3/06/2016, 23:09
—Sí, cachorrilla —respondió, y Ayame ladeó ligeramente la cabeza. ¿Por qué le decía esas cosas? Primero le había llamado "pequeño polluelo", ahora "cachorrilla". ¿Cómo debía sentirse al respecto?—. Hay animales ninja por todo el mundo. Familias diferentes. Incluso los lobos tienen varios clanes.
«¿De verdad? ¿Todo tipo de animales?» Por su cabeza habían comenzado a pasar un montón de imágenes a toda velocidad. A cada cual más extraña y estrambótica que la anterior.
—El mío es el de las Garras de Tsukima, una serie de montañas que no llegan a estar del todo dentro de la cordillera. Somos aliados de Amegakure, y Amegakure es aliada nuestra mientras haya ninjas en ella que firmen el pacto. Nos... protegemos mutuamente.
Seremaru se giró hacia un Daruu que tenía la mirada perdida en algún punto inexistente.
—Os habéis desmedido matando a esos imbéciles, pero ahora no os queda más remedio que responsabilizaros —Ayame se removió, inquieta—. Es lo que podrías haber hecho para reparar un poco el daño, si es que de verdad no había otra opción.
—¡No la había, Seremaru, de verdad! —replicó Daruu.
—¡¡Entonces afrontad de cara el problema y contádselo a un superior, no huyáis y os pongáis a retozar como un par de perros en época de apareamiento!!
«Qu... ¿¡QUÉ!?» Aquella última frase la sacudió como un certero martillazo en la coronilla. Incapaz de responder algo coherente, y con las mejillas ardiendo como si su rostro estuviera al rojo vivo, Ayame se vio obligada a observar en silencio cómo Seremaru se acercaba a Daruu con pasos vagos.
—Ahora ya da igual, vuestros padres ya lo saben. ¡Ayame! —Un nuevo brinco—. Tu padre te espera. Parecía muy preocupado. Y enfadado. —Un nuevo martillazo—. Yo que tú no le haría esperar demasiado tiempo.
«Oh, no...» Se lamentó, agachando la mirada y mordiéndose el labio inferior. De repente se le habían pasado todas las ganas de volver con su padre y su hermano. Y, sin embargo, se levantó, dispuesta a acudir a su encuentro cuanto antes.
Pero...
—No saben todo, ¿ver...? —intervino Daruu.
—Eso lo acabo de oler yo desde lejos, de modo que no váis a poder ocultarlo por mucho tiempo. Pero ese es un problema que tendrás que afrontar cuando vuelvas a Ame.
—¿Qué? —exclamó Daruu, haciendo eco del interrogante que rondaba por su mente.
—No volverás a Ame cuando acabes el torneo. Te vienes conmigo.
Daruu se levantó como si le hubiesen pinchado el culo con una chincheta. De hecho, hasta puso cara de dolor. Pero debía de tener relación con su cuello, a juzgar por cómo se lo frotaba cuando siguió hablando:
—¡No! ¡No soy chunin! ¡No me lo he ganado!
Seremaru volvió a reírse.
—No te voy a premiar. Te voy a enseñar disciplina y templanza, cachorro. Si quieres llegar alguna vez a subir de rango, las vas a necesitar.
A aquellas alturas de la conversación, Ayame se había convertido en una mera espectadora. No conocía nada con respecto al tema, pero Daruu y Seremaru parecían tener una especie de trato que tenía que ver con cuando el chico se convirtiera en chunin. Lo que sí estaba claro era que se iba a marchar con el lobo tras el torneo. Y todo parecía indicar que sería para una larga temporada.
Ayame se agarró el kimono a la altura del pecho. De repente sentía un profundo dolor, sentía el corazón terriblemente pesado. Sentía como si se le hubiese resquebrajado un poquito.
—Yo... debería ir a buscar a mi padre antes de que se enf... preocupe más —murmuró, dándose la vuelta para que no vieran que se le habían inundado los ojos de lágrimas amargas.
«¿De verdad? ¿Todo tipo de animales?» Por su cabeza habían comenzado a pasar un montón de imágenes a toda velocidad. A cada cual más extraña y estrambótica que la anterior.
—El mío es el de las Garras de Tsukima, una serie de montañas que no llegan a estar del todo dentro de la cordillera. Somos aliados de Amegakure, y Amegakure es aliada nuestra mientras haya ninjas en ella que firmen el pacto. Nos... protegemos mutuamente.
Seremaru se giró hacia un Daruu que tenía la mirada perdida en algún punto inexistente.
—Os habéis desmedido matando a esos imbéciles, pero ahora no os queda más remedio que responsabilizaros —Ayame se removió, inquieta—. Es lo que podrías haber hecho para reparar un poco el daño, si es que de verdad no había otra opción.
—¡No la había, Seremaru, de verdad! —replicó Daruu.
—¡¡Entonces afrontad de cara el problema y contádselo a un superior, no huyáis y os pongáis a retozar como un par de perros en época de apareamiento!!
«Qu... ¿¡QUÉ!?» Aquella última frase la sacudió como un certero martillazo en la coronilla. Incapaz de responder algo coherente, y con las mejillas ardiendo como si su rostro estuviera al rojo vivo, Ayame se vio obligada a observar en silencio cómo Seremaru se acercaba a Daruu con pasos vagos.
—Ahora ya da igual, vuestros padres ya lo saben. ¡Ayame! —Un nuevo brinco—. Tu padre te espera. Parecía muy preocupado. Y enfadado. —Un nuevo martillazo—. Yo que tú no le haría esperar demasiado tiempo.
«Oh, no...» Se lamentó, agachando la mirada y mordiéndose el labio inferior. De repente se le habían pasado todas las ganas de volver con su padre y su hermano. Y, sin embargo, se levantó, dispuesta a acudir a su encuentro cuanto antes.
Pero...
—No saben todo, ¿ver...? —intervino Daruu.
—Eso lo acabo de oler yo desde lejos, de modo que no váis a poder ocultarlo por mucho tiempo. Pero ese es un problema que tendrás que afrontar cuando vuelvas a Ame.
—¿Qué? —exclamó Daruu, haciendo eco del interrogante que rondaba por su mente.
—No volverás a Ame cuando acabes el torneo. Te vienes conmigo.
Daruu se levantó como si le hubiesen pinchado el culo con una chincheta. De hecho, hasta puso cara de dolor. Pero debía de tener relación con su cuello, a juzgar por cómo se lo frotaba cuando siguió hablando:
—¡No! ¡No soy chunin! ¡No me lo he ganado!
Seremaru volvió a reírse.
—No te voy a premiar. Te voy a enseñar disciplina y templanza, cachorro. Si quieres llegar alguna vez a subir de rango, las vas a necesitar.
A aquellas alturas de la conversación, Ayame se había convertido en una mera espectadora. No conocía nada con respecto al tema, pero Daruu y Seremaru parecían tener una especie de trato que tenía que ver con cuando el chico se convirtiera en chunin. Lo que sí estaba claro era que se iba a marchar con el lobo tras el torneo. Y todo parecía indicar que sería para una larga temporada.
Ayame se agarró el kimono a la altura del pecho. De repente sentía un profundo dolor, sentía el corazón terriblemente pesado. Sentía como si se le hubiese resquebrajado un poquito.
—Yo... debería ir a buscar a mi padre antes de que se enf... preocupe más —murmuró, dándose la vuelta para que no vieran que se le habían inundado los ojos de lágrimas amargas.