18/09/2016, 22:46
El tren se puso en marcha, y los gigantescos engranajes de acero empezaron a girar lentamente primero, más rápido después, empujando aquella mole de toneladas de peso por los nuevos raíles que cruzaban todo el País, de Noroeste a Sureste. Desde Shinogi-To, la gran urbe de la Lluvia, hasta Yachi, un pequeño pueblecito fronterizo muy famoso por sus calabazas. Justamente allí, Akame haría el transbordo para seguir en dirección a Takigakure. «Esta infraestructura es increíble, hace tan sólo un par de años hubiera sido imposible cruzar todo el País de la Lluvia en sólo una noche». Seis horas duraba el trayecto, si no recordaba mal, lo suficiente para echar una cabezadita...
Apoyó la cabeza en el cristal, frío por la lluvia que repiqueteaba, incansable, fuera, y cerrando los ojos trató de dormirse. No lo consiguió. Se revolvió en el asiento, cambió varias veces de postura, pero no sirvió de nada. Era una sensación extraña la que le mantenía en vela, como cuando alguien te espía desde una esquina y sientes un picor en la nuca. Resignado, el Uchiha se incorporó y decidió distraerse observando a sus compañeros de vagón.
«A ver, por ahí está ese tipo tan raro, el de los ojos saltones y la capa que le queda grande... Ah, qué sombrero tan raro lleva ese otro. Me gusta. Y, a ver...», se levantó ligeramente para alcanzar con la vista a una tercera persona, alguien que se había acercado al chico del sombrero para preguntarle algo. Akame afinó la vista, y creyó intuir entre los ropajes del muchacho una bandana con el símbolo de Takigakure. «¡Vaya! Estoy de suerte, un camarada de la Cascada, seguro que con su compañía este viaje será mucho menos tedioso». Y, ni corto ni perezoso, se levantó y fue hasta donde estaban los dos shinobis, varios asientos más allá.
—¡Por las cejas de Yubiwa! —exclamó, era un latiguillo muy característico de los aldeanos de Taki que él encontraba particularmente gracioso—. De verdad que es una feliz casualidad encontrarse a un camarada tan lejos de casa. ¡Buenas noches, shinobi-kun! Uchiha Akame, un gusto.
Saludó, alegre, tendiéndole la mano diestra al muchacho. Era alto y elegante, y debía tener por lo menos tres o cuatro años más que él. «Quizá sea un chuunin», aventuró el Uchiha. En cualquier caso, Akame llevaba su bandana bien visible, en el cinturón, y esperaba ser reconocido por ello. También acabó dirigiéndose al tipo del sombrero, por no querer que lo tomasen por descortés.
—Buenas noches para tí también —dijo, y poco después también le ofrecería la mano.
En su asiento, justo detrás de ellos, el hombre de la capa se revolvía con renovada inquietud. Miraba constantemente a las puertas del vagón, tanto la delantera como la trasera, y luego por la ventana, a la impenetrable oscuridad de las llanuras. Apretaba, sin soltar ni por un momento, aquella misteriosa bolsita de cuero contra su regazo, sujetándola ahora con ambas manos.
Apoyó la cabeza en el cristal, frío por la lluvia que repiqueteaba, incansable, fuera, y cerrando los ojos trató de dormirse. No lo consiguió. Se revolvió en el asiento, cambió varias veces de postura, pero no sirvió de nada. Era una sensación extraña la que le mantenía en vela, como cuando alguien te espía desde una esquina y sientes un picor en la nuca. Resignado, el Uchiha se incorporó y decidió distraerse observando a sus compañeros de vagón.
«A ver, por ahí está ese tipo tan raro, el de los ojos saltones y la capa que le queda grande... Ah, qué sombrero tan raro lleva ese otro. Me gusta. Y, a ver...», se levantó ligeramente para alcanzar con la vista a una tercera persona, alguien que se había acercado al chico del sombrero para preguntarle algo. Akame afinó la vista, y creyó intuir entre los ropajes del muchacho una bandana con el símbolo de Takigakure. «¡Vaya! Estoy de suerte, un camarada de la Cascada, seguro que con su compañía este viaje será mucho menos tedioso». Y, ni corto ni perezoso, se levantó y fue hasta donde estaban los dos shinobis, varios asientos más allá.
—¡Por las cejas de Yubiwa! —exclamó, era un latiguillo muy característico de los aldeanos de Taki que él encontraba particularmente gracioso—. De verdad que es una feliz casualidad encontrarse a un camarada tan lejos de casa. ¡Buenas noches, shinobi-kun! Uchiha Akame, un gusto.
Saludó, alegre, tendiéndole la mano diestra al muchacho. Era alto y elegante, y debía tener por lo menos tres o cuatro años más que él. «Quizá sea un chuunin», aventuró el Uchiha. En cualquier caso, Akame llevaba su bandana bien visible, en el cinturón, y esperaba ser reconocido por ello. También acabó dirigiéndose al tipo del sombrero, por no querer que lo tomasen por descortés.
—Buenas noches para tí también —dijo, y poco después también le ofrecería la mano.
En su asiento, justo detrás de ellos, el hombre de la capa se revolvía con renovada inquietud. Miraba constantemente a las puertas del vagón, tanto la delantera como la trasera, y luego por la ventana, a la impenetrable oscuridad de las llanuras. Apretaba, sin soltar ni por un momento, aquella misteriosa bolsita de cuero contra su regazo, sujetándola ahora con ambas manos.