19/07/2016, 17:12
Kazeyōbi, 7 de Primera Flor del año 202
Kuroshiro. País de los Ríos.
Kuroshiro. País de los Ríos.
Era la primera vez que abandonaba su hogar sola. Era la primera vez que viajaba sin la compañía de su padre o de su hermano. Y era la primera vez que viajaba en aquel nuevo medio de transporte que acababan de inventar y llamaban ferrocarril.
«Le pegaría más un nombre como "pedocarril". Maldito monstruo humeante y gruñón...» Torció el gesto, malhumorada, al recordar el incómodo traqueteo de aquella endemoniada máquina al moverse o el ensordecedor rugido de sus motores. ¿En serio alguien había pensado que aquella cosa era una invención digna de existir? Con un suspiro resentido, echó la mirada hacia el cielo, justo en el momento en el que una bandada de aves surcaba el infinito azul. «Con lo cómodo que sería poder volar...»
El encargo de una misión la que la había enviado prácticamente hasta la frontera entre el País de la Tormenta, el País del Río y el País de los Bosques. Desde luego, no se podía negar que el ferrocarril reducía enormemente el tiempo de los viajes. A pie, a Ayame le habría supuesto por lo menos cuatro días regresar a casa pero encerrada en aquel endemoniado cacharro podía hacerlo en unas siete horas. Aunque debería sumar a ese trayecto por lo menos medio día más, ya que el tren no llegaba directamente hasta Amegakure, sino que paraba en los lugares aledaños como eran Shinogi-to y el Cementerio del Gobi.
Pero dado que el ferrocarril aún tardaría varias horas en salir como mínimo, Ayame había decidido dejar bien resguardados los paquetes de cañas de bambú que debía llevar hasta su aldea y con deleitarse durante un ratito más de las vistas de aquel pequeño pueblo rodeado de cañas de bambú e inundado de pandas por doquier. Desde el mismo instante en el que había puesto el primer pie sobre el sitio, su asombro había sido mayúsculo. ¡No sólo había estatuas de osos panda por todas partes sino que los propios animales convivían con las personas como si de peluches gigantes se trataran!
Pronto dio con una especie de feria abierta al público, y no dudó ni un instante en entrar. Ni siquiera se sorprendió cuando se vio rodeada de más puestecillos que vendían todo tipo de souvenirs dedicados enteramente a los pandas: desde chuchería y comida hasta joyas y ropa. Todo ello basado en el emblemático animal que representaba su pueblo.
Sin embargo, lo que llamó verdaderamente su atención fue una especie de corralito en el que se agolpaba una auténtica multitud de niños y con un cartel que lo coronaba y rezaba "Paseo en Panda". Intrigada, Ayame se abrió paso y se acercó hasta la valla.
—¡Pero qué monaaadaaaa! —gimió, profundamente enternecida, cuando se vio ante una docena de pandas de carne y hueso. Casi con desesperación, buscó al encargado del oficio—: ¡Perdone! ¿Puedo tocar uno?
El hombre, que debía rondar la cincuentena, la miró de arriba a abajo con desdén.
—Lo siento, muchacha, pero esta es una actividad exclusiva para los niños. ¡Largo!
—¿Qué? ¡Pero si no quiero hacer el paseo! ¡Sólo quiero tocarlo! Porfiiiiiii... Sólo un minutito...
—¡¿Qué es lo que no has entendido?! ¡He dicho que no! ¡LARGO DE AQUÍ O LLAMARÉ A LOS GUARDIAS!