26/09/2016, 20:53
Una sonrisa sincera se dibujó en el rostro del Uchiha cuando, a efecto de su declaración de intenciones, ambos viajeros parecieron creerle y no tardaron en relajarse visiblemente. «¡Excelente! Sólo de imaginar que tendría que llevarme el resto de la noche mirándome los pies ya me entraban ganas de saltar por la ventana». Tanto Ishimura Kazuma —el chico de pelo gris, ojos grises y espada gris— como Takanashi Tatsuya tomaron asiento, invitándole a acompañarlos y pidiéndole que comenzase con una buena historia.
—¡Magnífico! Os aseguro que no os arrepentiréis, compañeros —exclamó el Uchiha, triunfante, y por el rabillo del ojo fue capaz de ver como el extraño viajero de la capa grande daba un repentino sobresalto.
Tipos raros aparte, Akame tomó asiento frente a los dos shinobi y junto a las prendas mojadas de Kazuma. Su propia capa y su kasa de paja reposaban, empapados, varios asientos más allá, donde él se había colocado inicialmente. «Ya los cogeré luego», se dijo a sí mismo y, exultante, se dispuso a empezar su relato. «¿Cuál debería contarles? Debe ser lo suficientemente interesante como para no resultar decepcionante, pero también debo tener cuidado con la temática... La gente de Taki es propensa a ofenderse por según qué asuntos, y tampoco sé de dónde es este tal Ishimura...» Se mantuvo pensativo durante unos breves instantes.
—Ya sé —anuncio, levantando el índice diestro—. Probablemente no lo sabéis, pero en estas mismas tierras que estamos atravesando ahora mismo, en las Llanuras de la Tempestad Eterna, hace mucho tiempo que...
Un portazo le obligó a desviar la mirada hacia la entrada del vagón y a interrumpir su relato. El golpe vino acompañado de un chillido agudo, casi femenino, proveniente del misterioso hombrecillo de la capa grande. Akame lo buscó con la mirada, y lo halló en su asiento, con las piernas ligeramente encogidas, las manos apretadas contra el pecho y la mirada nerviosa.
—Se anuncia a los señores pasajeros que se les ofrece un aperitivo en el vagón restaurante. Al ser éste un trayecto nocturno superior a cinco horas, el menú está incluído en el billete para todos los viajeros.
En realidad, lo único que había ocurrido es que el mozo de cabina, un chico de unos veinte y pico años, vestido con el uniforme de la compañía ferroviaria y un gorro bastante ridículo, había entrado en el vagón para avisarles de aquello. Akame asintió, complacido, y como por arte de magia empezaron a rugirle las tripas. «Demonios, esto es psicología efectiva y lo demás es tontería. Ni siquiera me había dado cuenta de que era la hora de cenar... Por segunda vez». Rió, divertido con su propio chiste, mientras el mozo abandonaba el vagón tras echarle una rápida mirada al hombre tembloroso.
—Muchachos, ¿qué os parece si continúo la historia en el vagón restaurante? No me importaría llenar la barriga.
—¡Magnífico! Os aseguro que no os arrepentiréis, compañeros —exclamó el Uchiha, triunfante, y por el rabillo del ojo fue capaz de ver como el extraño viajero de la capa grande daba un repentino sobresalto.
Tipos raros aparte, Akame tomó asiento frente a los dos shinobi y junto a las prendas mojadas de Kazuma. Su propia capa y su kasa de paja reposaban, empapados, varios asientos más allá, donde él se había colocado inicialmente. «Ya los cogeré luego», se dijo a sí mismo y, exultante, se dispuso a empezar su relato. «¿Cuál debería contarles? Debe ser lo suficientemente interesante como para no resultar decepcionante, pero también debo tener cuidado con la temática... La gente de Taki es propensa a ofenderse por según qué asuntos, y tampoco sé de dónde es este tal Ishimura...» Se mantuvo pensativo durante unos breves instantes.
—Ya sé —anuncio, levantando el índice diestro—. Probablemente no lo sabéis, pero en estas mismas tierras que estamos atravesando ahora mismo, en las Llanuras de la Tempestad Eterna, hace mucho tiempo que...
Un portazo le obligó a desviar la mirada hacia la entrada del vagón y a interrumpir su relato. El golpe vino acompañado de un chillido agudo, casi femenino, proveniente del misterioso hombrecillo de la capa grande. Akame lo buscó con la mirada, y lo halló en su asiento, con las piernas ligeramente encogidas, las manos apretadas contra el pecho y la mirada nerviosa.
—Se anuncia a los señores pasajeros que se les ofrece un aperitivo en el vagón restaurante. Al ser éste un trayecto nocturno superior a cinco horas, el menú está incluído en el billete para todos los viajeros.
En realidad, lo único que había ocurrido es que el mozo de cabina, un chico de unos veinte y pico años, vestido con el uniforme de la compañía ferroviaria y un gorro bastante ridículo, había entrado en el vagón para avisarles de aquello. Akame asintió, complacido, y como por arte de magia empezaron a rugirle las tripas. «Demonios, esto es psicología efectiva y lo demás es tontería. Ni siquiera me había dado cuenta de que era la hora de cenar... Por segunda vez». Rió, divertido con su propio chiste, mientras el mozo abandonaba el vagón tras echarle una rápida mirada al hombre tembloroso.
—Muchachos, ¿qué os parece si continúo la historia en el vagón restaurante? No me importaría llenar la barriga.