3/08/2016, 19:19
— Aunque no contase con el dinero necesario, debería haber informado a la kage de esto. Está cometiéndose un crimen y no se puede permitir.
—No queríamos darle problemas a Shiona-sama... — Esta vez lo explicó la pequeña, ganándose una mirada de reproche de su padre.
—Mi-chan, ¿por qué no llevas a Mido, Shido y Moku a casa? Yo iré en breves. — Sugirió Takeshi mirando a su hija, esta asintió y tomó a la tercera gallina, colocándose a la que estaba durmiendo en su cabecita, y, saltando, se perdió en el horizonte. —Ahora que Mimiko no está, puedo hablaros sin rodeos: sí, es cierto, no dijimos nada a Shiona-sama por no dar problemas a la gran Uzukage, pero por otro lado, me vi capaz de detener a quien o quienes estuviesen detrás del hurto de mis aves... Pero estoy en un punto muerto, y no quería que Mimiko se involucrase, ¿y si la secuestrasen a ella? no podría soportarlo... — Explicó.
—Debió decírselo, Nabi tiene razón, la kage debería haber sabido sobre un crimen que está pasando en su villa, y eso no puede permitirse. — Repitió la moción del Uchiha. —Yo soy Eri, y él es Nabi, y no se preocupe, nosotros intentaremos dar con el ladrón. — Alegó, llevándose el pulgar al pecho, orgullosa de su trabajo como shinobi del remolino.
Al hombre se le iluminó el rostro, y pronto tomó de la mano a la pequeña kunoichi que no tenía ni idea de dónde había salido, pero ya le caía bien.
—¿De verdad? ¡Eso sería genial! — Exclamó con los ojos húmedos. —Entonces venid, no perdamos más tiempo. — Y tirando ahora de ambos, los guió al lugar de donde salían las gallinas, o mejor conocido como la casa de Takeshi.
Situada cerca de las Costas del Remolino se encontraba una pequeña casa de tejados rojizos y paredes blanquecinas, desgastadas por el paso del tiempo. Justo detrás de la casa se encontraba un corral para aves y casuchas para las mismas, y por lo que se podía apreciar, las vallas estaban rotas por muchos lados, picoteadas, magulladas..., y dentro de éstas se encontraban cuatro gallinas y una pequeña muchacha dándoles de comer. Takeshi se detuvo frente a la puerta rojiza y la abrió, dejando pasar a sus invitados.
—Pasad, como si estuviesen en vuestra casa, yo iré a por las pistas y las fotos. — Dijo señalando una pequeña sala de paredes lilas y suelo de madera, con un sofá y dos taburetes, una mesa en el medio y una pequeña televisión. A los lados y junto a las paredes, había tres estanterías repletas de libros y fotografías de la familia que vivía allí. Eri observó la casa con cautela, aunque se había ofrecido a ayudar, todavía se encontraba en territorio desconocido y tenía que estar alerta.
Cuando se relajó, después de haber inspeccionado el lugar con la vista, se sentó lo más cercana a la puerta posible, indicándole al Uchiha que se sentase cerca de ella.
—Hey, Nabi... ¿Qué piensas? — Preguntó, curiosa.
—No queríamos darle problemas a Shiona-sama... — Esta vez lo explicó la pequeña, ganándose una mirada de reproche de su padre.
—Mi-chan, ¿por qué no llevas a Mido, Shido y Moku a casa? Yo iré en breves. — Sugirió Takeshi mirando a su hija, esta asintió y tomó a la tercera gallina, colocándose a la que estaba durmiendo en su cabecita, y, saltando, se perdió en el horizonte. —Ahora que Mimiko no está, puedo hablaros sin rodeos: sí, es cierto, no dijimos nada a Shiona-sama por no dar problemas a la gran Uzukage, pero por otro lado, me vi capaz de detener a quien o quienes estuviesen detrás del hurto de mis aves... Pero estoy en un punto muerto, y no quería que Mimiko se involucrase, ¿y si la secuestrasen a ella? no podría soportarlo... — Explicó.
—Debió decírselo, Nabi tiene razón, la kage debería haber sabido sobre un crimen que está pasando en su villa, y eso no puede permitirse. — Repitió la moción del Uchiha. —Yo soy Eri, y él es Nabi, y no se preocupe, nosotros intentaremos dar con el ladrón. — Alegó, llevándose el pulgar al pecho, orgullosa de su trabajo como shinobi del remolino.
Al hombre se le iluminó el rostro, y pronto tomó de la mano a la pequeña kunoichi que no tenía ni idea de dónde había salido, pero ya le caía bien.
—¿De verdad? ¡Eso sería genial! — Exclamó con los ojos húmedos. —Entonces venid, no perdamos más tiempo. — Y tirando ahora de ambos, los guió al lugar de donde salían las gallinas, o mejor conocido como la casa de Takeshi.
Situada cerca de las Costas del Remolino se encontraba una pequeña casa de tejados rojizos y paredes blanquecinas, desgastadas por el paso del tiempo. Justo detrás de la casa se encontraba un corral para aves y casuchas para las mismas, y por lo que se podía apreciar, las vallas estaban rotas por muchos lados, picoteadas, magulladas..., y dentro de éstas se encontraban cuatro gallinas y una pequeña muchacha dándoles de comer. Takeshi se detuvo frente a la puerta rojiza y la abrió, dejando pasar a sus invitados.
—Pasad, como si estuviesen en vuestra casa, yo iré a por las pistas y las fotos. — Dijo señalando una pequeña sala de paredes lilas y suelo de madera, con un sofá y dos taburetes, una mesa en el medio y una pequeña televisión. A los lados y junto a las paredes, había tres estanterías repletas de libros y fotografías de la familia que vivía allí. Eri observó la casa con cautela, aunque se había ofrecido a ayudar, todavía se encontraba en territorio desconocido y tenía que estar alerta.
Cuando se relajó, después de haber inspeccionado el lugar con la vista, se sentó lo más cercana a la puerta posible, indicándole al Uchiha que se sentase cerca de ella.
—Hey, Nabi... ¿Qué piensas? — Preguntó, curiosa.