar una respuesta convincente.
Sin embargo, aquel nerviosismo, fingido o no, le ayudó a hacer más creíble su papel. El rubio le miró de arriba a abajo con gesto indiferente; seguramente había visto a muchas chicas ponerse así al estar delante suya. Él era el mejor poeta de Uzushiogakure, ¡qué digo! De todo Oonindo. Era atlético, guapo, inteligente, carismático... ¡Era el galán patrio del Remolino!
Y, aun así, no supo darse cuenta de que Len no era quien decía ser. Esa sería su perdición. El fin de su carrera; todo el mundo en los Dojos del Combatiente, y luego en todo el Continente Ninja, estaba a punto de conocer la horrible verdad. Algo que nadie, por sabio o astuto que fuese, se hubiera imaginado jamás acerca de aquel hombre...
... Porque tal vez, y sólo tal vez, el hombre que subió al estrado cuando aquel bizarro presentador llamó al poeta de Uzushio, no era él. Cualquiera podría haber jurado que era él, claro, a juzgar por su altura casi equivalente, su rostro —diferente tan sólo en detalles imperceptibles a tan larga distancia— y sus ropajes, idénticos a los que llevaba durante la prueba anterior.
El chico subió a la tarima, saludando al público aquí y allá con floridos gestos. Sacó un pergamino de uno de los bolsillos de su camisa, blanca con estampados de rosáceas flores de cerezo, se aclaró la garganta y, casi sin poder contener la sonrisa malévola que ya le salía en los labios, recitó con voz solemne.
El silencio se apoderó de la plaza. Pareciese imposible, pero a pesar de haber allí congregadas cientos de personas, si una mosca se hubiese tirado un pedo en ese preciso instante, todos lo habrían oído. Silencio absoluto y sepulcral, como el de un gigantesco cementerio.
Sólo duró un instante claro. Luego, sobrevino el caos. Una oleada de gritos, carcajadas, lloros y abucheos estalló al unísono con la fuerza de cien truenos. Anzu casi se cayó de espaldas ante el repentino alboroto, y por un momento su rostro pasó de la más satisfactoria realización personal, al pánico. Veía en las primeras filas hombres y mujeres que la abucheaban, junto a otros que reían a pleno pulmón. Algunos de los más iracundos empezaron a lanzarle lo primero que tenían a mano, y por poco no le acertaron una pedrada en el rostro.
«¡La ostia! ¡Tengo que salir de aquí, y cagando leches!»
Ni corta ni perezosa, agachó la cabeza y se apresuró a bajar del estrado. En su huída se cruzó con el presentador del evento, que tras fulminarla con la mirada, subió a la tarima para intentar calmar los ánimos. Tuvo suerte de que el certámen estuviese escaso de personal, porque un par de buenos guardias podrían haber dado con sus huesos en un calabozo...
Sin perder un minuto corrió a toda velocidad hacia donde estaba Mogura, que en ese momento ya debía haber escuchado los gritos, abucheos y risas de la plaza.
—¡Mogura-san, la misión ha sido un éxito! Len-san y tú sois dos shinobis como los dioses mandan, de eso no hay duda —le felicitó, deshaciendo el Henge no Jutsu que la había ayudado a suplantar al rubito de Uzu—. Eso sí, ahora tenemos que largarnos de aquí, y cagando ostias. La gente está que trina —declaró, con una sonrisa triunfante pero inquieta—. ¿Y Len-san?
El poeta del Remolino dio un súbito respingo al escuchar el estallido de gritos que se produjo en la plaza.
—¡Por todos los dioses de Oonindo! ¿Qué diablos pasa ahí fuera?
Probablemente, Len sólo tenía unos instantes antes de que el galán se diera cuenta de lo que había pasado... Fuera lo que fuese, el de Amegakure podía estar seguro que había sido cosa de Kajiya Anzu. Y nada bueno para él.
