27/09/2016, 21:15
—Esperad.
Aquella órden, tan sencilla y escueta, bastó para que la sangre se le helara en sus propias venas. Akame ya tenía una mano sobre el pomo de la puerta del despacho cuando el Kawakage dijo aquella palabra, que recayó sobre él como una sentencia de muerte. «Tranquilo. Tranquilo. Tranquilo...» Cerró los ojos un momento, y su mano zurda se movió, instintivamente, hasta tocar el bulto que llevaba en el bolsillo izquierdo de su pantalón ninja. El leve tacto de su preciada tabaquera de cuero bastó para conseguir calmarse y retomar el control de sus emociones.
—Sí, Kawakage-sama.
Diligente, se dio media vuelta y esperó junto a sus compañeros. Mantuvo la mirada fija en la nariz de Yubiwa —un sencillo truco para disimular que no era capaz de sostenerle la mirada, aunque así lo pareciese—, hasta que éste abrió los ojos. Entonces Akame notó como aquellos orbes dorados como la miel, tan parecidos a los de Kunie que daba miedo pensarlo, se le clavaban en lo más hondo. Y allí, el joven Uchiha halló la inevitable verdad.
«Lo sabe»
A partir de ese momento, era sólo cuestión de esperar que el Kawakage decidiera no ejecutarle en el acto... Cosa que, aunque poco probable, le fue pareciendo al Uchiha más y más plausible conforme Yubiwa hablaba. Pese a que sus compañeros quizás no supieran leer entre líneas, aquella mirada y las palabras que la acompañaron dejaron muy claro que Yubiwa no era ningún estúpido. «Claro que no lo es, ¡es el maldito Kawakage de Takigakure no Sato! ¿En qué demonios estaba pensando Kunie-sensei cuando me mandó aquí?» Notó una punzada de dolor cerca del corazón al dudar de su maestra.
—... Es otro cantar. ¿Se os ocurre algo? ¿Akame? Siempre has sido muy suspicaz.
El Uchiha se irguió más de forma instintiva. Sentía como si una hoja de frío acero estuviera ya tanteando su gaznate. Llegaba el momento de descubrir cartas y la cosa pintaba bastos, de modo que no le quedó otro remedio que mostrar su mano al completo.
—Soy originario de Inaka —«Al diablo con todo»—. No levantaría demasiadas sospechas si hubiese oído algún rumor sobre este grupo. Mi padre podría haber tirado de sus contactos en el gremio de comerciantes, en la corte del Daimyo —tragó saliva de forma casi imperceptible—. Y quizás yo pensara que podría ayudar al grupo robando información de una de las Tres Grandes Aldeas.
Calló. La nariz, torcida tras varias roturas, le picaba a horrores, y los ojos dorados de Yubiwa le seguían pareciendo igual de aterradores. «Las mejores mentiras son aquellas que guardan algo de verdad», le había dicho una vez Kunie-sensei. Ahora su alumno esperaba que realmente fuese así.
—Un ninja siempre debe tener un plan B —agregó, sin haber sido preguntado, porque sabía que aquella idea era demasiado buena como para que se le hubiese ocurrido sobre la marcha.
Aquella órden, tan sencilla y escueta, bastó para que la sangre se le helara en sus propias venas. Akame ya tenía una mano sobre el pomo de la puerta del despacho cuando el Kawakage dijo aquella palabra, que recayó sobre él como una sentencia de muerte. «Tranquilo. Tranquilo. Tranquilo...» Cerró los ojos un momento, y su mano zurda se movió, instintivamente, hasta tocar el bulto que llevaba en el bolsillo izquierdo de su pantalón ninja. El leve tacto de su preciada tabaquera de cuero bastó para conseguir calmarse y retomar el control de sus emociones.
—Sí, Kawakage-sama.
Diligente, se dio media vuelta y esperó junto a sus compañeros. Mantuvo la mirada fija en la nariz de Yubiwa —un sencillo truco para disimular que no era capaz de sostenerle la mirada, aunque así lo pareciese—, hasta que éste abrió los ojos. Entonces Akame notó como aquellos orbes dorados como la miel, tan parecidos a los de Kunie que daba miedo pensarlo, se le clavaban en lo más hondo. Y allí, el joven Uchiha halló la inevitable verdad.
«Lo sabe»
A partir de ese momento, era sólo cuestión de esperar que el Kawakage decidiera no ejecutarle en el acto... Cosa que, aunque poco probable, le fue pareciendo al Uchiha más y más plausible conforme Yubiwa hablaba. Pese a que sus compañeros quizás no supieran leer entre líneas, aquella mirada y las palabras que la acompañaron dejaron muy claro que Yubiwa no era ningún estúpido. «Claro que no lo es, ¡es el maldito Kawakage de Takigakure no Sato! ¿En qué demonios estaba pensando Kunie-sensei cuando me mandó aquí?» Notó una punzada de dolor cerca del corazón al dudar de su maestra.
—... Es otro cantar. ¿Se os ocurre algo? ¿Akame? Siempre has sido muy suspicaz.
El Uchiha se irguió más de forma instintiva. Sentía como si una hoja de frío acero estuviera ya tanteando su gaznate. Llegaba el momento de descubrir cartas y la cosa pintaba bastos, de modo que no le quedó otro remedio que mostrar su mano al completo.
—Soy originario de Inaka —«Al diablo con todo»—. No levantaría demasiadas sospechas si hubiese oído algún rumor sobre este grupo. Mi padre podría haber tirado de sus contactos en el gremio de comerciantes, en la corte del Daimyo —tragó saliva de forma casi imperceptible—. Y quizás yo pensara que podría ayudar al grupo robando información de una de las Tres Grandes Aldeas.
Calló. La nariz, torcida tras varias roturas, le picaba a horrores, y los ojos dorados de Yubiwa le seguían pareciendo igual de aterradores. «Las mejores mentiras son aquellas que guardan algo de verdad», le había dicho una vez Kunie-sensei. Ahora su alumno esperaba que realmente fuese así.
—Un ninja siempre debe tener un plan B —agregó, sin haber sido preguntado, porque sabía que aquella idea era demasiado buena como para que se le hubiese ocurrido sobre la marcha.