24/05/2015, 00:52
«Durru. Daruu es el árbol que bautizamos en el lago. Tengo que recordarlo.» Se sepitió a sí misma, con una sonrisa nerviosa, cuando Daruu la corrigió de nuevo acerca de su nombre.
Había estado a punto de disculparse de nuevo, cuando aquel monstruoso hombre hizo acto de aparición en la clase y arrojó a Reiji al interior sin ningún tipo de delicadeza. Lo único que le dio tiempo a Ayame, fue a preguntarse quién demonios podría ser, antes de que desapareciera de escena tan rápido como había aparecido. Por eso se limitó a intervenir con una nueva pregunta en respuesta al comentario del recién llegado, pero parecía que élno estaba por la labor de ir a comer pizza. La muchacha torció el gesto, contrariada.
—¡Jo! Entonces, ¿por qué lo has sugerido? —preguntó, con un ligero mohín de decepción.
Daruu soltó una carcajada en respuesta, y algo se removió en el interior de Ayame cuando expresó su alegría de que ellos fueran sus compañeros de equipo.
—Yo... yo... —comenzó a decir, pero el chico vampiro la interrumpió al admitir que en realidad él no había estado muy interesado en aquello de los equipos. Ayame le miró de reojo, al recordar el enfrentamiento que había tenido con su padre aquella misma mañana, y enrojeció ligeramente, avergonzada de haberse mostrado tan negativa ante las expectativas que le suponía todo aquello. Apartó la mirada, y un repentino estremecimiento recorrió su cuerpo. La temperatura parecía haber bajado de repente varios grados. ¿Se habría estropeado la calefacción?
Sus pensamientos se vieron frustrados con un repentino alarido. Ayame se giró, alarmada, lo justo para ver a Reiji tirado en el suelo, estirándose de los pelos y gritando dramáticamente que se iba a morir de hambre.
—R... ¿Reiji-san...? —comenzó a decir...
Pero una voz tras su espalda la congeló momentáneamente...
—¿Qué es todo este escándalo?
En el marco de la puerta había vuelto a aparecer una nueva figura que contrastaba completamente con la del hombre que había traído a Reiji. Era un joven alto y delgado, de músculos apenas marcados en su cuerpo, y que resplandecía enteramente por su color blanco. Llevaba ropajes cómodos y vestía completamente de blanco. Níveos eran también los cabellos que revolvía con una de sus manos, y blanca como la leche la tez de su rostro. Sus ojos de escarcha contemplaban la escena que se estaba desarrollando en el interior del aula, pero ningún tipo de expresión asomaba a su rostro completamente marmóreo. El único rastro de color que podrían apreciar los tres alumnos correspondía al tatuaje negro con forma de lágrimas que descendía por su párpado inferior izquierdo hacia su mejilla y a la bufanda azul que llevaba anudada en torno al cuello y caía tras su espalda, y en la que exhibía orgulloso la placa que le identificaba como shinobi de la aldea.
«No puede ser... no puede ser...» Boquiabierta como estaba, Ayame se vio incapaz de formular palabra alguna. Se había echado a temblar, y no podría asegurar si se debía al frío que repentinamente sentía o...
Había estado a punto de disculparse de nuevo, cuando aquel monstruoso hombre hizo acto de aparición en la clase y arrojó a Reiji al interior sin ningún tipo de delicadeza. Lo único que le dio tiempo a Ayame, fue a preguntarse quién demonios podría ser, antes de que desapareciera de escena tan rápido como había aparecido. Por eso se limitó a intervenir con una nueva pregunta en respuesta al comentario del recién llegado, pero parecía que élno estaba por la labor de ir a comer pizza. La muchacha torció el gesto, contrariada.
—¡Jo! Entonces, ¿por qué lo has sugerido? —preguntó, con un ligero mohín de decepción.
Daruu soltó una carcajada en respuesta, y algo se removió en el interior de Ayame cuando expresó su alegría de que ellos fueran sus compañeros de equipo.
—Yo... yo... —comenzó a decir, pero el chico vampiro la interrumpió al admitir que en realidad él no había estado muy interesado en aquello de los equipos. Ayame le miró de reojo, al recordar el enfrentamiento que había tenido con su padre aquella misma mañana, y enrojeció ligeramente, avergonzada de haberse mostrado tan negativa ante las expectativas que le suponía todo aquello. Apartó la mirada, y un repentino estremecimiento recorrió su cuerpo. La temperatura parecía haber bajado de repente varios grados. ¿Se habría estropeado la calefacción?
Sus pensamientos se vieron frustrados con un repentino alarido. Ayame se giró, alarmada, lo justo para ver a Reiji tirado en el suelo, estirándose de los pelos y gritando dramáticamente que se iba a morir de hambre.
—R... ¿Reiji-san...? —comenzó a decir...
Pero una voz tras su espalda la congeló momentáneamente...
—¿Qué es todo este escándalo?
En el marco de la puerta había vuelto a aparecer una nueva figura que contrastaba completamente con la del hombre que había traído a Reiji. Era un joven alto y delgado, de músculos apenas marcados en su cuerpo, y que resplandecía enteramente por su color blanco. Llevaba ropajes cómodos y vestía completamente de blanco. Níveos eran también los cabellos que revolvía con una de sus manos, y blanca como la leche la tez de su rostro. Sus ojos de escarcha contemplaban la escena que se estaba desarrollando en el interior del aula, pero ningún tipo de expresión asomaba a su rostro completamente marmóreo. El único rastro de color que podrían apreciar los tres alumnos correspondía al tatuaje negro con forma de lágrimas que descendía por su párpado inferior izquierdo hacia su mejilla y a la bufanda azul que llevaba anudada en torno al cuello y caía tras su espalda, y en la que exhibía orgulloso la placa que le identificaba como shinobi de la aldea.
«No puede ser... no puede ser...» Boquiabierta como estaba, Ayame se vio incapaz de formular palabra alguna. Se había echado a temblar, y no podría asegurar si se debía al frío que repentinamente sentía o...