12/06/2016, 22:42
—¿Y qué piensas de todo el asunto? —le instigó el tiburón, y Ayame volvió a revolverse en su asiento al sentir la punzante mirada de sus ojos clavados sobre ella con evidente interés.
—Yo nunca habría sido capaz de arriesgar la vida por mí, pero... —resolvió al fin, encogiéndose de hombros y bordeando sin ningún tipo de delicadeza cualquier asunto que tuviera que ver con la destrucción de la Villa Oculta de la Hierba—. Es la Arashikage, la kunoichi más fuerte de toda la aldea. Es normal que se anteponga su seguridad frente a todo lo demás. Después de todo, es la mandamás, y con todos los líos políticos que ha habido ya en Amegakure...
—Personalmente creo que ha sido un riesgo dejar a su doble durante tanto tiempo, ¿no crees?... —intervino Kaido, y en aquella ocasión logró atrapar el interés de Ayame—. Al final, el poder se le terminó subiendo a la cabeza y no hay nada más peligroso que eso. Y bueno, Kusagakure terminó pagando los platos rotos, lamentablemente.
Ayame entrecerró los ojos con cierto recelo.
—No nos corresponde juzgar las órdenes de la Arashikage. —Las palabras salieron de sus labios como el eco de las que había pronunciado su hermano mayor, una noche de hacía apenas una semana.
Y no dijo nada más. Porque se negaba a hablar de aquel altercado tan doloroso para ella, y menos en la inseguridad de una tierra que no era la suya y con una persona que, pese a ser de su misma aldea, no tenía la suficiente confianza como para abrirle su corazón. Se reajustó la bandana sobre la frente y después apoyó las manos sobre la mesa en un claro gesto de estar a punto de volar del lugar.