12/07/2016, 20:29
La Sarutobi había terminado ya por esa semana sus labores en el antro al que podía llamar casa, su mitad del negocio ya estaba cubierta con la ayuda de su compañera y de aquél joven que hacía poco había conocido en la peor de las situaciones. Por suerte o desgracia, el enemigo de tu enemigo termina siendo tu aliado. Fuere como fuere, podía tomarse un leve descanso... Bueno, por llamarlo de alguna manera. Evidentemente, lo mas tranquilo que podía permitirse en esos momentos no era mas que una misión. Como genin, las labores no suelen ser arriesgadas, y el dinero... pues siempre viene bien.
Hacía un rato que había salido de la aldea, y caminaba dirección oeste. Según había leído en el pergamino, una aldea no demasiado lejana había requerido ayuda para controlar a unas cuantas cabras descarriladas. Quizás se trataba de una mera aldea costera que estaba teniendo falta de cabreros, o a saber que diantres les pasaban con esos malditos animales aficionados a comer papel. En fin, solo tenía un poco de información en el pergamino que le habían entregado; debía reunirse con dos compañeros mas para ésta misión en la aldea, y tenía que hablar directamente con el alcalde del lugar. Al parecer, el punto de encuentro estaba situado en la misma entrada de la aldea.
Para el viaje había tomado su camisa ancha modificada al gusto, con una monisima calavera blanca adornando el torso. Sus shorts, y unas botas negras que rozaban en altura la rodilla. Apenas llevaba un par de kunais para defenderse, pero eso era algo que nunca había necesitado. En su bolsillo, una cajetilla de tabaco metida en un par de bolsas de plástico para que no llegasen a mojarse. Su cabellera iba suelta, como de costumbre, y tampoco llevaba un paraguas. Si había algo que no hubiese roto eran las costumbres.
El sol lucía en lo mas alto, pero ante la constante llovizna, apenas lucía radiante. Todo el firmamento estaba repleto de nubes, y eso era lo que impedía que el astro rey pudiese hacer su trabajo bien. Por suerte o desgracia, para alguien que casi se había criado en Amegakure eso ya no era problema.
Con paso ligero, la chica recortó distancias con su objetivo. Estaba al lado del sitio donde debía reunirse con sus compañeros de misión. Era la primera vez que tomaba una misión de éstas, pero tampoco podía rechazar una, menos cuando había sido entregada en mano por un malvado repartidor que no le dio ni los buenos días. —Vaya tela... si es que...
Era imposible que no se quejase cada vez que recordaba las maneras. Pero en fin, bien está lo que bien acaba.
A la distancia podía vislumbrar una aldea de apenas cincuenta casas. Era bastante pequeña, pero las habían mas pequeñas aún. Al menos en ésta había una barrera, una muralla de pilotes de madera que llegaban a medir al menos tres metros. Apenas se podía ver dentro de la aldea, tan solo una casa destacaba en altura. En la zona mas oeste tenía una entrada, y en la zona oeste tenía un puerto. Justo donde venía a encarar cualquiera que llegase andando desde Amegakure. El lago no daba para mas, pero si que era cierto que habían un par de islas cercanas.
Lo curioso, no parecía que por allí hubiese ningún animal.
La chica se encogió de hombros, resignada a encontrar fácilmente una respuesta a ese hecho. Así pues, continuó andando hasta plantarse en la entrada del puerto. Las puertas permanecían cerradas a cal y canto, y tan solo habían un par de embarcaciones, las cuales parecían no usarse desde hacía unos cuantos meses. No parecía haber un solo alma en esos lares, aunque sí que se escuchaban murmullos tras los muros.
«En fin... esperaré aquí a los compañeros, y entraremos todos juntos...»
La chica se cruzó de brazos y dejó caer su espalda contra el muro de madera. Descansando sobre éste, se limitó a observar el horizonte en busca de alguna silueta. No conocía a todos los genin de la aldea, pero seguramente los podría reconocer por el símbolo que ella misma llevaba en el abdomen.
Hacía un rato que había salido de la aldea, y caminaba dirección oeste. Según había leído en el pergamino, una aldea no demasiado lejana había requerido ayuda para controlar a unas cuantas cabras descarriladas. Quizás se trataba de una mera aldea costera que estaba teniendo falta de cabreros, o a saber que diantres les pasaban con esos malditos animales aficionados a comer papel. En fin, solo tenía un poco de información en el pergamino que le habían entregado; debía reunirse con dos compañeros mas para ésta misión en la aldea, y tenía que hablar directamente con el alcalde del lugar. Al parecer, el punto de encuentro estaba situado en la misma entrada de la aldea.
Para el viaje había tomado su camisa ancha modificada al gusto, con una monisima calavera blanca adornando el torso. Sus shorts, y unas botas negras que rozaban en altura la rodilla. Apenas llevaba un par de kunais para defenderse, pero eso era algo que nunca había necesitado. En su bolsillo, una cajetilla de tabaco metida en un par de bolsas de plástico para que no llegasen a mojarse. Su cabellera iba suelta, como de costumbre, y tampoco llevaba un paraguas. Si había algo que no hubiese roto eran las costumbres.
El sol lucía en lo mas alto, pero ante la constante llovizna, apenas lucía radiante. Todo el firmamento estaba repleto de nubes, y eso era lo que impedía que el astro rey pudiese hacer su trabajo bien. Por suerte o desgracia, para alguien que casi se había criado en Amegakure eso ya no era problema.
Con paso ligero, la chica recortó distancias con su objetivo. Estaba al lado del sitio donde debía reunirse con sus compañeros de misión. Era la primera vez que tomaba una misión de éstas, pero tampoco podía rechazar una, menos cuando había sido entregada en mano por un malvado repartidor que no le dio ni los buenos días. —Vaya tela... si es que...
Era imposible que no se quejase cada vez que recordaba las maneras. Pero en fin, bien está lo que bien acaba.
A la distancia podía vislumbrar una aldea de apenas cincuenta casas. Era bastante pequeña, pero las habían mas pequeñas aún. Al menos en ésta había una barrera, una muralla de pilotes de madera que llegaban a medir al menos tres metros. Apenas se podía ver dentro de la aldea, tan solo una casa destacaba en altura. En la zona mas oeste tenía una entrada, y en la zona oeste tenía un puerto. Justo donde venía a encarar cualquiera que llegase andando desde Amegakure. El lago no daba para mas, pero si que era cierto que habían un par de islas cercanas.
Lo curioso, no parecía que por allí hubiese ningún animal.
La chica se encogió de hombros, resignada a encontrar fácilmente una respuesta a ese hecho. Así pues, continuó andando hasta plantarse en la entrada del puerto. Las puertas permanecían cerradas a cal y canto, y tan solo habían un par de embarcaciones, las cuales parecían no usarse desde hacía unos cuantos meses. No parecía haber un solo alma en esos lares, aunque sí que se escuchaban murmullos tras los muros.
«En fin... esperaré aquí a los compañeros, y entraremos todos juntos...»
La chica se cruzó de brazos y dejó caer su espalda contra el muro de madera. Descansando sobre éste, se limitó a observar el horizonte en busca de alguna silueta. No conocía a todos los genin de la aldea, pero seguramente los podría reconocer por el símbolo que ella misma llevaba en el abdomen.