3/08/2016, 23:49
(Última modificación: 3/08/2016, 23:50 por Aotsuki Ayame.)
—¡Vaya, hola de nuevo! —Aquella voz consiguió arrancarla de su ensimismamiento, y cuando en su sobresalto Ayame alzó la cabeza y se topó con los ojos acerados de la kunoichi de Takigakure, no pudo evitar agachar la cabeza, avergonzada—. Una jinchuuriki asustada de unos cuantos aldeanos...
—¿Cómo lo...? Ah... Mansue... —Había pasado tanto tiempo en Amegakure que había olvidado que su secreto había dejado de serlo. Tras el sobresalto inicial, Ayame torció el gesto, molesta, ante el añadido de Anzu.
«Le ha debido faltar tiempo para irse de la lengua...»
—Eh, no te culpo, socia. La verdad es que ha sido culpa mía. No debí haber intentado enfrentarme a todo el pueblo a la vez... Esos paletos son unos cabrones. Sí, no ha sido buena idea. Hay que pensar un método alternativo... —la miró directamente, y Ayame se removió en el sitio, terriblemente inquieta—. ¿Qué piensas tú? ¿Se te ocurre algún plan para liberar a estos pobres bichos? Y me refiero a los pandas, claro.
No había esperado que le preguntara su opinión de manera tan directa, y Ayame se tomó algunos segundos para responder. De alguna manera, se sentía como si estuviera andando entre arenas movedizas.
—¿Yo? —preguntó, de manera retórica—. Yo creo que intentar liberar a los pandas sería jugarte el cuello. Quiero decir, te estarías enfrentando a todo el pueblo, tal y como ha pasado antes. Y por muy kunoichis que seamos, no dejamos de ser simples genin. No solo eso, no sabes cómo han sido criados esos animales. Quizás no puedan sobrevivir solos en libertad, quizás puedas causar un mal aún mayor al entorno donde los liberes... Además, no todo es tan blanco o tan negro como parece —añadió señalando hacia lo que parecía ser la granja de los pandas, y poco le faltó para reírse de aquel accidental chiste. No le había pasado desapercibida la mirada que la de Takigakure le había echado al afable anciano, que ahora se empeñaba en repartir más tallos de bambú por el terreno. Dos crías perseguían sus talones, jugueteando entre sí—. Esa estampa no tiene nada que ver con la que hemos visto antes. Allí no hay nadie montando a los pandas, tan solo están bajo el cuidado de ese hombre. Desde luego parecen... más felices que en el otro recinto —suspiró con pesadez.
»Si me preguntas cuál es mi postura definitiva, antes que actuar a lo bruto y liberar a los pandas sin pensar en las consecuencias, trataría de concienciar a la gente. Educarlos. Aunque eso llevaría tiempo y esfuerzo, sin duda.
—¿Cómo lo...? Ah... Mansue... —Había pasado tanto tiempo en Amegakure que había olvidado que su secreto había dejado de serlo. Tras el sobresalto inicial, Ayame torció el gesto, molesta, ante el añadido de Anzu.
«Le ha debido faltar tiempo para irse de la lengua...»
—Eh, no te culpo, socia. La verdad es que ha sido culpa mía. No debí haber intentado enfrentarme a todo el pueblo a la vez... Esos paletos son unos cabrones. Sí, no ha sido buena idea. Hay que pensar un método alternativo... —la miró directamente, y Ayame se removió en el sitio, terriblemente inquieta—. ¿Qué piensas tú? ¿Se te ocurre algún plan para liberar a estos pobres bichos? Y me refiero a los pandas, claro.
No había esperado que le preguntara su opinión de manera tan directa, y Ayame se tomó algunos segundos para responder. De alguna manera, se sentía como si estuviera andando entre arenas movedizas.
—¿Yo? —preguntó, de manera retórica—. Yo creo que intentar liberar a los pandas sería jugarte el cuello. Quiero decir, te estarías enfrentando a todo el pueblo, tal y como ha pasado antes. Y por muy kunoichis que seamos, no dejamos de ser simples genin. No solo eso, no sabes cómo han sido criados esos animales. Quizás no puedan sobrevivir solos en libertad, quizás puedas causar un mal aún mayor al entorno donde los liberes... Además, no todo es tan blanco o tan negro como parece —añadió señalando hacia lo que parecía ser la granja de los pandas, y poco le faltó para reírse de aquel accidental chiste. No le había pasado desapercibida la mirada que la de Takigakure le había echado al afable anciano, que ahora se empeñaba en repartir más tallos de bambú por el terreno. Dos crías perseguían sus talones, jugueteando entre sí—. Esa estampa no tiene nada que ver con la que hemos visto antes. Allí no hay nadie montando a los pandas, tan solo están bajo el cuidado de ese hombre. Desde luego parecen... más felices que en el otro recinto —suspiró con pesadez.
»Si me preguntas cuál es mi postura definitiva, antes que actuar a lo bruto y liberar a los pandas sin pensar en las consecuencias, trataría de concienciar a la gente. Educarlos. Aunque eso llevaría tiempo y esfuerzo, sin duda.