10/09/2016, 17:59
—¿Lo has oído? ¡Esta noche actúa Rokuro Hei!
—¡¿Quéééé?! ¡¿Lo dices en serio?! ¡¿Rokuro Hei-sama?!
En cuestión de segundos, los murmullos se habían convertido en auténticos alaridos. Y aunque no acostumbraba a espiar conversaciones ajenas, al final Ayame sucumbió a la tentación de levantar la mirada de su plato de mochi. Eran dos chicas las que estaban cacareando entre sí y una de ellas, la más joven de las dos, parecía a punto de sufrir un colapso emocional.
—¡Ay! ¡¡Creo que voy a morirme!! ¡¡¡EL GRAN ROKURO HEI EN PERSONA!!!
Ayame no pudo evitar torcer el gesto ante aquel último chillido. El volumen de aquellas dos fanáticas estaba comenzando a amenazar la integridad de sus tímpanos pero, aunque en cualquier otra ocasión se habría limitado a ignorarlas y a seguir comiendo, aquella vez le pudo la curiosidad. Tomó el plato de plástico con su mano diestra y se acercó con cierta timidez al ojo del huracán.
—¿Crees que si me pongo ese vestido se fijará en mí?
—Disculpad... —intervino, y las dos jóvenes se volvieron hacia ella con cara de pocos amigos. Sus ojos la atravesaban como si hubiera interrumpido la conversación más importante de la historia. Durante un instante titubeó, intimidada, pero no se echó atrás—. Lo siento, no he podido evitar escucharos... ¿quién es Rokuro Hei?
Ellas se llevaron una mano a la boca con una exclamación ahogada. Por su rostro horrorizado, era como si les estuviera preguntando algo tan simple como de qué color era el cielo. Y no pudo evitar sentirse avergonzada al sentir que acababa de preguntar algo que debería conocer.
—Oh, bueno, es una extranjera. Cómo iba a conocerlo —replicó la mayor, encogiéndose de hombros y señalando la bandana que cubría la frente de Ayame—. Se ve que la grandeza de Rokuro Hei-sama es exclusiva de Notsuba. Pero aún así es increíble que su fama no se haya extendido por todo Onindo... Rokuro Hei-sama es el mayor músico de todo el País de...
—¡¿De todo el país?! —interrumpió la otra, visiblemente escandalizada—. ¿Pero qué estás diciendo? ¡DE TODO EL MUNDO! —suspiró, y se llevó una mano a las mejillas arreboladas—. Ay... qué daría yo porque me acariciara como acaricia a su shamisen...
Ayame tuvo que sacudir la cabeza para apartar de su mente aquellas últimas palabras.
—¿Tan bueno es? ¿De verdad?
—Te diría que deberías ir a escucharlo con tus propios oídos, pero, oh... —se rio, mordaz y venenosa—. Cariño, no tienes ninguna oportunidad. Una simple cría como tú no puede entrar en la "Posada de Hogo el Gordo" una vez se pone el sol. Una lástima...
Se encogió de hombros. Y, como el par de gallinas que eran, se alejaron del lugar cacareando y carcajeándose, dejando a una Ayame con las entrañas ardiéndole de pura rabia.
—Ya veremos quién es la cría...
No había pasado demasiado tiempo desde que el sol se había puesto en el horizonte y el cielo había envuelto a la clásica ciudad de Notsuba en su manto nocturno salpicado por las estrellas, pero no tardó en comprobar que aquella circunstancia no parecía importar en absoluto. El salón principal de la "Posada de Hogo el Gordo" estaba prácticamente a reventar. Apenas cabía un alfiler más, y los lugareños hacían lo que buenamente podían para asegurarse un hueco junto a las paredes y las ventanas. Los más afortunados, y los que habían sido los más rápidos, habían conseguido hacerse con las mesas redondas. Para los demás sólo habían quedado cajas vacías, bancos de madera, o incluso alguna que otra silla.
