25/07/2016, 22:23
Un escalofrío recorrió de abajo hacia arriba la columna de la chica. La palabra tétrico se quedaba corta para definir ésta aldea. La niebla, densa como un muro de acero, no dejaba apenas ver mucho mas allá de los tres metros de distancia. Por suerte o desgracia, la mayor parte de la mencionada niebla se hallaba hasta una altura no superior al medio metro de altura. Conforme iba alcanzando mas altura se iba volviendo menos opaca, lo cual casi era un respiro, todo un privilegio dadas las condiciones.
Mogura fue el primero en adelantarse en ésta ocasión, alegando que quizás los aldeanos de esa parte de la aldea se había mudado o algo similar. Quería probar a llamar a una de las puertas, sus intenciones eran claras. Por el otro lado, Len sugirió que no debían separarse, pues la niebla podía volverse mas densa. Razón no le faltaba.
Clock, clock, clock.
Tres sonoros golpes de nudillo sobre la antigua madera hicieron mella en el silencio sepulcral de la aldea. Poco después, el efecto fue desgarrador. Las bisagras cedieron, oxidadas por el tiempo y las inclemencias de a saber cuántos años de olvido. El resultado no fue otro que un estruendoso golpe seco. La madera golpeó sin reparos en el suelo, y una tremenda tromba de cenizas se alzó con el mismo golpe. Cenizas, polvo, trocitos de cristal... toda una serie de neblina que impedía por un momento ver qué había tras la puerta, y que sin duda provocaría que Mogura se retractase en sus palabras, o al menos que se aclarase la voz y aliviase los ojos. Él se había comido toda la polvareda.
—Dios! Que susto me has pegado, Mogura...— Alcanzó a decir la chica, con una mano en el pecho.
Acto seguido Len no tuvo mejor idea que soltar un comentario de lo mas tenebroso. La chica lo fulminó con la mirada, sin titubeo alguno.
«¿Z-zom...zombies...?»
Rápidamente echó un vistazo alrededor, aunque nada parecía haber cambiado. No se escuchaba un alma, ni tan siquiera los graznidos del maldito pájaro. —No digas mas tonterías, len!— La chica dejó de lado el comentario del chico, e intentó avanzar un poco, dirección hacia otra de las casas no demasiado lejanas.
Entre tanto Mogura, que podía visualizar el interior de la casa, no podía ver señal alguna de vida reciente. El suelo estaba bañado en una gruesa capa de polvo, así como la mayoría de muebles; unos muebles que casi parecían pertenecer a otra época. En las paredes, al menos dos decenas de cuadros, los cuales estaban tan polvorientos que no dejaban ver el contenido fotográfico. Si a alguno le daba por limpiarlos, podrían ver que en la foto solo habían cabras en diferentes escenarios.
Par rematar el momento, una campana empezó a resonar en el centro de la aldea. Su ruido era alarmante, aunque no frenético. ¿Se trataba quizás de alguna seña para que todos los aldeanos acudiesen a la plaza central? La plaza central curiosamente quedaba justo frente al edificio mas alto de la ciudad, el susodicho fuerte sin ventanas.
—¿Deberíamos ir? Quizás los aldeanos están allí, ¿no?— Sugirió la kunoichi.
Si se ponían en camino, la chica intentaría quedar en el grupo, para nada iba a quedarse sola... menos después de ese fastidioso comentario de los zombies. Había visto demasiadas películas, y los asuntos de muertos vivientes nunca acaban bien.
La plaza central no estaba constituida por mas que una reseñada escultura de un cuervo tallada en cristal, así como unos cuantos banquillos rodeando la mencionada escultura. Cerca del edificio, una campana colgaba de un poste de madera con forma de T, pero no parecía haber nadie allí que la hubiese tocado. La puerta de la edificación central era de un roble de alta calidad, y se notaba mucho mas cuidado que el resto de cosas.
