19/07/2016, 17:59
Justo después de que aquel cincuentón la mandara a freír espárragos, Ayame pudo escuchar una estruendosa carcajada. Si se daba la vuelta, no tardaría en hallar al culpable —o, mejor dicho, a la culpable—. Una chica más alta y fornida que ella la observaba con curiosidad, apoyada en un poste de madera que servía de soporte para el anuncio del paseo en panda. Tenía una pose instintivamente marcial, con los brazos en cruz y la mirada penetrante centrada en los ojos de la jinchuuriki.
—¡Hay que joderse! Aotsuki Ayame, en carne y hueso.
Se trataba, claro está, de Anzu. Su piel bronceada brillaba con el Sol de Primavera, y llevaba el pelo rubio platino rasurado por un lateral de la cabeza y largo, hasta mitad del rostro, por el otro. Vestía un top negro, cómodo y ajustado, y sobre él una cazadora sin mangas de color marrón claro. Llevaba su portaobjetos al cinto, y su bandana de Takigakure anudada en torno al brazo izquierdo.
«No parece peligrosa en absoluto. ¿Será cierto lo que cuentan?»
Con paso afable se acercó a la chica de Amegakure, sin apartar la mirada de aquellos ojos marrones y profundos. De cerca, Ayame podría notar que el cuerpo de la Yotsuki estaba surcado de cicatrices a excepción del brazo derecho, donde lucía un colorido tatuaje —una mujer-gato envuelta en llamas—. Anzu sonrió, y la cicatriz que le cruzaba la parte inferior del rostro se retorció con evidente deformidad.
—Soy Anzu. Kajiya Anzu, de Takigakure no Sato —dijo, ofreciéndole a Ayame su mano diestra, cubierta de horribles quemaduras—. ¿Qué te trae por aquí, compañera?
—¡Hay que joderse! Aotsuki Ayame, en carne y hueso.
Se trataba, claro está, de Anzu. Su piel bronceada brillaba con el Sol de Primavera, y llevaba el pelo rubio platino rasurado por un lateral de la cabeza y largo, hasta mitad del rostro, por el otro. Vestía un top negro, cómodo y ajustado, y sobre él una cazadora sin mangas de color marrón claro. Llevaba su portaobjetos al cinto, y su bandana de Takigakure anudada en torno al brazo izquierdo.
«No parece peligrosa en absoluto. ¿Será cierto lo que cuentan?»
Con paso afable se acercó a la chica de Amegakure, sin apartar la mirada de aquellos ojos marrones y profundos. De cerca, Ayame podría notar que el cuerpo de la Yotsuki estaba surcado de cicatrices a excepción del brazo derecho, donde lucía un colorido tatuaje —una mujer-gato envuelta en llamas—. Anzu sonrió, y la cicatriz que le cruzaba la parte inferior del rostro se retorció con evidente deformidad.
—Soy Anzu. Kajiya Anzu, de Takigakure no Sato —dijo, ofreciéndole a Ayame su mano diestra, cubierta de horribles quemaduras—. ¿Qué te trae por aquí, compañera?