La chica tomó un poco de aire, y trató de relajarse a base de pasar del par de gorilas ciegos que andaban arroyando a toda persona que encontraban a su camino. Dejó que sus oídos se bañasen en la hermosa y dulce melodía que Rokuro Hei rasgueaba con ese shamisen azabache; curiosamente el sonido conseguía relajar a cualquier persona, ejemplo claro de éste hecho había sido la mansa ejecutada sobre el eufórico público que segundos antes reclamaban la salida del artista. Por un momento, dejó de lado la silueta del par de rinocerontes, y de camino al escenario pudo observar que un chico de cabellera roja como el fuego le hacía un gesto.
«¿Acaso es a mi?» Pensó la chica, a la par que giraba sobre sí misma, buscando quizás alguna persona tras su posición. Pero no, allí entre ella y la pared no había nadie. Extrañada, volvió el rostro hacia el chico, pero antes de poder soltar una palabra mas o pensamiento, toda la calma que reinaba bajo el recital del músico se deshizo. La magia sinfónica se vio ahogada por un par de gritos de desesperación.
—¿Qué coño...?— Masculló la chica volviendo la vista hacia el escenario.
En un principio, todo quedó en silencio, ni tan siquiera podía seguirse la música de entre tanta mirada y fobia. La mayor parte del público dejó de lado el escenario, y se centraba en una mesa a poca distancia del mismo, pero que ahora mismo tenía un show mucho mas llamativo. Los gritos de auxilio se hicieron no mas llevaderos, pedían por los dioses que se les ayudase, pero allí no habían mas que espectadores. Sin embargo, la función no hacía mas que empezar.
Con las primeras palabras del nuevo showman, el público enloqueció, literalmente. Todo el mundo cercano comenzó a gritar de manera alocada, y valga la redundancia, salieron corriendo como tales. Sillas, mesas, jarras, taburetes, niños... todo salía disparado de un lado para otro, nada quedaba a salvo de la marabunta de chiflados que comenzaban a embestirlo todo con tal de salir primero. Tanto fue así, que ni la misma Sarutobi se hizo de regar para recibir un buen empujón. De nuevo, era víctima de la situación, pero en ésta ocasión era algo distinto. Instintivamente, saltó hacia la pared que tenía a su espalda, en la cual bajo ella a un lateral se situaba la puerta. —Allá donde iban todos corriendo— Pegada a la misma pared, se mantuvo expectante, inconsciente de que hasta había perdido el henge en el golpe.
Sus ojos rojos como un mar de llamas, se hincaron en un hombre que andaba recubierto de sangre. El mismo era rey de miles de miradas asustadas, y dueño de un reino que no tardaría en estar desierto. Todos huían de él, era el epicentro de todo y a la vez de nada. Alfa y omega.
Para cuando quiso dar cuenta, su voz no era para nada comparable a las notas del instrumento color noche de invierno, para nada era hermosa. Intentaba con todo su alma expresar algo, mas en un principio era casi indescifrable. Acto seguido, un chico se abrió paso a base de empujones y saltos hasta llegar a su proximidad, y tachó la situación de imposible. El joven argumentaba que el tipo que tenía al otro lado debería estar muerto. La Sarutobi clavó con mas ahínco sus orbes en el tipo de cantos guturales, y ciertamente no lo vio del todo normal. Su cuello dibujaba una sonrisa, estaba bañado en sangre, sus ojos estaban totalmente vueltos... y se movía como un zombie de película, solo que en vez de gritar "cereeeeebros" solicitaba... «¿KENJI?»
Esperando sobre la puerta, como si hubiese tenido la misma reacción que un gato, la genin permaneció quieta. Observadora y quieta, en esa posición privilegiada que le permitía ver todo.
«¿Acaso es a mi?» Pensó la chica, a la par que giraba sobre sí misma, buscando quizás alguna persona tras su posición. Pero no, allí entre ella y la pared no había nadie. Extrañada, volvió el rostro hacia el chico, pero antes de poder soltar una palabra mas o pensamiento, toda la calma que reinaba bajo el recital del músico se deshizo. La magia sinfónica se vio ahogada por un par de gritos de desesperación.
—¿Qué coño...?— Masculló la chica volviendo la vista hacia el escenario.
En un principio, todo quedó en silencio, ni tan siquiera podía seguirse la música de entre tanta mirada y fobia. La mayor parte del público dejó de lado el escenario, y se centraba en una mesa a poca distancia del mismo, pero que ahora mismo tenía un show mucho mas llamativo. Los gritos de auxilio se hicieron no mas llevaderos, pedían por los dioses que se les ayudase, pero allí no habían mas que espectadores. Sin embargo, la función no hacía mas que empezar.
Con las primeras palabras del nuevo showman, el público enloqueció, literalmente. Todo el mundo cercano comenzó a gritar de manera alocada, y valga la redundancia, salieron corriendo como tales. Sillas, mesas, jarras, taburetes, niños... todo salía disparado de un lado para otro, nada quedaba a salvo de la marabunta de chiflados que comenzaban a embestirlo todo con tal de salir primero. Tanto fue así, que ni la misma Sarutobi se hizo de regar para recibir un buen empujón. De nuevo, era víctima de la situación, pero en ésta ocasión era algo distinto. Instintivamente, saltó hacia la pared que tenía a su espalda, en la cual bajo ella a un lateral se situaba la puerta. —Allá donde iban todos corriendo— Pegada a la misma pared, se mantuvo expectante, inconsciente de que hasta había perdido el henge en el golpe.
Sus ojos rojos como un mar de llamas, se hincaron en un hombre que andaba recubierto de sangre. El mismo era rey de miles de miradas asustadas, y dueño de un reino que no tardaría en estar desierto. Todos huían de él, era el epicentro de todo y a la vez de nada. Alfa y omega.
Para cuando quiso dar cuenta, su voz no era para nada comparable a las notas del instrumento color noche de invierno, para nada era hermosa. Intentaba con todo su alma expresar algo, mas en un principio era casi indescifrable. Acto seguido, un chico se abrió paso a base de empujones y saltos hasta llegar a su proximidad, y tachó la situación de imposible. El joven argumentaba que el tipo que tenía al otro lado debería estar muerto. La Sarutobi clavó con mas ahínco sus orbes en el tipo de cantos guturales, y ciertamente no lo vio del todo normal. Su cuello dibujaba una sonrisa, estaba bañado en sangre, sus ojos estaban totalmente vueltos... y se movía como un zombie de película, solo que en vez de gritar "cereeeeebros" solicitaba... «¿KENJI?»
Esperando sobre la puerta, como si hubiese tenido la misma reacción que un gato, la genin permaneció quieta. Observadora y quieta, en esa posición privilegiada que le permitía ver todo.