«No me va a quedar más remedio que quedarme de pie...» Suspiró, revolviéndose los cabellos albos como la nieve con su mano diestra. De todas maneras no tenía pensado pasarse allí toda la noche, tan sólo el tiempo justo y necesario para escuchar algo de la música de ese tal Rokurei Hogo y juzgar si su fama era de verdad tan merecida.
Recorrió con sus escarchados ojos la estancia, buscando un hueco lo suficientemente amplio como para poder pasar desapercibido y disminuir las posibilidades de que un desafortunado empujón diera al traste con sus planes.
—Disculpa —pronunció entre dientes cuando, en su afán por moverse en aquel revuelto lugar casi topó con un chico de cabellos negros y ojos más oscuros aún que vestía con una simple chaqueta marrón sobre una camisa blanca y pantalones largos.
Unos chillidos familiares le sobresaltaron momentáneamente. Allí, prácticamente a los pies del espacio reservado para Rokuro Hei, estaban las dos chicas con las que se había cruzado aquella misma mañana. Y estaban aún más histéricas que entonces. Apartó la mirada en un gesto reflejo, aunque enseguida cayó en la cuenta de que era imposible de que la reconocieran con su nuevo aspecto.
«Si Kōri se entera de esto me matará...» Pensó por enésima vez desde que había efectuado su transformación.
Y es que Ayame había dejado de ser Ayame. Ahora era un hombre de unos veinte años de edad, de cabellos níveos enmarcando un rostro de tez aún más pálida si aquello era posible. Sólo sus ojos azules y el tatuaje de tinta con forma de lágrima que discurría bajo su párpado izquierdo daban algo de color a su figura. Y sin embargo prefería hacerse pasar por un simple civil, por lo que no había rastro de la placa de metal que le identificaba como shinobi de Amegakure. La bufanda, de un color azul cielo, ondeaba desnuda tras su espalda como un estandarte sobre el resto de su indumentaria. Blanca. Siempre blanca.
—¡¿Quéééé?! ¡¿Lo dices en serio?! ¡¿Rokuro Hei-sama?!
En cuestión de segundos, los murmullos se habían convertido en auténticos alaridos. Y aunque no acostumbraba a espiar conversaciones ajenas, al final Ayame sucumbió a la tentación de levantar la mirada de su plato de mochi. Eran dos chicas las que estaban cacareando entre sí y una de ellas, la más joven de las dos, parecía a punto de sufrir un colapso emocional.
—¡Ay! ¡¡Creo que voy a morirme!! ¡¡¡EL GRAN ROKURO HEI EN PERSONA!!!
Ayame no pudo evitar torcer el gesto ante aquel último chillido. El volumen de aquellas dos fanáticas estaba comenzando a amenazar la integridad de sus tímpanos pero, aunque en cualquier otra ocasión se habría limitado a ignorarlas y a seguir comiendo, aquella vez le pudo la curiosidad. Tomó el plato de plástico con su mano diestra y se acercó con cierta timidez al ojo del huracán.
—¿Crees que si me pongo ese vestido se fijará en mí?
—Disculpad... —intervino, y las dos jóvenes se volvieron hacia ella con cara de pocos amigos. Sus ojos la atravesaban como si hubiera interrumpido la conversación más importante de la historia. Durante un instante titubeó, intimidada, pero no se echó atrás—. Lo siento, no he podido evitar escucharos... ¿quién es Rokuro Hei?
Ellas se llevaron una mano a la boca con una exclamación ahogada. Por su rostro horrorizado, era como si les estuviera preguntando algo tan simple como de qué color era el cielo. Y no pudo evitar sentirse avergonzada al sentir que acababa de preguntar algo que debería conocer.
