9/10/2016, 14:09
—Un espasmo de lo más raro, entonces —contestó el Uchiha con una media sonrisa—. El tipo ha caminado como tres metros, gimiendo y... —calló un momento, haciendo memoria—. Llamando a un tal Kenji. No soy médico, pero para mí parece más bien imposible.
Akame seguía observando a la chica con penetrante fijeza. En realidad, estaba tratando de discernir qué clase de persona era. Cuánto podía contarle. Cuándo debía dejarla allí, sola, en mitad de la fría noche notsubeña para evitarse mayores complicaciones. Y, sobre todo, qué información podía darle sobre lo ocurrido. «Pues parece que ninguna. Está confusa y parece impactada, pero no hay rastro de miedo en sus ojos. Curioso...»
—Es... es la primera persona que veo morir...
El Uchiha frunció el ceño. Si había algo que no estaba dispuesto a hacer aquella noche, era perder el tiempo oficiando de "hombre bueno". Ya estaba a punto de darse media vuelta y desaparecer de entre las sombras cuando la muchacha dejó caer una sutil indirecta. Akame abrió los ojos, sorprendido. Era guapa, no tan guapa como otras chicas que había visto en Takigakure, pero sí más que las que había visto en Notsuba. Él no era de esa clase de hombres que dejaba que sus instintos se interpusieran en su camino... De modo que tuvo que esforzarse un poco en buscar una excusa creíble que darse a sí mismo. «Puede que me dé más información si se tranquiliza y piensa con más claridad. Sí, eso es, esta chica puede ayudarme a indagar más en este misterioso suceso».
—Tienes razón, y hace un frío de mil demonios. Conozco una posada bastante acogedora cerca de aquí. Creo que podemos hablar más de lo que ha pasado ahí dentro con una buena taza de té entre manos.
Y sin más preámbulos, el Uchiha se echó la capucha por encima y, tras internarse en las sombras del callejón, empezó a caminar en dirección a la posada donde estaba alojado, esperando que aquella muchacha tan pálida le siguiese.
—¡Suéltame, joder! Fueron aquellos dos gorilas, yo solo estaba disfrutando de unos dangos.
El soldado que había levantado en volandas a Yota le soltó instintivamente cuando éste gritó con una fuerza impropia de su edad, pero rápidamente volvió a agarrarle por los hombros con una fuerza muy superior a la suya. El sargento, mientras tanto, escuchaba la historia que le estaba contando aquel muchacho con mucha atención.
Cuando terminó, el hombre se rascó la barbilla puntiaguda, surcada por una cicatriz muy profunda, con gesto reflexivo. Sus ojos pasaron de Yota al cadáver que yacía inerte en el suelo, luego a la mesa volcada manchada de sangre —donde, dedujo, habían asesinado al comensal— y luego otra vez a Yota. Su expresión se ablandó ligeramente —todo lo que podía ablandarse una barra de acero—.
—Está bien, está bien. Te creo. Cuéntame con todo detalle lo que has visto.
Ayame, por su parte, estaba tan concentrada en escuchar la conversación de los guardias con aquel muchacho pelirrojo, que casi ni se dio cuenta de que alguien se había agazapado junto a la ventana, justo al lado de ella. Era un tipo flacucho y pálido con una bufanda roja alrededor del cuello. Parecía bastante nervioso mientras observaba la escena.
—Joder... Putos cabrones... ¡No tenían que hacerlo así! Menudas semanitas nos esperan, con la guardia del Daimyo tocándonos los cojones... Me cago en...
De repente se oyó un ruido tras la esquina, y el susodicho dio un respingo. Blasfemó por lo bajo y, con la agilidad de un gato, trató de escabullirse entre las sombras del callejón.
Akame seguía observando a la chica con penetrante fijeza. En realidad, estaba tratando de discernir qué clase de persona era. Cuánto podía contarle. Cuándo debía dejarla allí, sola, en mitad de la fría noche notsubeña para evitarse mayores complicaciones. Y, sobre todo, qué información podía darle sobre lo ocurrido. «Pues parece que ninguna. Está confusa y parece impactada, pero no hay rastro de miedo en sus ojos. Curioso...»
—Es... es la primera persona que veo morir...
El Uchiha frunció el ceño. Si había algo que no estaba dispuesto a hacer aquella noche, era perder el tiempo oficiando de "hombre bueno". Ya estaba a punto de darse media vuelta y desaparecer de entre las sombras cuando la muchacha dejó caer una sutil indirecta. Akame abrió los ojos, sorprendido. Era guapa, no tan guapa como otras chicas que había visto en Takigakure, pero sí más que las que había visto en Notsuba. Él no era de esa clase de hombres que dejaba que sus instintos se interpusieran en su camino... De modo que tuvo que esforzarse un poco en buscar una excusa creíble que darse a sí mismo. «Puede que me dé más información si se tranquiliza y piensa con más claridad. Sí, eso es, esta chica puede ayudarme a indagar más en este misterioso suceso».
—Tienes razón, y hace un frío de mil demonios. Conozco una posada bastante acogedora cerca de aquí. Creo que podemos hablar más de lo que ha pasado ahí dentro con una buena taza de té entre manos.
Y sin más preámbulos, el Uchiha se echó la capucha por encima y, tras internarse en las sombras del callejón, empezó a caminar en dirección a la posada donde estaba alojado, esperando que aquella muchacha tan pálida le siguiese.
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—¡Suéltame, joder! Fueron aquellos dos gorilas, yo solo estaba disfrutando de unos dangos.
El soldado que había levantado en volandas a Yota le soltó instintivamente cuando éste gritó con una fuerza impropia de su edad, pero rápidamente volvió a agarrarle por los hombros con una fuerza muy superior a la suya. El sargento, mientras tanto, escuchaba la historia que le estaba contando aquel muchacho con mucha atención.
Cuando terminó, el hombre se rascó la barbilla puntiaguda, surcada por una cicatriz muy profunda, con gesto reflexivo. Sus ojos pasaron de Yota al cadáver que yacía inerte en el suelo, luego a la mesa volcada manchada de sangre —donde, dedujo, habían asesinado al comensal— y luego otra vez a Yota. Su expresión se ablandó ligeramente —todo lo que podía ablandarse una barra de acero—.
—Está bien, está bien. Te creo. Cuéntame con todo detalle lo que has visto.
Ayame, por su parte, estaba tan concentrada en escuchar la conversación de los guardias con aquel muchacho pelirrojo, que casi ni se dio cuenta de que alguien se había agazapado junto a la ventana, justo al lado de ella. Era un tipo flacucho y pálido con una bufanda roja alrededor del cuello. Parecía bastante nervioso mientras observaba la escena.
—Joder... Putos cabrones... ¡No tenían que hacerlo así! Menudas semanitas nos esperan, con la guardia del Daimyo tocándonos los cojones... Me cago en...
De repente se oyó un ruido tras la esquina, y el susodicho dio un respingo. Blasfemó por lo bajo y, con la agilidad de un gato, trató de escabullirse entre las sombras del callejón.