16/07/2016, 02:08
La peliblanco aguardaba la aparición de alguno de sus compañeros de misión. Apoyada sobre la estructura de madera que delimitaba la aldea, observaba con ahínco el horizonte en pos de observar alguna silueta. No tardó demasiado en aparecer la primera silueta, quizás el primero de sus compañeros. A la distancia no pudo diferenciarlo bien, pero conforme se acercó éste se le fue haciendo cada vez mas conocido. No solo le sonaba su rostro, de hecho habían compartido un torneo, un entrenamiento, y hasta una cena. Siendo rudos, hasta había muerto junto a él, podía decirse que habían compartido una vida entera...
El matasanos no perdió tiempo alguno. Algo extrañado, torció el rostro, y lanzó la pregunta. Obviamente no habían demasiadas chicas de cabellera blanca y ojos rojos por Amegakure, cosa que hizo más fácil la resolución de la incógnita para el médico. La chica se separó del muro de madera, y comenzó a andar hacia Mogura. Una clara sonrisa se dibujó en su rostro al saber que compartiría misión con un compañero que conocía y le agradaba, toda una suerte.
—Si, soy yo, señor médico teólogo... jajaja.— Contestó al fin a la pregunta.
Sin demasiada prisa, terminó de acercarse a Mogura. Con descaro, recortó por completo las distancias, y se lanzó a abrazar al chico. Hacía bastante que no se veían, y éste gesto le salió del alma. En el mismo abrazo, alzó su rostro hacia el pómulo del joven, y le propinó un beso. Sin duda no se podía quejar del saludo.
—Que bueno verte de nuevo! ¿Que somos compañeros de equipo?— Alzó a preguntar, aunque posiblemente la respuesta era obvia. —Cuanto tiempo sin vernos... ¿Que tal todo?
Quizás empezaba a hacerle menos caso a la misión que al rencuentro con Mogura, pero lejos de la realidad, ¿qué mínimo que un saludo como dios manda para alguien con quien te llevas bien? Tampoco es que sobrasen personas de esas, al menos para la Sarutobi.
Habiendo dejado ya el abrazo de lado, la chica se separó para dejarle aire al chico, así como para no invadir demasiado su espacio personal. Sin embargo, para antes de que se diese cuenta, el tercer miembro del equipo había hecho entrada en escena. Su voz se le hizo bastante familiar, pero no llegaba a recordar de qué. Lástima que eso no durase demasiado, en cuanto llevó la mirada hacia esos ojos azules como el cielo sobre cualquier otra tierra que no fuesen las del país de la tormenta comprendió de quién se trataba. Además, su apelativo para referirse a la chica se le vino mas que obvio, poca gente la había llamado así a lo largo de su vida.
«¿Es...? ¿Es el chico raro ese que me llevó a un antro? Parece que apenas ha crecido... pero se le ve distinto...»
La Sarutobi no supo muy bien cómo responder al albino. Mas que nada, apenas recordaba el nombre del chico, normal... Aparte de eso, el joven había empezado la conversación preguntando si éste sitio era el pueblo que señalaban las indicaciones del pergamino.
—Bueno... al parecer nos conocemos todos. Que bueno, ¿no?
Katomi se acercó al recién llegado, y procedió a saludarlo también con un beso en la mejilla. Aunque si Mogura se fijaba, no había tanto entusiasmo en éste saludo. Len se quedó sin abrazo, quizás porque el último recuerdo que tenía de éste no era del todo agradable.
El matasanos no perdió tiempo alguno. Algo extrañado, torció el rostro, y lanzó la pregunta. Obviamente no habían demasiadas chicas de cabellera blanca y ojos rojos por Amegakure, cosa que hizo más fácil la resolución de la incógnita para el médico. La chica se separó del muro de madera, y comenzó a andar hacia Mogura. Una clara sonrisa se dibujó en su rostro al saber que compartiría misión con un compañero que conocía y le agradaba, toda una suerte.
—Si, soy yo, señor médico teólogo... jajaja.— Contestó al fin a la pregunta.
Sin demasiada prisa, terminó de acercarse a Mogura. Con descaro, recortó por completo las distancias, y se lanzó a abrazar al chico. Hacía bastante que no se veían, y éste gesto le salió del alma. En el mismo abrazo, alzó su rostro hacia el pómulo del joven, y le propinó un beso. Sin duda no se podía quejar del saludo.
—Que bueno verte de nuevo! ¿Que somos compañeros de equipo?— Alzó a preguntar, aunque posiblemente la respuesta era obvia. —Cuanto tiempo sin vernos... ¿Que tal todo?
Quizás empezaba a hacerle menos caso a la misión que al rencuentro con Mogura, pero lejos de la realidad, ¿qué mínimo que un saludo como dios manda para alguien con quien te llevas bien? Tampoco es que sobrasen personas de esas, al menos para la Sarutobi.
Habiendo dejado ya el abrazo de lado, la chica se separó para dejarle aire al chico, así como para no invadir demasiado su espacio personal. Sin embargo, para antes de que se diese cuenta, el tercer miembro del equipo había hecho entrada en escena. Su voz se le hizo bastante familiar, pero no llegaba a recordar de qué. Lástima que eso no durase demasiado, en cuanto llevó la mirada hacia esos ojos azules como el cielo sobre cualquier otra tierra que no fuesen las del país de la tormenta comprendió de quién se trataba. Además, su apelativo para referirse a la chica se le vino mas que obvio, poca gente la había llamado así a lo largo de su vida.
«¿Es...? ¿Es el chico raro ese que me llevó a un antro? Parece que apenas ha crecido... pero se le ve distinto...»
La Sarutobi no supo muy bien cómo responder al albino. Mas que nada, apenas recordaba el nombre del chico, normal... Aparte de eso, el joven había empezado la conversación preguntando si éste sitio era el pueblo que señalaban las indicaciones del pergamino.
—Bueno... al parecer nos conocemos todos. Que bueno, ¿no?
Katomi se acercó al recién llegado, y procedió a saludarlo también con un beso en la mejilla. Aunque si Mogura se fijaba, no había tanto entusiasmo en éste saludo. Len se quedó sin abrazo, quizás porque el último recuerdo que tenía de éste no era del todo agradable.