22/07/2016, 17:04
Anzu soltó una carcajada jovial cuando la chica de Amegakure le preguntó, tímidamente, si se conocían. ¡Pues claro que se conocían! Aunque más bien, iba en una sola dirección —tal vez Ayame no supiera quién era ella, pero todo el que hubiera asistido al Torneo de los Dojos sabía ponerle rostro y nombre a la jinchuuriki de la Lluvia—.
—Bueno, socia, yo diría que te conozco. ¿Y quién no? Sería difícil olvidar lo que paso aquel día... ¿Eh? —interpeló con voz amarga.
Entonces Ayame le estrechó la mano con la fuerza de un pajarillo recién nacido, y la Yotsuki no pudo evitar que una mueca de decepción y asombro se dibujase en su rostro. «¡Por las cejas de Yubiwa, esta tía es endeble como una ramita! Si hasta parece que se vaya a romper de un momento a otro. Qué cosas...» Anzu siempre se había imaginado a los jinchuuriki como poderosos ninjas, guerreros formidables tanto en cuerpo como en alma que mantenían a raya a los peores horrores de este mundo... Pero allí, frente a Ayame, no tenía esa sensación.
No estaba impresionada, ni siquiera un poco.
—Vaya, esto ha sido... Inesperado —confesó, visiblemente desilusionada—. ¡Pero bueno! Ya que estamos aquí, ¿que te parec...?
Los gritos del dueño de aquella atracción de feria la interrumpieron. El tipo tenía muchos humos y consiguió al instante achantar a la jinchuuriki, pero Anzu no era de las que se amilanaban fácilmente. Adelantándose para colocarse entre el hombre y Ayame, clavó su feroz mirada grisácea en los ojos del tipo.
—Mira, socio, quiero que te quede clarita una cosa. Yo hablo donde me dá la gana —masticó las palabras, como si quisiera escupírselas luego a la cara—. Y más te vale cerrar la jodida boca, porque te aseguro que no me faltan ganas de cerrarte el chiringuito. A tí y a todos los putos maltratadores de animales de este jodido pueblo.
—Bueno, socia, yo diría que te conozco. ¿Y quién no? Sería difícil olvidar lo que paso aquel día... ¿Eh? —interpeló con voz amarga.
Entonces Ayame le estrechó la mano con la fuerza de un pajarillo recién nacido, y la Yotsuki no pudo evitar que una mueca de decepción y asombro se dibujase en su rostro. «¡Por las cejas de Yubiwa, esta tía es endeble como una ramita! Si hasta parece que se vaya a romper de un momento a otro. Qué cosas...» Anzu siempre se había imaginado a los jinchuuriki como poderosos ninjas, guerreros formidables tanto en cuerpo como en alma que mantenían a raya a los peores horrores de este mundo... Pero allí, frente a Ayame, no tenía esa sensación.
No estaba impresionada, ni siquiera un poco.
—Vaya, esto ha sido... Inesperado —confesó, visiblemente desilusionada—. ¡Pero bueno! Ya que estamos aquí, ¿que te parec...?
Los gritos del dueño de aquella atracción de feria la interrumpieron. El tipo tenía muchos humos y consiguió al instante achantar a la jinchuuriki, pero Anzu no era de las que se amilanaban fácilmente. Adelantándose para colocarse entre el hombre y Ayame, clavó su feroz mirada grisácea en los ojos del tipo.
—Mira, socio, quiero que te quede clarita una cosa. Yo hablo donde me dá la gana —masticó las palabras, como si quisiera escupírselas luego a la cara—. Y más te vale cerrar la jodida boca, porque te aseguro que no me faltan ganas de cerrarte el chiringuito. A tí y a todos los putos maltratadores de animales de este jodido pueblo.