24/07/2016, 03:04
Evidentemente, sendos shinobis tenían varias aventuras que contarse, pues había pasado un largo tiempo desde la última vez que se habían visto. Desde luego, era larga la historia que podía contarle, aunque quizás esa historia debiese de ahorrársela. ¿Sería bueno hablar a Mogura acerca de su negocio? No era cosa buena, quizás hasta se enfadase y la dejase de tomar como ejemplo. Aunque por otro lado, esta bien que le tuviese tanto afán, pero no era del todo necesario. Cualquier método vale para llegar a alcanzar la meta, no todo camino está bañado en rosas.
Aclarado que debían tomar en otro momento un refresco para contarse las historias, la chica fue la primera en comentar que acerca de esa aldea. Len coincidió en que la altura era excesiva, y Mogura incluso indicó que era posible que tuviese aún mas, ayudada de un desnivel interior. Pero sin duda, la pregunta era simple. ¿Por qué?
Los tres debatieron por un instante varias teorías, pero uno de ellos optó por dejar de lado las hipótesis y comenzar la misión sin mas; adentrarse en la aldea y descubrir qué escondían sin dar mas rodeos. Len tomó la iniciativa, y se aproximó hasta la entrada. Hizo un gesto que quizás indicaba que le siguieran, y empujó el portalón que cerraba a cal y canto la susodicha aldea. Un crujido tosco y oxidado anunció la entrada por parte del muchacho, tras el movimiento de la puerta tan solo quedaba un rastro de cuchillas en el suelo, las cuales habían provocado el ruido y que a Len le costase bastante abrir la entrada. Las mencionadas cuchillas estaban adheridas al dorso de la puerta, haciendo de tope para que no saliese nadie con facilidad.
La Sarutobi quedó mirando por un momento la puerta, se había encaminado casi tan rápido como el albino. Sin embargo, permaneció por un instante agachada, observando el detalle de las cuchillas. —Curioso... Han puesto éstas cuchillas a modo de tope para la puerta...
Una ligera bruma inundaba las calles de la aldea. Dentro no parecía haber un solo alma, los murmullos que hacía rato se escuchaban se desvanecieron en la nada tras el ruido provocado por la puerta. Las casas se veían descuidadas, viejas y derruidas, aunque en casi completa estructura la mayoría. No se veía ni un solo rastro de luz, que aunque no fuese del todo necesaria, tampoco sobraba.
A lo lejos, sobre un poste de electricidad, un cuervo levantó el vuelo. Sus plumas negras como una noche de invierno cayeron de manera alborotada, a la par que sus graznidos solicitaban plena atención.
La kunoichi no fue menos, sus orbes rojos se hincaron en el pájaro de mal agüero. —¿Es ésta la aldea? No parece que viva nadie por aquí...
Desde donde se encontraban, era imposible visualizar la edificación mas alta, al menos la base de la edificación. Obviamente, aquella estructura sí que podía observarse desde allí, era alta y tétrica como pocas. Su techado mellado y azabache resaltaba ante el resto de estructuras, las cuales poseían tejados de tonos claros. Así mismo, un detalle importante era que en esa casa no había una sola ventana.
—¿Miramos casa por casa? Alguien debe haber por aquí si han solicitado ayuda... no sé.
Aclarado que debían tomar en otro momento un refresco para contarse las historias, la chica fue la primera en comentar que acerca de esa aldea. Len coincidió en que la altura era excesiva, y Mogura incluso indicó que era posible que tuviese aún mas, ayudada de un desnivel interior. Pero sin duda, la pregunta era simple. ¿Por qué?
Los tres debatieron por un instante varias teorías, pero uno de ellos optó por dejar de lado las hipótesis y comenzar la misión sin mas; adentrarse en la aldea y descubrir qué escondían sin dar mas rodeos. Len tomó la iniciativa, y se aproximó hasta la entrada. Hizo un gesto que quizás indicaba que le siguieran, y empujó el portalón que cerraba a cal y canto la susodicha aldea. Un crujido tosco y oxidado anunció la entrada por parte del muchacho, tras el movimiento de la puerta tan solo quedaba un rastro de cuchillas en el suelo, las cuales habían provocado el ruido y que a Len le costase bastante abrir la entrada. Las mencionadas cuchillas estaban adheridas al dorso de la puerta, haciendo de tope para que no saliese nadie con facilidad.
La Sarutobi quedó mirando por un momento la puerta, se había encaminado casi tan rápido como el albino. Sin embargo, permaneció por un instante agachada, observando el detalle de las cuchillas. —Curioso... Han puesto éstas cuchillas a modo de tope para la puerta...
Una ligera bruma inundaba las calles de la aldea. Dentro no parecía haber un solo alma, los murmullos que hacía rato se escuchaban se desvanecieron en la nada tras el ruido provocado por la puerta. Las casas se veían descuidadas, viejas y derruidas, aunque en casi completa estructura la mayoría. No se veía ni un solo rastro de luz, que aunque no fuese del todo necesaria, tampoco sobraba.
A lo lejos, sobre un poste de electricidad, un cuervo levantó el vuelo. Sus plumas negras como una noche de invierno cayeron de manera alborotada, a la par que sus graznidos solicitaban plena atención.
La kunoichi no fue menos, sus orbes rojos se hincaron en el pájaro de mal agüero. —¿Es ésta la aldea? No parece que viva nadie por aquí...
Desde donde se encontraban, era imposible visualizar la edificación mas alta, al menos la base de la edificación. Obviamente, aquella estructura sí que podía observarse desde allí, era alta y tétrica como pocas. Su techado mellado y azabache resaltaba ante el resto de estructuras, las cuales poseían tejados de tonos claros. Así mismo, un detalle importante era que en esa casa no había una sola ventana.
—¿Miramos casa por casa? Alguien debe haber por aquí si han solicitado ayuda... no sé.