10/09/2016, 22:19
La peliblanca ya había hecho bastante negocio por el país de la tormenta; tras su última adquisición como "aliada" por parte de Shinogi-To, o mejor dicho parte de la mafia que se extendía por esa ciudad, todo había sido coser y cantar. Pero su padrastro aún le ganaba por mucho, sus mercancías eran mucho mejores, y por muy caras que fuesen, tenía una inmensidad de contactos para difundirla y venderla. La única opción era expandir mas el negocio, por muy costoso que eso pudiese llegar a ser. Las opciones más cómodas le indicaban que siguiese expandiéndose por tierras conocidas —Pero eso sería lo más cómodo, no lo más eficaz.— Debía buscar nuevas tierras, y con ello nuevos clientes. Sabía que llegando a nuevos y lejanos lugares, sus probabilidades de éxito y expansión acrecentaban decenas de veces que haciéndolo en tierras cercanas.
Tomó el primer tren que vio, y se dejó llevar. Hizo como un pez naranja que no quiere vivir mas, dejándose llevar por la corriente. Lejos de la comparación, la chica lo hacía porque no tenía claro a dónde debía ir. Pensar en un lugar concreto podía ser la mejor opción, pero le quitaría la gracia al asunto. Además, casi cualquier sitio que pudiese elegir ya tendría comerciantes de su padrastro... Proseguir con la andanza no era mas que un simple juego de azar. Al menos así se llevaría la sorpresa.
En el mismo tren la gente parecía eufórica. Hablaban sin parar sobre un músico que era capaz de cautivar con sus notas a los mismísimos dioses, un genio de la música capaz de componer e interpretar canciones fuera del alcance de cualquier mortal. La verdad, a los civiles que hablaban sobre esa persona se les llenaba la boca con su mero nombre, se deleitaban con el solo pensar de verlo tocar en persona. Según pudo entender, en la próxima parada había un famoso local donde tocaría, lugar donde cientos de personas se reunirían con un propósito bastante saludable; escuchar música en directo. Peeeeero ésto no era si no la mejor de las ocasiones para localizar clientes potenciales. ¿Qué mejor lugar que una actuación de música para fumar, drogarse, y beber? Era la oportunidad perfecta.
Para cuando llegaron a la estación, el señor encargado de los billetes del susodicho tren bramó el nombre de la estación. —HEMOS LLEGADO A NOTSUBA!!
Poca gente quedaría sin escuchar el brutal alarido, ese señor no tenía cuerdas vocales, en su lugar había nacido con un maldito altavoz en la garganta. ¿Sería por eso que lo habían contratado? De seguro no podían quejarse los clientes por falta de información al llegar a la estación.
Sin preámbulos, la chica partió dirección a la taberna de Hogo el Gordo, o como buenamente se llamase. Eso era el menor de los detalles, la cuestión mas importante era que cuando llegó a la puerta, le prohibieron el paso. Por más que insistió la kunoichi, las normas eran inquebrantables. —Nada de menores tras medianoche.— La verdad, no suponía demasiado problema. Era una kunoichi, y sabía disimular su apariencia menor de edad con total facilidad. No tuvo mas que andar hasta un par de calles mas allá, y tomar una apariencia un tanto mayor.
La verdad, la chica ni se molestó en cambiar vestimenta, quedó tal y como salvo un par de detalles; había eliminado de su apariencia la bandana metálica y su cabellera era roja como el mismo fuego, además de una edad comprendida entre los 20 y 23. Nada mas y nada menos, ya todo estaba más que dicho. Retrocedió el par de calles, y entró en el antro sin palabra alguna de retención.
Poco tardaría en lamentar el error de haberlo hecho. Allí no cabía ni una aguja, mucho menos una persona. No era incómodo, la palabra se quedaba corta... no podía ni llegar hasta la barra, mucho menos tomar aire. En un momento dado, casi pensó en abortar la misión, pero su determinación podía con todo mal. No se iría hasta conseguir algo. Mientras tanto, casi permanecía en el umbral de la misma puerta de la entrada.
Tomó el primer tren que vio, y se dejó llevar. Hizo como un pez naranja que no quiere vivir mas, dejándose llevar por la corriente. Lejos de la comparación, la chica lo hacía porque no tenía claro a dónde debía ir. Pensar en un lugar concreto podía ser la mejor opción, pero le quitaría la gracia al asunto. Además, casi cualquier sitio que pudiese elegir ya tendría comerciantes de su padrastro... Proseguir con la andanza no era mas que un simple juego de azar. Al menos así se llevaría la sorpresa.
En el mismo tren la gente parecía eufórica. Hablaban sin parar sobre un músico que era capaz de cautivar con sus notas a los mismísimos dioses, un genio de la música capaz de componer e interpretar canciones fuera del alcance de cualquier mortal. La verdad, a los civiles que hablaban sobre esa persona se les llenaba la boca con su mero nombre, se deleitaban con el solo pensar de verlo tocar en persona. Según pudo entender, en la próxima parada había un famoso local donde tocaría, lugar donde cientos de personas se reunirían con un propósito bastante saludable; escuchar música en directo. Peeeeero ésto no era si no la mejor de las ocasiones para localizar clientes potenciales. ¿Qué mejor lugar que una actuación de música para fumar, drogarse, y beber? Era la oportunidad perfecta.
Para cuando llegaron a la estación, el señor encargado de los billetes del susodicho tren bramó el nombre de la estación. —HEMOS LLEGADO A NOTSUBA!!
Poca gente quedaría sin escuchar el brutal alarido, ese señor no tenía cuerdas vocales, en su lugar había nacido con un maldito altavoz en la garganta. ¿Sería por eso que lo habían contratado? De seguro no podían quejarse los clientes por falta de información al llegar a la estación.
Sin preámbulos, la chica partió dirección a la taberna de Hogo el Gordo, o como buenamente se llamase. Eso era el menor de los detalles, la cuestión mas importante era que cuando llegó a la puerta, le prohibieron el paso. Por más que insistió la kunoichi, las normas eran inquebrantables. —Nada de menores tras medianoche.— La verdad, no suponía demasiado problema. Era una kunoichi, y sabía disimular su apariencia menor de edad con total facilidad. No tuvo mas que andar hasta un par de calles mas allá, y tomar una apariencia un tanto mayor.
La verdad, la chica ni se molestó en cambiar vestimenta, quedó tal y como salvo un par de detalles; había eliminado de su apariencia la bandana metálica y su cabellera era roja como el mismo fuego, además de una edad comprendida entre los 20 y 23. Nada mas y nada menos, ya todo estaba más que dicho. Retrocedió el par de calles, y entró en el antro sin palabra alguna de retención.
Poco tardaría en lamentar el error de haberlo hecho. Allí no cabía ni una aguja, mucho menos una persona. No era incómodo, la palabra se quedaba corta... no podía ni llegar hasta la barra, mucho menos tomar aire. En un momento dado, casi pensó en abortar la misión, pero su determinación podía con todo mal. No se iría hasta conseguir algo. Mientras tanto, casi permanecía en el umbral de la misma puerta de la entrada.