31/07/2016, 00:13
«¿Por qué he hecho eso?» Se preguntaba, una y otra vez, mientras trataba de controlar los violentos temblores que sacudían su cuerpo.
En su alocada carrera casi había llegado a salir de Kuroshiro, pero al final había terminado por detenerse en una pequeña plaza de las afueras del pueblo y se había sentado en el borde de una fuente que hacía caer el agua desde una caña de bambú sujetada por... un panda, como no podía ser de otra manera.
—¡Ah! ¿Es que no puedo disfrutar de un día tranquilo sin que pase nada fuera de lo normal? —se lamentó al aire, y después apoyó la barbilla entre sus manos.
No podía dejar de pensar en todo lo sucedido. En las miradas de desaprobación de los ciudadanos, en aquel brillo de rechazo en los ojos de los niños, en la acerada tranquilidad de los guardias de seguridad, en los airados gritos del dueño del redil... Y, sobre todo, en la actitud de la kunoichi de Takigakure hacia aquel pueblo cuya vida entera parecía girar en torno a aquellos animales.
«La he dejado allí tirada... Menuda impresión se habrá llevado de mí.» Suspiró, con los ojos fijos en una humilde casa de aspecto rural que se apreciaba a lo lejos. Parecía estar construida enteramente con piedra y madera, tenía un piso de alto y el tejado a dos aguas. En el jardín vallado, un hombre de avanzada edad se paseaba con su bastón entre un grupo de osos panda que devoraban, espatarrados en el suelo, una auténtica montaña de cañas de bambú.
De alguna manera, aquella imagen se le antojó increíblemente diferente a la que acababa de presenciar en el feriado.
En su alocada carrera casi había llegado a salir de Kuroshiro, pero al final había terminado por detenerse en una pequeña plaza de las afueras del pueblo y se había sentado en el borde de una fuente que hacía caer el agua desde una caña de bambú sujetada por... un panda, como no podía ser de otra manera.
—¡Ah! ¿Es que no puedo disfrutar de un día tranquilo sin que pase nada fuera de lo normal? —se lamentó al aire, y después apoyó la barbilla entre sus manos.
No podía dejar de pensar en todo lo sucedido. En las miradas de desaprobación de los ciudadanos, en aquel brillo de rechazo en los ojos de los niños, en la acerada tranquilidad de los guardias de seguridad, en los airados gritos del dueño del redil... Y, sobre todo, en la actitud de la kunoichi de Takigakure hacia aquel pueblo cuya vida entera parecía girar en torno a aquellos animales.
«La he dejado allí tirada... Menuda impresión se habrá llevado de mí.» Suspiró, con los ojos fijos en una humilde casa de aspecto rural que se apreciaba a lo lejos. Parecía estar construida enteramente con piedra y madera, tenía un piso de alto y el tejado a dos aguas. En el jardín vallado, un hombre de avanzada edad se paseaba con su bastón entre un grupo de osos panda que devoraban, espatarrados en el suelo, una auténtica montaña de cañas de bambú.
De alguna manera, aquella imagen se le antojó increíblemente diferente a la que acababa de presenciar en el feriado.