Alrededor, nada parecía cuidado. Las casas continuaban pareciendo destruidas hacía eones, hasta los banquillos metálicos estaban oxidados y moribundos. No resistía en pie ni un solo árbol, no habían molestando ni simples mosquitos. Parecía una aldea fantasma.
Mogura fue el primero en adelantarse en ésta ocasión, alegando que quizás los aldeanos de esa parte de la aldea se había mudado o algo similar. Quería probar a llamar a una de las puertas, sus intenciones eran claras. Por el otro lado, Len sugirió que no debían separarse, pues la niebla podía volverse mas densa. Razón no le faltaba.
Clock, clock, clock.
Tres sonoros golpes de nudillo sobre la antigua madera hicieron mella en el silencio sepulcral de la aldea. Poco después, el efecto fue desgarrador. Las bisagras cedieron, oxidadas por el tiempo y las inclemencias de a saber cuántos años de olvido. El resultado no fue otro que un estruendoso golpe seco. La madera golpeó sin reparos en el suelo, y una tremenda tromba de cenizas se alzó con el mismo golpe. Cenizas, polvo, trocitos de cristal... toda una serie de neblina que impedía por un momento ver qué había tras la puerta, y que sin duda provocaría que Mogura se retractase en sus palabras, o al menos que se aclarase la voz y aliviase los ojos. Él se había comido toda la polvareda.
—Dios! Que susto me has pegado, Mogura...— Alcanzó a decir la chica, con una mano en el pecho.
Acto seguido Len no tuvo mejor idea que soltar un comentario de lo mas tenebroso. La chica lo fulminó con la mirada, sin titubeo alguno.
«¿Z-zom...zombies...?»
Rápidamente echó un vistazo alrededor, aunque nada parecía haber cambiado. No se escuchaba un alma, ni tan siquiera los graznidos del maldito pájaro. —No digas mas tonterías, len!— La chica dejó de lado el comentario del chico, e intentó avanzar un poco, dirección hacia otra de las casas no demasiado lejanas.
Entre tanto Mogura, que podía visualizar el interior de la casa, no podía ver señal alguna de vida reciente. El suelo estaba bañado en una gruesa capa de polvo, así como la mayoría de muebles; unos muebles que casi parecían pertenecer a otra época. En las paredes, al menos dos decenas de cuadros, los cuales estaban tan polvorientos que no dejaban ver el contenido fotográfico. Si a alguno le daba por limpiarlos, podrían ver que en la foto solo habían cabras en diferentes escenarios.
Par rematar el momento, una campana empezó a resonar en el centro de la aldea. Su ruido era alarmante, aunque no frenético. ¿Se trataba quizás de alguna seña para que todos los aldeanos acudiesen a la plaza central? La plaza central curiosamente quedaba justo frente al edificio mas alto de la ciudad, el susodicho fuerte sin ventanas.
—¿Deberíamos ir? Quizás los aldeanos están allí, ¿no?— Sugirió la kunoichi.
Si se ponían en camino, la chica intentaría quedar en el grupo, para nada iba a quedarse sola... menos después de ese fastidioso comentario de los zombies. Había visto demasiadas películas, y los asuntos de muertos vivientes nunca acaban bien.
La plaza central no estaba constituida por mas que una reseñada escultura de un cuervo tallada en cristal, así como unos cuantos banquillos rodeando la mencionada escultura. Cerca del edificio, una campana colgaba de un poste de madera con forma de T, pero no parecía haber nadie allí que la hubiese tocado. La puerta de la edificación central era de un roble de alta calidad, y se notaba mucho mas cuidado que el resto de cosas.
Alrededor, nada parecía cuidado. Las casas continuaban pareciendo destruidas hacía eones, hasta los banquillos metálicos estaban oxidados y moribundos. No resistía en pie ni un solo árbol, no habían molestando ni simples mosquitos. Parecía una aldea fantasma.