27/08/2016, 15:57
Anzu aguantó como un chaparrón la lluvia de críticas y palabras desmotivadoras que le arrojaron —una vez más— la jinchuuriki y el anciano. Ella no lo entendía; allí se estaba cometiendo una injusticia de libro, un atropello, un abuso con todas las letras. Los pobres pandas no eran más que víctimas de la horrible ambición de unos hombres, y aunque —según el viejo— todos en el pueblo lo sabían, ninguno parecía dispuesto a mover un dedo por impedirlo. A ojos de aquella joven kunoichi, la situación era simplemente inexplicable.
—Muy bien —masculló, mientras sentía cómo le ardían las entrañas—. Malditos cobardes, lo haré sin vosotros. Quedáos en vuestras casas cómodamente sentados mientras una verdadera ninja pone un poco de justicia por medio en este estercolero moral.
Ni corta ni perezosa, se dio media vuelta y dejó a aquella pareja de personas más razonables e inteligentes que ella con dos palmos de narices. Mientras caminaba, furiosa, sin ningún rumbo en concreto, se miraba fijamente el kanji que tenía tatuado con tinta negra en la muñeca derecha.
«Justicia.»
Eso era justo lo que buscaba. Porque si hacía caso al anciano y Ayame, si desistía, si huía de aquella terrible situación... ¿Qué clase de ninja sería?
—Muy bien —masculló, mientras sentía cómo le ardían las entrañas—. Malditos cobardes, lo haré sin vosotros. Quedáos en vuestras casas cómodamente sentados mientras una verdadera ninja pone un poco de justicia por medio en este estercolero moral.
Ni corta ni perezosa, se dio media vuelta y dejó a aquella pareja de personas más razonables e inteligentes que ella con dos palmos de narices. Mientras caminaba, furiosa, sin ningún rumbo en concreto, se miraba fijamente el kanji que tenía tatuado con tinta negra en la muñeca derecha.
«Justicia.»
Eso era justo lo que buscaba. Porque si hacía caso al anciano y Ayame, si desistía, si huía de aquella terrible situación... ¿Qué clase de ninja sería?