2/07/2016, 10:51
(Última modificación: 2/07/2016, 11:58 por Uchiha Akame.)
«Cobarde.»
Pudo oír aquella palabra, dentro de su cabeza, tan claro como si se la hubieran gritado al oído, y se detuvo en seco. Levantó la cabeza, antes gacha, mirando a su alrededor en busca de desmentir lo que ya sabía —que Hida no estaba allí, ni siquiera cerca—. No había sido su maestro quien la reprendía; no directamente, al menos. Porque las enseñanzas de Hida se habían clavado hondo en su espíritu.
«Así que vas a dejar que los shinobi de otra Aldea se ocupen de un problema que tú has creado... ¿Qué te parece eso?»
Otra vez la voz de su maestro resonaba con fuerza.
«¡Déjame!», contestó Anzu casi al instante en sus pensamientos. «Somos ninjas, no samuráis. Ese tío tan pesado y repipi se lo ha buscado él solito. ¡Ni siquiera los guardias le prestan atención! Además, no estoy de misión.», replicaba la chica.
«Ya entiendo. Entonces te hiciste kunoichi para ganar dinero, ¿es eso?»
La férrea ética de su maestro respondía con precisión quirúrjica. «No», contestó Anzu.
«Un ninja debe tener un código.»
«Un ninja debe tener un código», respondió ella, dando media vuelta. Notó algo caliente en sus manos; se había hecho sangre de tanto apretar los puños.
...
El Fuuton de Mogura cogió por sorpresa a la turba de indignados, que pese a estar muy cabreados y ser seis contra uno —el pobre poeta— no tenían ni de lejos la preparación de un shinobi. La técnica de viento golpeó a los nacionalistas de lleno, derribándolos con facilidad y despejando el camino para...
—¡El Rayo de Takigakure en acción!
La kunoichi de piel café recortó metros a toda velocidad hasta llegar al malherido uzureño. Sin aparente esfuerzo —revitalizada quizás por su Determinación— pasó un brazo por la espalda del tipo y otro entre las piernas, y flexionando las rodillas ejecutó un movimiento sumamente técnico que la ayudó a cargarse el bulto a la espalda. Por bulto se entiende, obvio, al apaleado poeta, que estaba ya inconsciente. Anzu apretó los dientes, furiosa consigo misma, y corrió hacia la salida.
Los furiosos aldeanos se levantaron con dificultad, algunos más dolidos y otros menos, pero la amenaza de Mogura fue suficiente para que decidieran no perseguir a Anzu, que cargaba a su víctima a hombros.
...
—¡Len-san, deja de llorar y ve a buscar un médico!
El aludido escucharía la voz de Anzu justo a su espalda. Si se volteaba, vería al malherido poeta tumbado en el suelo, de costado, con varios golpes por todo el cuerpo y la cara hecha añicos.