18/09/2016, 21:53
Entre continuos porrazos y sonidos mas altos de lo aconsejable por cualquier otorrinolaringologo medianamente decente, la chica sobrevivía al comienzo de un infierno en vida. El antro carecía de aforo para tanto modesto señor, por no ser tosca en palabras, y a cada segundo que pasaba sin el señor músico sobre el escenario la gente se iba asalvajando un poco mas. No es que a esas horas ya fuesen poco salvajes, pero afloraban cual girasol al amanecer. La verdad, si el músico no llegaba, o alguien entraba en escena para amansar a las bestias, todo se iría al traste en cuestión de minutos. Entre tanto, la Sarutobi tan solo observaba cómo dar lugar a un fructífero negocio.
Cuando todo parecía al borde del colapso, el escenario comenzó a tener vida. Tres hombres se elevaron sobre el escenario ante el resto del local, tan calmados como impuntuales. La gente comenzó a vitorear y aplaudir el espectáculo, dando una calurosa bienvenida a los músicos, tras ello los intérpretes tomaron asiento en el escenario. Comenzaron a tocar una sinfonía, linda y tranquila, que cautivaba a la mas fiera de las bestias presentes en el local. El silencio fue rey absoluto por un momento, nadie se atrevía a interrumpir el flujo continuo de notas musicales que desprendía aquél instrumento color azabache.
Sin embargo, no todos parecían dispuestos a quedar embobados como serpientes ante un flautista, no señor. Dos hombres de dimensiones 4 x 4 entraron desde lo mas lejano, dando un fuerte empujón a la Sarutobi dado que estaba en su camino. También es normal, ¿A quién en su sano juicio se le ocurre quedar bloqueando el paso en la puerta? Quizás lo tenía merecido. Sin embargo, no dudó en quejarse.
—Imbéciles!— Bramó la chica mientras alzaba el puño derecho, con un gesto descortés en su mano.
Obviamente, no estaba dispuesta a dejarse pisotear por nadie, era la princesa dragón. Pero éstos parecían tener un objetivo bastante claro, acercarse a base de empujones hasta el músico. No fue ella la única en quejarse, alzar la voz, o insultarlos; un sinfín de afectados reaccionó de la misma manera que la genin, después de todo no eran suaves caricias lo que repartían.
Pero bueno, lo que quedaba claro era una sola cosa. Ese instrumento diabólico de tono azabache era capaz de sofocar cualquier trifulca, había calmado a un centenar de personas. Su melodía era tan dulce, refinada y hermosa, que hasta a la Sarutobi se le pasó de la cabeza el hacer arder la mitad del habitáculo en pos de hacer escarmentar a los dos gorilas. En fin, tarde o temprano toparían con alguien que les hiciese escarmentar. Entre tanto, evitó un futuro desenlace similar, moviéndose un poco hacia el lado; la chica quedó en el lateral del umbral de la puerta.
Cuando todo parecía al borde del colapso, el escenario comenzó a tener vida. Tres hombres se elevaron sobre el escenario ante el resto del local, tan calmados como impuntuales. La gente comenzó a vitorear y aplaudir el espectáculo, dando una calurosa bienvenida a los músicos, tras ello los intérpretes tomaron asiento en el escenario. Comenzaron a tocar una sinfonía, linda y tranquila, que cautivaba a la mas fiera de las bestias presentes en el local. El silencio fue rey absoluto por un momento, nadie se atrevía a interrumpir el flujo continuo de notas musicales que desprendía aquél instrumento color azabache.
Sin embargo, no todos parecían dispuestos a quedar embobados como serpientes ante un flautista, no señor. Dos hombres de dimensiones 4 x 4 entraron desde lo mas lejano, dando un fuerte empujón a la Sarutobi dado que estaba en su camino. También es normal, ¿A quién en su sano juicio se le ocurre quedar bloqueando el paso en la puerta? Quizás lo tenía merecido. Sin embargo, no dudó en quejarse.
—Imbéciles!— Bramó la chica mientras alzaba el puño derecho, con un gesto descortés en su mano.
Obviamente, no estaba dispuesta a dejarse pisotear por nadie, era la princesa dragón. Pero éstos parecían tener un objetivo bastante claro, acercarse a base de empujones hasta el músico. No fue ella la única en quejarse, alzar la voz, o insultarlos; un sinfín de afectados reaccionó de la misma manera que la genin, después de todo no eran suaves caricias lo que repartían.
Pero bueno, lo que quedaba claro era una sola cosa. Ese instrumento diabólico de tono azabache era capaz de sofocar cualquier trifulca, había calmado a un centenar de personas. Su melodía era tan dulce, refinada y hermosa, que hasta a la Sarutobi se le pasó de la cabeza el hacer arder la mitad del habitáculo en pos de hacer escarmentar a los dos gorilas. En fin, tarde o temprano toparían con alguien que les hiciese escarmentar. Entre tanto, evitó un futuro desenlace similar, moviéndose un poco hacia el lado; la chica quedó en el lateral del umbral de la puerta.