24/07/2016, 23:53
La chica no hizo caso de los ruegos de Ayame. Claro que no. No después de ver cómo las vidas de las cientos de personas que poblaban aquella aldea giraban en torno a una sóla cosa: aprovecharse de animales inocentes que —con total seguridad— ni querían, ni habían elegido estar allí. No después de que aquel tipejo de tres al cuarto les gritara como si fuese el mismísimo Kawakage. No después de que se acercase y, furioso, se atreviera incluso a increparla de esa manera.
Tal y como el hombre tocó por segunda vez la placa ninja de Anzu, esta le apartó el dedo de un manotazo rápido y certero. No había empleado demasiada fuerza, pero el golpe estaba calculado para batir la mano del tipo con los nudillos de la suya propia, causando un dolor agudo y local aunque ninguna lesión visible.
—Ni te atrevas a tocar esta bandana, saco de mierda —replicó en voz baja, aunque lo suficientemente audible como para que el aludido se enterase sin problema—. Sobre ella pesa un juramento que va mucho más allá de imbéciles como tú. No eres más que un pedazo de basura.
Lanzó una mirada furibunda alrededor. En aquel momento, dos niños subían al lomo de un panda.
—¿Protegerte? ¿De los extranjeros? ¿De ella? —escupió, señalando a Ayame—. Yo soy kunoichi de Takigakure no Sato. Protejo a los débiles frente a quienes intentan aprovecharse de ellos. Ese es mi deber.
Anzu cerró el puño derecho con gesto marcial, clavando sus ojos grises en los del hombre. Entonces se dio cuenta de que una multitud considerable se había congregado en torno a ellos. Cuchicheaban y les lanzaban miradas de curiosidad y reprobación. Volvió a mirar al tipo por el que sentía un absoluto desprecio.
—¿Vuestros pandas? Hay que joderse... ¿Qué autoridad tienes tú, o nadie aquí, para apropiarse de un animal salvaje? ¿Acaso les habéis dado elección?
Tal y como el hombre tocó por segunda vez la placa ninja de Anzu, esta le apartó el dedo de un manotazo rápido y certero. No había empleado demasiada fuerza, pero el golpe estaba calculado para batir la mano del tipo con los nudillos de la suya propia, causando un dolor agudo y local aunque ninguna lesión visible.
—Ni te atrevas a tocar esta bandana, saco de mierda —replicó en voz baja, aunque lo suficientemente audible como para que el aludido se enterase sin problema—. Sobre ella pesa un juramento que va mucho más allá de imbéciles como tú. No eres más que un pedazo de basura.
Lanzó una mirada furibunda alrededor. En aquel momento, dos niños subían al lomo de un panda.
—¿Protegerte? ¿De los extranjeros? ¿De ella? —escupió, señalando a Ayame—. Yo soy kunoichi de Takigakure no Sato. Protejo a los débiles frente a quienes intentan aprovecharse de ellos. Ese es mi deber.
Anzu cerró el puño derecho con gesto marcial, clavando sus ojos grises en los del hombre. Entonces se dio cuenta de que una multitud considerable se había congregado en torno a ellos. Cuchicheaban y les lanzaban miradas de curiosidad y reprobación. Volvió a mirar al tipo por el que sentía un absoluto desprecio.
—¿Vuestros pandas? Hay que joderse... ¿Qué autoridad tienes tú, o nadie aquí, para apropiarse de un animal salvaje? ¿Acaso les habéis dado elección?