28/09/2016, 20:44
(Última modificación: 28/09/2016, 20:45 por Uchiha Akame.)
Akame simplemente tomó otro sorbo de té ante las chanzas de su compañero de Villa. «¿Está intentando hacerme pasar por homosexual? ¿Qué tiene eso de gracioso?» El Uchiha de Inaka era un chico listo, pero a veces la convenciones sociales cambiaban de una tierra a otra, y a él le resultaba extraña aquella broma que acababa de hacer Datsue. Tomó otro sorbo, y esperó a que amainase la tormenta.
Sea como fuere, al final acabaron enganchando al joven camarero de la taberna para intentar sonsacarle algo de información. Era una jugada tan clásica, simplona y predecible que a él le daba un poco de vergüenza usarla, pero como siempre decía su maestra Kunie, «siempre debemos usar todas las herramientas a nuestra disposición, por burdas, simples o poco atractivas que sean». De modo que allí estaban, intentando camelarse al mesero, en una escena de lo más arquetípica.
El chico entornó los ojos cuando Datsue anunció que estaban allí por el reclamo del señor Itachi, y poco después negó con la cabeza. Sin embargo, cuando iba a contestar, el gennin parlanchín desvió la conversación hacia asuntos más... De su interés personal. Akame enarcó una ceja, incapaz de creer lo que estaba oyendo, y la mueca se amplió todavía más cuando Karamaru el Calvo cedió su parte.
—Datsue-kun, esperaba mucho más de ti —el Uchiha se refería, obviamente, a la simpleza con la que su compañero intentaba quedarse con la recompensa—. ¿No vas a tantearme primero? ¿Adularme? ¿Halagar algunas de mis múltiples virtudes? Meh...
—Yo que ustedes, mozos, no vendería la piel del oso antes de cazarlo.
La voz del camarero captó toda la atención de Akame. «¿Está insinuando que...?»
—El señor —hizo especial incapié en la palabra, frunciendo los labios, como si en realidad quisiera decir que Itachi era todo lo contrario a un señor—. no sólo tiene fama de charlatán y estafador, sino que además por su culpa ha muerto gente. Buena gente.
El rostro de aquel muchacho era ahora apenas una mueca de asco, y escupió a un lado con marcado desprecio antes de seguir hablando.
—Lo que debiera hacer el señor alguacil es llevárselo preso de una vez, antes de que consiga engañar a otra familia de prim... —calló de repente y entonó una breve oración en voz baja. Allí, como en muchas otras partes de Oonindo, era de una mala educación superlativa insultar a los muertos—. A otra familia, para que le alquilen la casa.
Akame bebió el último sorbo de té con gesto pensativo. «Así que hay cadáveres de por medio... Esto se va esclareciendo, y no tiene buena pinta».
—Lo importante es si puede decirnos el paradero del lugar o del propietario. Con eso nos conformamos y no lo molestaremos más —agregó el calvo con una sonrisa.
—¡Un momento! —exclamó Akame—. ¿De qué muertes me habla? ¿Quién ha muerto en la casa? ¿Sabe cómo fue?
El mesero, que se había sentido visiblemente aliviado por la promesa de Karamaru, compuso una mueca de desconfianza cuando el Uchiha empezó a atosigarle con más preguntas, temiendo que los despachase demasiado rápido. Y así fue.
—La casa está en las afueras del pueblo, siguiendo esta calle hasta la plaza, y luego cogiendo la que va hacia el Oeste —indicó, gesticulando con las manos—. De ese tipo, no sé ni quiero saber nada.
»Que tengan ustedes un buen día.
Y dicho aquello, se volteó con exageración y retomó su tarea de limpiar las jarras de cristal de una de las estanterías.
Sea como fuere, al final acabaron enganchando al joven camarero de la taberna para intentar sonsacarle algo de información. Era una jugada tan clásica, simplona y predecible que a él le daba un poco de vergüenza usarla, pero como siempre decía su maestra Kunie, «siempre debemos usar todas las herramientas a nuestra disposición, por burdas, simples o poco atractivas que sean». De modo que allí estaban, intentando camelarse al mesero, en una escena de lo más arquetípica.
El chico entornó los ojos cuando Datsue anunció que estaban allí por el reclamo del señor Itachi, y poco después negó con la cabeza. Sin embargo, cuando iba a contestar, el gennin parlanchín desvió la conversación hacia asuntos más... De su interés personal. Akame enarcó una ceja, incapaz de creer lo que estaba oyendo, y la mueca se amplió todavía más cuando Karamaru el Calvo cedió su parte.
—Datsue-kun, esperaba mucho más de ti —el Uchiha se refería, obviamente, a la simpleza con la que su compañero intentaba quedarse con la recompensa—. ¿No vas a tantearme primero? ¿Adularme? ¿Halagar algunas de mis múltiples virtudes? Meh...
—Yo que ustedes, mozos, no vendería la piel del oso antes de cazarlo.
La voz del camarero captó toda la atención de Akame. «¿Está insinuando que...?»
—El señor —hizo especial incapié en la palabra, frunciendo los labios, como si en realidad quisiera decir que Itachi era todo lo contrario a un señor—. no sólo tiene fama de charlatán y estafador, sino que además por su culpa ha muerto gente. Buena gente.
El rostro de aquel muchacho era ahora apenas una mueca de asco, y escupió a un lado con marcado desprecio antes de seguir hablando.
—Lo que debiera hacer el señor alguacil es llevárselo preso de una vez, antes de que consiga engañar a otra familia de prim... —calló de repente y entonó una breve oración en voz baja. Allí, como en muchas otras partes de Oonindo, era de una mala educación superlativa insultar a los muertos—. A otra familia, para que le alquilen la casa.
Akame bebió el último sorbo de té con gesto pensativo. «Así que hay cadáveres de por medio... Esto se va esclareciendo, y no tiene buena pinta».
—Lo importante es si puede decirnos el paradero del lugar o del propietario. Con eso nos conformamos y no lo molestaremos más —agregó el calvo con una sonrisa.
—¡Un momento! —exclamó Akame—. ¿De qué muertes me habla? ¿Quién ha muerto en la casa? ¿Sabe cómo fue?
El mesero, que se había sentido visiblemente aliviado por la promesa de Karamaru, compuso una mueca de desconfianza cuando el Uchiha empezó a atosigarle con más preguntas, temiendo que los despachase demasiado rápido. Y así fue.
—La casa está en las afueras del pueblo, siguiendo esta calle hasta la plaza, y luego cogiendo la que va hacia el Oeste —indicó, gesticulando con las manos—. De ese tipo, no sé ni quiero saber nada.
»Que tengan ustedes un buen día.
Y dicho aquello, se volteó con exageración y retomó su tarea de limpiar las jarras de cristal de una de las estanterías.