4/07/2016, 00:24
—Estas bien? —La pregunta de Kaido la sobresaltó. Sin embargo, lo que debería haber sido una pregunta inocente, para ella fue absolutamente terrorífica cuando volvió la mirada hacia él y se encontró con la afilada sonrisa del tiburón. Nunca su gesto se le había antojado tan amenazante...—. Parece que has visto un fantasma.
Todo rastro de color terminó por desaparecer del rostro de Ayame. Sus ojos volvieron inevitablemente a la cantimplora y su símbolo grabado, y después volvieron al rostro de Kaido.
—N... n... no... yo... —balbuceó, casi de manera incomprensible, y se agarró ambas manos, tratando de controlar el temblor que le había invadido repentinamente—. Y... y... yo... creo que... me he olvidado... de... sí... eso... ¡Lo siento!
El pánico pudo con ella. En un abrir y cerrar los ojos, Ayame se había dado la vuelta y había echado a correr como alma que llevaba el diablo. ¿Alguna vez había corrido tan rápido? Ni ella misma podía estar segura de aquello. Y en esos momentos ni siquiera podía pensar en ello. Tan sólo quería huir de aquel lugar. Alejarse de Kaido. Todo lo que sus piernas le permitieran.
Pero era bien consciente de que Kaido era un compañero de su misma aldea. Y que sería inevitable que terminaran encontrándose de nuevo en cualquier momento. Para entonces debería estar preparada. Porque si de verdad era un Hozuki como ella, y estaba de parte de aquel grupo que pretendía controlar su poder, el peligro que la acechaba era mucho más grande de lo que había imaginado en un principio.
¿En qué momento se le ocurrió confiar en la clemencia de un tiburón?
Todo rastro de color terminó por desaparecer del rostro de Ayame. Sus ojos volvieron inevitablemente a la cantimplora y su símbolo grabado, y después volvieron al rostro de Kaido.
—N... n... no... yo... —balbuceó, casi de manera incomprensible, y se agarró ambas manos, tratando de controlar el temblor que le había invadido repentinamente—. Y... y... yo... creo que... me he olvidado... de... sí... eso... ¡Lo siento!
El pánico pudo con ella. En un abrir y cerrar los ojos, Ayame se había dado la vuelta y había echado a correr como alma que llevaba el diablo. ¿Alguna vez había corrido tan rápido? Ni ella misma podía estar segura de aquello. Y en esos momentos ni siquiera podía pensar en ello. Tan sólo quería huir de aquel lugar. Alejarse de Kaido. Todo lo que sus piernas le permitieran.
Pero era bien consciente de que Kaido era un compañero de su misma aldea. Y que sería inevitable que terminaran encontrándose de nuevo en cualquier momento. Para entonces debería estar preparada. Porque si de verdad era un Hozuki como ella, y estaba de parte de aquel grupo que pretendía controlar su poder, el peligro que la acechaba era mucho más grande de lo que había imaginado en un principio.
¿En qué momento se le ocurrió confiar en la clemencia de un tiburón?