16/08/2016, 23:06
—Está bien, está bien. Lo que tú digas, abuelo —replicó, y el anciano torció el gesto ante la falta de cortesía de Anzu—. Aunque de lo que sí estoy segura es de que no te importaría si alguien le jodiese el negocio a ese tal Ookuma, ¿eh?
—¿Qué? —se le escapó a Ayame, con un hilo de voz.
—¡Bueno, bueno! ¿Qué tenemos aquí? Parece que os vendría bien una mano con ese tipo. Ya que os faltan huevos para echarlo a patadas, tranquilo, lo haremos nosotras.
—Esper... —comenzó a replicar Ayame, pero se vio bruscamente interrumpida cuando la de Takigakure le pasó el brazo por los hombros como si no hubiesen estado a punto de pasar a las manos hacía apenas unos pocos minutos, como si fueran las mejores amigas del mundo desde siempre. Quizás debería haber aprovechado el momento para abrirle un par de agujeros.
—¿Qué me dices, eh, socia? No me digas que no estaría bien enseñarle un par de cosas a ese cabronazo.
El anciano resopló sonoramente.
—¿Pero qué bobadas estáis diciendo ahora? ¡Bajad del cielo de una vez! ¡Apenas sois un par de mocosas recién salidas de la guardería con algún que otro truco bajo la manga! —exclamó, señalando sus bandanas—. Os lo advierto: yo no me voy a hacer responsable de lo que os pase si decidís jugar con alguien como Ōkuma. Bastante tengo ya con mantener a estos pandas alejados de sus garras.
—Tiene razón, Anzu-san... —le susurró Ayame, pálida como la cera—. Ese tal Ōkuma parece ser alguien terriblemente poderoso. Tiene dinero, hombres armados... y nosotras sólo somos...
—¿Qué? —se le escapó a Ayame, con un hilo de voz.
—¡Bueno, bueno! ¿Qué tenemos aquí? Parece que os vendría bien una mano con ese tipo. Ya que os faltan huevos para echarlo a patadas, tranquilo, lo haremos nosotras.
—Esper... —comenzó a replicar Ayame, pero se vio bruscamente interrumpida cuando la de Takigakure le pasó el brazo por los hombros como si no hubiesen estado a punto de pasar a las manos hacía apenas unos pocos minutos, como si fueran las mejores amigas del mundo desde siempre. Quizás debería haber aprovechado el momento para abrirle un par de agujeros.
—¿Qué me dices, eh, socia? No me digas que no estaría bien enseñarle un par de cosas a ese cabronazo.
El anciano resopló sonoramente.
—¿Pero qué bobadas estáis diciendo ahora? ¡Bajad del cielo de una vez! ¡Apenas sois un par de mocosas recién salidas de la guardería con algún que otro truco bajo la manga! —exclamó, señalando sus bandanas—. Os lo advierto: yo no me voy a hacer responsable de lo que os pase si decidís jugar con alguien como Ōkuma. Bastante tengo ya con mantener a estos pandas alejados de sus garras.
—Tiene razón, Anzu-san... —le susurró Ayame, pálida como la cera—. Ese tal Ōkuma parece ser alguien terriblemente poderoso. Tiene dinero, hombres armados... y nosotras sólo somos...