30/08/2016, 19:56
Anzu no fue menos que sus compañeros a la hora de sorprenderse ante la repentina aparición del Kawakage. En lugar de la vieja Sekuoya, el máximo mandatario de la Cascada ocupaba aquella silla grande y cómoda tras la recepción del Edificio. Anzu ya había tenido ocasión de entablar conversación con Yubiwa, y una vez más pudo confirmar el caracter guasón y —a ojos de la marcial Yotsuki— poco militar del Senju. La desaprobación que inevitablemente sentía hacia la forma que tenía aquel hombre de tratar a sus subordinados, sin duda demasiado laxa, no impidió que la Yotsuki soltara una sonora carcajada cuando Yubiwa dejó literalmente en bragas a Datsue.
La risa se le heló en el rostro, sin embargo, un instante después.
—Tengo una misión de rango S para vosotros.
«¿Una misión de rango S? ¡Tiene que estar de coña! Sí, seguro, este tío se ve que es un cachondo sin remedio, já, una misión de rango S, claro, buen intento Yubiwa-sama, jé, casi me lo trago...» Anzu ya se lo estaba tomando a broma cuando el Uchiha se arrancó con una de sus características peroratas. Con el tiempo, la kunoichi de piel café había aprendido a tomárselas a guasa, e incluso les había cogido el gustillo. Había cierta musicalidad en la voz que Datsue ponía cada vez que mentía, un ritmo audible en sus palabras, un...
—¿Implicarlas a ellas? Lo siento, señor. Las conozco bien y... me temo que no están preparadas para una misión de tal magnitud. No puedo aceptar que mueran por mi culpa. Yo… jamás me lo perdonaría.
—¡Venga ya, fantasmón! —replicó Anzu, con un bufido, olvidándose por un momento de todas las normas de protocolo y cortesía delante de un superior—. No querrás que Kawakage-sama se entere del verdadero resultado de nuestra última... ejem, diferencia de opiniones, ¿verdad?
Una sonrisa de malicia se dibujó en el rostro de la Yotsuki, que ya estaba viendo el momento de contarles a todos los presentes cómo había apalizado a Datsue en combate singular, cuando de repente...
—Kawakage-sama, disculpe la interrupción —una voz sumamente característica cortó el aire.
Anzu giró la cabeza lentamente para encontrar a la figura que ya esperaba. Un hombre fornido, alto y moreno, con el pelo castaño y una cicatriz que le cruzaba el rostro de parte a parte, esperaba de pie tras los muchachos. Fue más una cortesía que un intento real de aguardar su turno, porque apenas Anzu clavó sus ojos grises en su maestro, éste avanzó con decisión hasta la mesa del Kawakage. Con gesto diligente se inclinó hasta que sus labios casi rozaron el oído de Yubiwa, y le susurró unas palabras que ninguno de los presentes gennin —ni siquiera la Yotsuki, a pesar de su buen oído— pudo escuchar.
La risa se le heló en el rostro, sin embargo, un instante después.
—Tengo una misión de rango S para vosotros.
«¿Una misión de rango S? ¡Tiene que estar de coña! Sí, seguro, este tío se ve que es un cachondo sin remedio, já, una misión de rango S, claro, buen intento Yubiwa-sama, jé, casi me lo trago...» Anzu ya se lo estaba tomando a broma cuando el Uchiha se arrancó con una de sus características peroratas. Con el tiempo, la kunoichi de piel café había aprendido a tomárselas a guasa, e incluso les había cogido el gustillo. Había cierta musicalidad en la voz que Datsue ponía cada vez que mentía, un ritmo audible en sus palabras, un...
—¿Implicarlas a ellas? Lo siento, señor. Las conozco bien y... me temo que no están preparadas para una misión de tal magnitud. No puedo aceptar que mueran por mi culpa. Yo… jamás me lo perdonaría.
—¡Venga ya, fantasmón! —replicó Anzu, con un bufido, olvidándose por un momento de todas las normas de protocolo y cortesía delante de un superior—. No querrás que Kawakage-sama se entere del verdadero resultado de nuestra última... ejem, diferencia de opiniones, ¿verdad?
Una sonrisa de malicia se dibujó en el rostro de la Yotsuki, que ya estaba viendo el momento de contarles a todos los presentes cómo había apalizado a Datsue en combate singular, cuando de repente...
—Kawakage-sama, disculpe la interrupción —una voz sumamente característica cortó el aire.
Anzu giró la cabeza lentamente para encontrar a la figura que ya esperaba. Un hombre fornido, alto y moreno, con el pelo castaño y una cicatriz que le cruzaba el rostro de parte a parte, esperaba de pie tras los muchachos. Fue más una cortesía que un intento real de aguardar su turno, porque apenas Anzu clavó sus ojos grises en su maestro, éste avanzó con decisión hasta la mesa del Kawakage. Con gesto diligente se inclinó hasta que sus labios casi rozaron el oído de Yubiwa, y le susurró unas palabras que ninguno de los presentes gennin —ni siquiera la Yotsuki, a pesar de su buen oído— pudo escuchar.