«»
Sin embargo, aquel nerviosismo, fingido o no, le ayudó a hacer más creíble su papel. El rubio le miró de arriba a abajo con gesto indiferente; seguramente había visto a muchas chicas ponerse así al estar delante suya. Él era el mejor poeta de Uzushiogakure, ¡qué digo! De todo Oonindo. Era atlético, guapo, inteligente, carismático... ¡Era el galán patrio del Remolino!
Y, aun así, no supo darse cuenta de que Len no era quien decía ser. Esa sería su perdición. El fin de su carrera; todo el mundo en los Dojos del Combatiente, y luego en todo el Continente Ninja, estaba a punto de conocer la horrible verdad. Algo que nadie, por sabio o astuto que fuese, se hubiera imaginado jamás acerca de aquel hombre...
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... Porque tal vez, y sólo tal vez, el hombre que subió al estrado cuando aquel bizarro presentador llamó al poeta de Uzushio, no era él. Cualquiera podría haber jurado que era él, claro, a juzgar por su altura casi equivalente, su rostro —diferente tan sólo en detalles imperceptibles a tan larga distancia— y sus ropajes, idénticos a los que llevaba durante la prueba anterior.
El chico subió a la tarima, saludando al público aquí y allá con floridos gestos. Sacó un pergamino de uno de los bolsillos de su camisa, blanca con estampados de rosáceas flores de cerezo, se aclaró la garganta y, casi sin poder contener la sonrisa malévola que ya le salía en los labios, recitó con voz solemne.
La nariz se me arruga,
cuando pasa uno del Remolino,
que no huele a cerezo ni vino,
sino a glorioso ñordete,
porque si la Espiral fuese un culo,
Uzushiogakure sería el ojete.
cuando pasa uno del Remolino,
que no huele a cerezo ni vino,
sino a glorioso ñordete,
porque si la Espiral fuese un culo,
Uzushiogakure sería el ojete.
El silencio se apoderó de la plaza. Pareciese imposible, pero a pesar de haber allí congregadas cientos de personas, si una mosca se hubiese tirado un pedo en ese preciso instante, todos lo habrían oído. Silencio absoluto y sepulcral, como el de un gigantesco cementerio.
Sólo duró un instante claro. Luego, sobrevino el caos. Una oleada de gritos, carcajadas, lloros y abucheos estalló al unísono con la fuerza de cien truenos. Anzu casi se cayó de espaldas ante el repentino alboroto, y por un momento su rostro pasó de la más satisfactoria realización personal, al pánico. Veía en las primeras filas hombres y mujeres que la abucheaban, junto a otros que reían a pleno pulmón. Algunos de los más iracundos empezaron a lanzarle lo primero que tenían a mano, y por poco no le acertaron una pedrada en el rostro.
«¡La ostia! ¡Tengo que salir de aquí, y cagando leches!»
Ni corta ni perezosa, agachó la cabeza y se apresuró a bajar del estrado. En su huída se cruzó con el presentador del evento, que tras fulminarla con la mirada, subió a la tarima para intentar calmar los ánimos. Tuvo suerte de que el certámen estuviese escaso de personal, porque un par de buenos guardias podrían haber dado con sus huesos en un calabozo...
Sin perder un minuto corrió a toda velocidad hacia donde estaba Mogura, que en ese momento ya debía haber escuchado los gritos, abucheos y risas de la plaza.
—¡Mogura-san, la misión ha sido un éxito! Len-san y tú sois dos shinobis como los dioses mandan, de eso no hay duda —le felicitó, deshaciendo el Henge no Jutsu que la había ayudado a suplantar al rubito de Uzu—. Eso sí, ahora tenemos que largarnos de aquí, y cagando ostias. La gente está que trina —declaró, con una sonrisa triunfante pero inquieta—. ¿Y Len-san?
...
El poeta del Remolino dio un súbito respingo al escuchar el estallido de gritos que se produjo en la plaza.
—¡Por todos los dioses de Oonindo! ¿Qué diablos pasa ahí fuera?
Probablemente, Len sólo tenía unos instantes antes de que el galán se diera cuenta de lo que había pasado... Fuera lo que fuese, el de Amegakure podía estar seguro que había sido cosa de Kajiya Anzu. Y nada bueno para él.
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