25/09/2016, 02:29
(Última modificación: 25/09/2016, 02:35 por Uchiha Akame.)
Akame caminaba por el sendero de tierra batida entrecerrando los ojos para intentar intuir los postes de madera que oficiaban de señales en aquel paraje tan inhóspito. La densa niebla que lo envolvía todo hacía imposible distinguir a tres en un burro. El Uchiha jamás se habría imaginado que en el País del Río pudiera haber una tierra como aquella, que contrastaba de forma tan brutal con el paisaje exótico y soleado de Takigakure y los valles del Norte. «En realidad, tiene sentido. Estoy casi en la frontera con el País de la Lluvia... Condenado lugar. No entiendo cómo alguien puede vivir aquí, ¡pero si casi ni veo mis propias manos!», se dijo, y como para cerciorarse de que todavía seguían pegadas a sus brazos, las levantó.
En una de ellas sujetaba un trozo de papel de vitela arrugado y empapado por la humedad del ambiente. Era un anuncio, concretamente un anuncio que hasta hacía un par de días había estado colgado en la puerta de un bar de Takigakure.
Visto así, los requerimientos eran tan vagos que igual podía pensarse que el anunciante estaba buscando un ingeniero experimentado, un jounin o simplemente un pinche de cocina. A pesar de todo, Akame había decidido embarcarse en aquel pequeño viaje principalmente al leer lo que venía después. «La Finca Makoto...» Después de algunas horas de investigación entre los viejos archivos genealógicos del País del Río, el Uchiha había descubierto que los Makoto habían sido antaño una reconocida e influyente familia noble, famosa por su interés por la historia y la geografía de Oonindo. Aquello los convertía inmediatamente en una gran fuente de información que podía resultarle interesante al gennin. Mapas, documentos históricos, viejas reliquias... Para Akame, cualquiera de esas cosas era infinitamente más valiosa que los dos mil ryos que ofrecía el tal Itachi como recompensa por...
Akame frunció los labios con gesto claramente irritado. Ni el mejor jurista de Takigakure hubiera podido redactar un anuncio de forma más ambigüa.
Poco después llegó a Kawabe, como así lo indicaba el letrero de madera que colgaba de un altísimo poste de madera, con un penacho ardiente que podía verse —por fortuna— desde una distancia razonablemente lejana. La niebla seguía siendo tan espesa como en campo abierto, de modo que el Uchiha pasó los primeros momentos tratando de orientarse. Rendido, decidió caminar hasta encontrar una taberna o similar, lugar idóneo para recabar información.
Así lo hizo, y poco después se encontró frente a una puerta de madera, sobre la que habían claveteado un letrero que rezaba «Una parada en el camino». El nombre le pareció de lo más apropiado, de modo que el Uchiha simplemente entró y se sentó junto a la barra.
—¡Buenas tardes! —saludó, más alegre de lo que realmente estaba después del frío y la humedad del camino—. Camarero, un té bien caliente, por favor.
La taberna estaba poco llena a aquellas horas del día, aunque sin duda el panorama cambiaría en un rato, a la hora del almuerzo. Era un lugar pequeño y sencillo, con algunas mesas de madera distribuidas inteligentemente para aprovechar el escaso espacio, y estanterías con botellas y barriles tras la barra. El camarero, un chico que tendría apenas veinte años, examinó con sus ojos oscuros al Uchiha. Akame llevaba una capa de viaje negra y gastada, bajo la cual vestía con una camisa de manga larga, pantalones también largos de corte shinobi y sandalias del mismo estilo. A la espalda cargaba una mochila marrón, y también llevaba un kasa de paja que dejó sobre la barra.
Mientras el camarero le preparaba el té, Akame desplegó el anuncio sobre la madera y empezó a leerlo por octava vez.
En una de ellas sujetaba un trozo de papel de vitela arrugado y empapado por la humedad del ambiente. Era un anuncio, concretamente un anuncio que hasta hacía un par de días había estado colgado en la puerta de un bar de Takigakure.
«Se busca persona con iniciativa, buena capacidad de resolución de problemas poco comunes y amplitud de miras»
Visto así, los requerimientos eran tan vagos que igual podía pensarse que el anunciante estaba buscando un ingeniero experimentado, un jounin o simplemente un pinche de cocina. A pesar de todo, Akame había decidido embarcarse en aquel pequeño viaje principalmente al leer lo que venía después. «La Finca Makoto...» Después de algunas horas de investigación entre los viejos archivos genealógicos del País del Río, el Uchiha había descubierto que los Makoto habían sido antaño una reconocida e influyente familia noble, famosa por su interés por la historia y la geografía de Oonindo. Aquello los convertía inmediatamente en una gran fuente de información que podía resultarle interesante al gennin. Mapas, documentos históricos, viejas reliquias... Para Akame, cualquiera de esas cosas era infinitamente más valiosa que los dos mil ryos que ofrecía el tal Itachi como recompensa por...
«... levantar la maldición que pesa sobre la Finca Makoto, erradicar tal pensamiento de la mente de futuros inversores y asegurar la completa habitabilidad de la vivienda en unas condiciones óptimas de arrendamiento»
Akame frunció los labios con gesto claramente irritado. Ni el mejor jurista de Takigakure hubiera podido redactar un anuncio de forma más ambigüa.
Poco después llegó a Kawabe, como así lo indicaba el letrero de madera que colgaba de un altísimo poste de madera, con un penacho ardiente que podía verse —por fortuna— desde una distancia razonablemente lejana. La niebla seguía siendo tan espesa como en campo abierto, de modo que el Uchiha pasó los primeros momentos tratando de orientarse. Rendido, decidió caminar hasta encontrar una taberna o similar, lugar idóneo para recabar información.
Así lo hizo, y poco después se encontró frente a una puerta de madera, sobre la que habían claveteado un letrero que rezaba «Una parada en el camino». El nombre le pareció de lo más apropiado, de modo que el Uchiha simplemente entró y se sentó junto a la barra.
—¡Buenas tardes! —saludó, más alegre de lo que realmente estaba después del frío y la humedad del camino—. Camarero, un té bien caliente, por favor.
La taberna estaba poco llena a aquellas horas del día, aunque sin duda el panorama cambiaría en un rato, a la hora del almuerzo. Era un lugar pequeño y sencillo, con algunas mesas de madera distribuidas inteligentemente para aprovechar el escaso espacio, y estanterías con botellas y barriles tras la barra. El camarero, un chico que tendría apenas veinte años, examinó con sus ojos oscuros al Uchiha. Akame llevaba una capa de viaje negra y gastada, bajo la cual vestía con una camisa de manga larga, pantalones también largos de corte shinobi y sandalias del mismo estilo. A la espalda cargaba una mochila marrón, y también llevaba un kasa de paja que dejó sobre la barra.
Mientras el camarero le preparaba el té, Akame desplegó el anuncio sobre la madera y empezó a leerlo por octava vez.