—Oh, bueno, es una extranjera. Cómo iba a conocerlo —replicó la mayor, encogiéndose de hombros y señalando la bandana que cubría la frente de Ayame—. Se ve que la grandeza de Rokuro Hei-sama es exclusiva de Notsuba. Pero aún así es increíble que su fama no se haya extendido por todo Onindo... Rokuro Hei-sama es el mayor músico de todo el País de...
—¡¿De todo el país?! —interrumpió la otra, visiblemente escandalizada—. ¿Pero qué estás diciendo? ¡DE TODO EL MUNDO! —suspiró, y se llevó una mano a las mejillas arreboladas—. Ay... qué daría yo porque me acariciara como acaricia a su shamisen...
Ayame tuvo que sacudir la cabeza para apartar de su mente aquellas últimas palabras.
—¿Tan bueno es? ¿De verdad?
—Te diría que deberías ir a escucharlo con tus propios oídos, pero, oh... —se rio, mordaz y venenosa—. Cariño, no tienes ninguna oportunidad. Una simple cría como tú no puede entrar en la "Posada de Hogo el Gordo" una vez se pone el sol. Una lástima...
Se encogió de hombros. Y, como el par de gallinas que eran, se alejaron del lugar cacareando y carcajeándose, dejando a una Ayame con las entrañas ardiéndole de pura rabia.
—Ya veremos quién es la cría...
...
No había pasado demasiado tiempo desde que el sol se había puesto en el horizonte y el cielo había envuelto a la clásica ciudad de Notsuba en su manto nocturno salpicado por las estrellas, pero no tardó en comprobar que aquella circunstancia no parecía importar en absoluto. El salón principal de la "Posada de Hogo el Gordo" estaba prácticamente a reventar. Apenas cabía un alfiler más, y los lugareños hacían lo que buenamente podían para asegurarse un hueco junto a las paredes y las ventanas. Los más afortunados, y los que habían sido los más rápidos, habían conseguido hacerse con las mesas redondas. Para los demás sólo habían quedado cajas vacías, bancos de madera, o incluso alguna que otra silla.
«No me va a quedar más remedio que quedarme de pie...» Suspiró, revolviéndose los cabellos albos como la nieve con su mano diestra. De todas maneras no tenía pensado pasarse allí toda la noche, tan sólo el tiempo justo y necesario para escuchar algo de la música de ese tal Rokurei Hogo y juzgar si su fama era de verdad tan merecida.
Recorrió con sus escarchados ojos la estancia, buscando un hueco lo suficientemente amplio como para poder pasar desapercibido y disminuir las posibilidades de que un desafortunado empujón diera al traste con sus planes.
—Disculpa —pronunció entre dientes cuando, en su afán por moverse en aquel revuelto lugar casi topó con un chico de cabellos negros y ojos más oscuros aún que vestía con una simple chaqueta marrón sobre una camisa blanca y pantalones largos.
Unos chillidos familiares le sobresaltaron momentáneamente. Allí, prácticamente a los pies del espacio reservado para Rokuro Hei, estaban las dos chicas con las que se había cruzado aquella misma mañana. Y estaban aún más histéricas que entonces. Apartó la mirada en un gesto reflejo, aunque enseguida cayó en la cuenta de que era imposible de que la reconocieran con su nuevo aspecto.
«Si Kōri se entera de esto me matará...» Pensó por enésima vez desde que había efectuado su transformación.
Y es que Ayame había dejado de ser Ayame. Ahora era un hombre de unos veinte años de edad, de cabellos níveos enmarcando un rostro de tez aún más pálida si aquello era posible. Sólo sus ojos azules y el tatuaje de tinta con forma de lágrima que discurría bajo su párpado izquierdo daban algo de color a su figura. Y sin embargo prefería hacerse pasar por un simple civil, por lo que no había rastro de la placa de metal que le identificaba como shinobi de Amegakure. La bufanda, de un color azul cielo, ondeaba desnuda tras su espalda como un estandarte sobre el resto de su indumentaria. Blanca. Siempre blanca.