7/08/2016, 23:55
—Excepto porque no son vuestros hijos —replicó Anzu, terca como una mula—. ¡Son animales salvajes! No necesitan que ningún humano los cuide, sino vivir libremente en el bosque. Por todos los dioses de Oonindo, ¿es que en este pueblo todos están locos?
—¿Acaso liberarías a los perros que tenéis en muchas de vuestras casas? —respondió el anciano, visiblemente ofendido—. Estos animales llevan aquí mucho antes de lo que te puedas siquiera imaginar, chiquilla, y su historia de remonta hasta mucho antes de que tú... no, tu tatarabuela como mínimo, siquiera estuviera en la mente de su madre. Hace mucho que dejaron de ser animales salvajes.
Ayame, silenciosa hasta el momento, no había apartado la mirada de la espalda de Anzu. Estudiaba la escena. Y se había dado cuenta de que, tal era la rabia que sentía, que sus manos habían comenzado a sangrar de lo apretados que había llevado los puños hasta entonces.
—Ookuma... ¿Quién es ese tal Ookuma?
Fue sólo en ese momento cuando Ayame volvió su mirada hacia el anciano, buscando esa misma respuesta. El aludido suspiró profundamente y con amarga resignación antes de responder:
—Ōkuma... Ese maldito monstruo... —ahora era el hombre el que había apretado los puños junto a su costado. Y parecía estar haciendo verdaderos esfuerzos para no golpear lo que más cerca encontrara—. Le veréis si vais a ese mercadillo de mala muerte que han instalado en el centro de Kuroshiro. Él ni siquiera nació aquí, no conoce nuestra historia. Pero llegó un día aquí, se quedó durante más de un año ayudando en una granja cercana en el cuidado de los pandas, y nos engañó a todos con palabras envenenadas para ganarse nuestra confianza y que le contáramos todos nuestros secretos con los animales. Parecía realmente enamorado de los pandas... pero la realidad era que debía haber visto algo en ellos que podía garantizarle un enorme beneficio...
Con un renovado suspiro, el hombre dirigió su mirada hacia el cercado donde se encontraban sus animales.
—Había una familia en Kuroshiro que estaba pasando verdaderos apuros económicos, y Ōkuma no dudó en aprovechar la ocasión. Nadie sabía que aquel hombre guardaba tanta riqueza bajo aquel aspecto de chiquillo enclenque. Un buen día apareció con un buen fajo de billetes en mano, engatusó a la familia para que le vendieran sus pandas y a partir de entonces hizo crecer un auténtico negocio basado en una abusiva y repulsiva explotación de los animales. El mercado es buena prueba de ello. Y nadie se ha atrevido a hacerle frente. Tiene poder, dinero, hombres a su cargo y encima aporta beneficios al pueblo. El gobierno está encantado con ellos.
Volvió la mirada hacia Anzu. Y en aquella ocasión, neblinosos ojos reflejaban un profundo dolor.
—Por eso os he pedido que no nos metáis a todo Kuroshiro en esto. Si vais a ese mercadillo, lo único que veréis allí son turistas. Cualquier habitante de esta humilde aldea aborrece por completo a Ōkuma y su actividad.
Ayame no se había dado cuenta hasta ese momento de que ahora era ella la que había apretado sendos puños y que la ira recorría todo su cuerpo como un torrente de fuego.
—¿Acaso liberarías a los perros que tenéis en muchas de vuestras casas? —respondió el anciano, visiblemente ofendido—. Estos animales llevan aquí mucho antes de lo que te puedas siquiera imaginar, chiquilla, y su historia de remonta hasta mucho antes de que tú... no, tu tatarabuela como mínimo, siquiera estuviera en la mente de su madre. Hace mucho que dejaron de ser animales salvajes.
Ayame, silenciosa hasta el momento, no había apartado la mirada de la espalda de Anzu. Estudiaba la escena. Y se había dado cuenta de que, tal era la rabia que sentía, que sus manos habían comenzado a sangrar de lo apretados que había llevado los puños hasta entonces.
—Ookuma... ¿Quién es ese tal Ookuma?
Fue sólo en ese momento cuando Ayame volvió su mirada hacia el anciano, buscando esa misma respuesta. El aludido suspiró profundamente y con amarga resignación antes de responder:
—Ōkuma... Ese maldito monstruo... —ahora era el hombre el que había apretado los puños junto a su costado. Y parecía estar haciendo verdaderos esfuerzos para no golpear lo que más cerca encontrara—. Le veréis si vais a ese mercadillo de mala muerte que han instalado en el centro de Kuroshiro. Él ni siquiera nació aquí, no conoce nuestra historia. Pero llegó un día aquí, se quedó durante más de un año ayudando en una granja cercana en el cuidado de los pandas, y nos engañó a todos con palabras envenenadas para ganarse nuestra confianza y que le contáramos todos nuestros secretos con los animales. Parecía realmente enamorado de los pandas... pero la realidad era que debía haber visto algo en ellos que podía garantizarle un enorme beneficio...
Con un renovado suspiro, el hombre dirigió su mirada hacia el cercado donde se encontraban sus animales.
—Había una familia en Kuroshiro que estaba pasando verdaderos apuros económicos, y Ōkuma no dudó en aprovechar la ocasión. Nadie sabía que aquel hombre guardaba tanta riqueza bajo aquel aspecto de chiquillo enclenque. Un buen día apareció con un buen fajo de billetes en mano, engatusó a la familia para que le vendieran sus pandas y a partir de entonces hizo crecer un auténtico negocio basado en una abusiva y repulsiva explotación de los animales. El mercado es buena prueba de ello. Y nadie se ha atrevido a hacerle frente. Tiene poder, dinero, hombres a su cargo y encima aporta beneficios al pueblo. El gobierno está encantado con ellos.
Volvió la mirada hacia Anzu. Y en aquella ocasión, neblinosos ojos reflejaban un profundo dolor.
—Por eso os he pedido que no nos metáis a todo Kuroshiro en esto. Si vais a ese mercadillo, lo único que veréis allí son turistas. Cualquier habitante de esta humilde aldea aborrece por completo a Ōkuma y su actividad.
Ayame no se había dado cuenta hasta ese momento de que ahora era ella la que había apretado sendos puños y que la ira recorría todo su cuerpo como un torrente de fuego.