5/10/2016, 11:20
(Última modificación: 5/10/2016, 12:25 por Aotsuki Ayame.)
Ahora sólo la lluvia sería testigo de aquella confrontación entre compañeros. Bueno, y ellos. La lluvia, y ellos.
Un hombre y una mujer de mediana edad estaban de pie a ambos lados de la arena de batalla. Ambos estaban de brazos cruzados y mantenían una mirada fija hacia adelante, pero el brillo de sus ojos era muy distinto. El del padre de Ayame, Aotsuki Zetsuo, era frío, calculador, expectante... e impaciente. Observaba la espalda de su hija y la postura de su contrincante como quien observa un mapa de guerra y juega a imaginarse los próximos movimientos de sus guarniciones. El de la madre de Daruu, por el contrario, era ardiente. Apasionado. Se estaba dejando sorprender, exponiéndose a lo que el combate iba a darle sin temor a dejar de pensar en qué pasará a continuación.
El tercer acompañante era un lucero blanco en medio de nubes de tormenta y olas de agua oscura. Aotsuki Kori hacía de juez y árbitro, y se mantenía al margen en medio de ellos dos. El brillo de sus ojos no decía nada, e impertérrita era también su postura, con un brazo levantado, que trazaba una línea imaginaria cruzando todo el terreno por la mitad.
Era una plataforma enorme rectangular, de al menos veinte metros de largo y diez de ancho. No había obstáculos para entorpecerlos ni modo de huir: allá en medio del lago uno sólo podía saltar a las olas. Y ya habían acordado que quien cayese al agua perdería el combate.
Ya iba siendo hora de saldar la apuesta entre sus padres.
—Bueno... pues ya está todo listo —anunció Daruu, como si todos no supieran ya que así lo era—. No quería tener que hacer esto de esta manera, pero los viejos se han empeñado.
Kiroe tosió, detrás de él.
—Era una tontería de broma, mamá. —apoyó una mano al lado del cuello y movió uno de los hombros. Flexionó y estiró las rodillas, varias veces, calentando.
Y levantó la mano.
—Kori-san, yo ya estoy listo.
Un hombre y una mujer de mediana edad estaban de pie a ambos lados de la arena de batalla. Ambos estaban de brazos cruzados y mantenían una mirada fija hacia adelante, pero el brillo de sus ojos era muy distinto. El del padre de Ayame, Aotsuki Zetsuo, era frío, calculador, expectante... e impaciente. Observaba la espalda de su hija y la postura de su contrincante como quien observa un mapa de guerra y juega a imaginarse los próximos movimientos de sus guarniciones. El de la madre de Daruu, por el contrario, era ardiente. Apasionado. Se estaba dejando sorprender, exponiéndose a lo que el combate iba a darle sin temor a dejar de pensar en qué pasará a continuación.
El tercer acompañante era un lucero blanco en medio de nubes de tormenta y olas de agua oscura. Aotsuki Kori hacía de juez y árbitro, y se mantenía al margen en medio de ellos dos. El brillo de sus ojos no decía nada, e impertérrita era también su postura, con un brazo levantado, que trazaba una línea imaginaria cruzando todo el terreno por la mitad.
Era una plataforma enorme rectangular, de al menos veinte metros de largo y diez de ancho. No había obstáculos para entorpecerlos ni modo de huir: allá en medio del lago uno sólo podía saltar a las olas. Y ya habían acordado que quien cayese al agua perdería el combate.
Ya iba siendo hora de saldar la apuesta entre sus padres.
—Bueno... pues ya está todo listo —anunció Daruu, como si todos no supieran ya que así lo era—. No quería tener que hacer esto de esta manera, pero los viejos se han empeñado.
Kiroe tosió, detrás de él.
—Era una tontería de broma, mamá. —apoyó una mano al lado del cuello y movió uno de los hombros. Flexionó y estiró las rodillas, varias veces, calentando.
Y levantó la mano.
—Kori-san, yo ya estoy listo.