24/07/2016, 23:26
Ayame se encogió sobre sí misma ante las increpaciones del dueño del rancho. Iba a retirarse a un rincón algo más discreto para poder hablar con Anzu sin molestar a nadie en el proceso, pero la de Takigakure no parecía tener su misma intención...
—Mira, socio, quiero que te quede clarita una cosa. Yo hablo donde me da la gana —le increpó, y el hombre no parecía haber esperado una reacción así porque tensó todos los músculos de la mandíbula—. Y más te vale cerrar la jodida boca, porque te aseguro que no me faltan ganas de cerrarte el chiringuito. A ti y a todos los putos maltratadores de animales de este jodido pueblo.
La tensión se condensaba a su alrededor a toda velocidad, como una niebla de aire caliente. Ayame contenía el aliento, con los latidos de su acelerado corazón agolpándose en sus sienes. Y mientras tanto, en las sienes del hombre, una vena palpitaba cada vez más y más rápido... Su rostro se encendió como una tetera en el fuego, y cuando parecía a punto de explotar...
—Maltratad... ¡¿PERO CÓMO TE ATREVES, JODIDA NIÑATA!? —bramó, y sus gritos debieron escucharse por lo menos en toda la feria—. ¡¿CÓMO TE ATREVES A VENIR AQUÍ E INSULTARNOS DE ESTA MANERA?! ¡ESTO ES LO ÚNICO QUE ME FALTABA POR VER!
—Anzu-san, deberíamos irnos antes de que... —balbuceó Ayame, pero antes de que pudiera siquiera terminar la frase, el hombre levantó un dedo, gordo como una salchicha de Frankfurt, y lo golpeó repetidas veces contra la placa de la bandana ninja que Anzu lucía en su brazo.
—¡Como ninja de nuestro país deberías defendernos frente a los extranjeros! ¡NO VENIR Y ATENTAR CONTRA NUESTROS PANDAS! ¡¡NUESTROS PANDAS!!
La situación se ponía realmente fea, el hombre seguía gritando sus lamentos sobre la ofensa hacia la fe del pueblo hacia los pandas y Ayame, acongojada, miraba a su alrededor buscando una vía de escape. Todo el público se había vuelto hacia ellos, muchas personas murmuraban entre sí y las miraban a ellas con desagrado y la ofensa dibujados en sus ojos iracundos. A lo lejos, algunos guardias acababan de volverse en su dirección, buscando el origen del alboroto...
—Anzu-san... En serio...
—Mira, socio, quiero que te quede clarita una cosa. Yo hablo donde me da la gana —le increpó, y el hombre no parecía haber esperado una reacción así porque tensó todos los músculos de la mandíbula—. Y más te vale cerrar la jodida boca, porque te aseguro que no me faltan ganas de cerrarte el chiringuito. A ti y a todos los putos maltratadores de animales de este jodido pueblo.
La tensión se condensaba a su alrededor a toda velocidad, como una niebla de aire caliente. Ayame contenía el aliento, con los latidos de su acelerado corazón agolpándose en sus sienes. Y mientras tanto, en las sienes del hombre, una vena palpitaba cada vez más y más rápido... Su rostro se encendió como una tetera en el fuego, y cuando parecía a punto de explotar...
—Maltratad... ¡¿PERO CÓMO TE ATREVES, JODIDA NIÑATA!? —bramó, y sus gritos debieron escucharse por lo menos en toda la feria—. ¡¿CÓMO TE ATREVES A VENIR AQUÍ E INSULTARNOS DE ESTA MANERA?! ¡ESTO ES LO ÚNICO QUE ME FALTABA POR VER!
—Anzu-san, deberíamos irnos antes de que... —balbuceó Ayame, pero antes de que pudiera siquiera terminar la frase, el hombre levantó un dedo, gordo como una salchicha de Frankfurt, y lo golpeó repetidas veces contra la placa de la bandana ninja que Anzu lucía en su brazo.
—¡Como ninja de nuestro país deberías defendernos frente a los extranjeros! ¡NO VENIR Y ATENTAR CONTRA NUESTROS PANDAS! ¡¡NUESTROS PANDAS!!
La situación se ponía realmente fea, el hombre seguía gritando sus lamentos sobre la ofensa hacia la fe del pueblo hacia los pandas y Ayame, acongojada, miraba a su alrededor buscando una vía de escape. Todo el público se había vuelto hacia ellos, muchas personas murmuraban entre sí y las miraban a ellas con desagrado y la ofensa dibujados en sus ojos iracundos. A lo lejos, algunos guardias acababan de volverse en su dirección, buscando el origen del alboroto...
—Anzu-san... En serio...