21/09/2016, 19:29
(Última modificación: 21/09/2016, 19:47 por Uchiha Akame.)
Conmocionados como estaban por la belleza de aquella música, la mayoría de los asistentes ni siquiera advirtieron a los dos mastuerzos que se abrían paso de forma absolutamente descortés. A excepción de los que sufrían sus empujones o maldiciones, claro, pero incluso éstos se mordían la lengua al darse cuenta de quiénes eran. O, más bien, de para quién trabajaban. Sólo Katomi, kunoichi y extranjera —excelente combinación para este bingo—, les gritó un insulto que resonó en toda la sala. Pero, aun así, ni el público desvió su atención del maestro Hei, ni la problemática pareja abandonó su decidida marcha.
Y es que, salvo ellos dos, nadie más allí esperaba lo que iba a ocurrir.
De repente, un grito ahogado se elevó sobre la bella música que tocaban Rokuro Hei y sus acompañantes. Uno de los dos hombres había sujetado por los brazos a uno de los asistentes, que estaba sentado junto a una mesa en el centro de la sala. Mientras, su compañero había sacado un afilado tantō de su cinturón y, ni corto ni perezoso, agarró con la mano libre al pobre desgraciado y tiró de su cabellera hacia atrás. Casi al instante el afilado acero rajó su garganta de parte a parte, y la sangre empezó a manar a borbotones, empapando la mesa en cuestión de segundos, y a los demás comensales que alrededor de ella se sentaban.
Lo curioso fue que, aunque los testigos más cercanos de la acción tuvieron por fuerza que percatarse, los asistentes más alejados tardaron unos instantes en darse cuenta de lo que había pasado. Aquella suave melodía que seguía impregnando el ambiente era como un somnífero para sus cabezas, embotadas y confusas. El cuerpo sin vida del hombre degollado seguía tirado sobre la mesa, sobre un manto rojo oscuro, mientras los conocidos del recién difunto se levantaban y pedían auxilio.
—¡Ayuda! ¡Ayuda!
—¡Por todos los dioses!
A medida que los gritos van aumentando en cantidad e intensidad, el público empezó a reaccionar. La mayoría de los asistentes había visto ya el cadáver desangrado del hombre, pero ni rastro de los sicarios, que no salieron por la puerta principal —Katomi los habría visto—. De repente se escuchó un quejido lastimero... que provenía del cadáver. El muerto estaba incorporado en su silla, con el gaznate abierto de par en par y los ojos vueltos.
—K... Ke... —sus labios, empapados de su propia sangre, apenas se movían para articular las sílabas que se escapan con un tono gutural—. Ken... Kenji...
Entonces estalló el pánico. La gente en las mesas más próximas se levantó, horrorizada al ver a un muerto hablando, y corrió hacia la salida. En el proceso tiran sillas, mesas y a otros comensales, y el alto aforo del local hace que se forme una pelota de gente aterrada cerca de la puerta. Los músicos dejan de tocar, horrorizados como los que más. En mitad del caos, los más afortunados consiguieron salir de la taberna, mientras el cadáver se puso en pie y, tambaleándose, empezó a caminar hacia la salida.
—Kenji...
Akame se dio cuenta de lo que ocurría cuando el muerto se incorporó en su silla. Con los ojos como platos, el Uchiha saltó por encima de la mesa más cercana, dio un par de empujones y trató de llegar hasta donde estaba el asesinado. Si es que realmente estaba muerto, claro. «Sus heridas parecen mortales, pero sigue con vida. No sé si puedo hacer algo por él...» Raudo como un halcón, llegó hasta la víctima justo cuando se ponía en pie, gimiendo aquella palabra. «¿Kenji? ¿Qué demonios significa eso? ¿Quién es Kenji? ¿Qué... le pasa a este tipo?» Al estar más cerca, pudo apreciar de verdad la gravedad del corte en la garganta del agredido...
—No es posible... Debería estar muerto.
Y es que, salvo ellos dos, nadie más allí esperaba lo que iba a ocurrir.
De repente, un grito ahogado se elevó sobre la bella música que tocaban Rokuro Hei y sus acompañantes. Uno de los dos hombres había sujetado por los brazos a uno de los asistentes, que estaba sentado junto a una mesa en el centro de la sala. Mientras, su compañero había sacado un afilado tantō de su cinturón y, ni corto ni perezoso, agarró con la mano libre al pobre desgraciado y tiró de su cabellera hacia atrás. Casi al instante el afilado acero rajó su garganta de parte a parte, y la sangre empezó a manar a borbotones, empapando la mesa en cuestión de segundos, y a los demás comensales que alrededor de ella se sentaban.
Lo curioso fue que, aunque los testigos más cercanos de la acción tuvieron por fuerza que percatarse, los asistentes más alejados tardaron unos instantes en darse cuenta de lo que había pasado. Aquella suave melodía que seguía impregnando el ambiente era como un somnífero para sus cabezas, embotadas y confusas. El cuerpo sin vida del hombre degollado seguía tirado sobre la mesa, sobre un manto rojo oscuro, mientras los conocidos del recién difunto se levantaban y pedían auxilio.
—¡Ayuda! ¡Ayuda!
—¡Por todos los dioses!
A medida que los gritos van aumentando en cantidad e intensidad, el público empezó a reaccionar. La mayoría de los asistentes había visto ya el cadáver desangrado del hombre, pero ni rastro de los sicarios, que no salieron por la puerta principal —Katomi los habría visto—. De repente se escuchó un quejido lastimero... que provenía del cadáver. El muerto estaba incorporado en su silla, con el gaznate abierto de par en par y los ojos vueltos.
—K... Ke... —sus labios, empapados de su propia sangre, apenas se movían para articular las sílabas que se escapan con un tono gutural—. Ken... Kenji...
Entonces estalló el pánico. La gente en las mesas más próximas se levantó, horrorizada al ver a un muerto hablando, y corrió hacia la salida. En el proceso tiran sillas, mesas y a otros comensales, y el alto aforo del local hace que se forme una pelota de gente aterrada cerca de la puerta. Los músicos dejan de tocar, horrorizados como los que más. En mitad del caos, los más afortunados consiguieron salir de la taberna, mientras el cadáver se puso en pie y, tambaleándose, empezó a caminar hacia la salida.
—Kenji...
Akame se dio cuenta de lo que ocurría cuando el muerto se incorporó en su silla. Con los ojos como platos, el Uchiha saltó por encima de la mesa más cercana, dio un par de empujones y trató de llegar hasta donde estaba el asesinado. Si es que realmente estaba muerto, claro. «Sus heridas parecen mortales, pero sigue con vida. No sé si puedo hacer algo por él...» Raudo como un halcón, llegó hasta la víctima justo cuando se ponía en pie, gimiendo aquella palabra. «¿Kenji? ¿Qué demonios significa eso? ¿Quién es Kenji? ¿Qué... le pasa a este tipo?» Al estar más cerca, pudo apreciar de verdad la gravedad del corte en la garganta del agredido...
—No es posible... Debería estar muerto.