11/10/2016, 20:21
Kori asintió con la frialdad del hielo y observó a su hermana, expectante. La muchacha abrió los labios, luego se mordió el de abajo, y finalmente se apretó el nudo de la cinta que llevaba atada detrás de la cabeza. Daruu sonrió. Sería tan fácil cortarle la cinta... Dada la obsesión de Ayame por aquél hábito —aún no sabía por qué— sin duda aquello le daría la victoria. Pero era demasiado fácil, y para él no lo suficientemente limpio.
Alguno habría discutido sobre si un ninja debía ser limpio o no peleando, pero para el que no lo sepa, he de recordar que aquello trataba sobre honor y sobre compañerismo, en el fondo. Bueno, a Kiroe y a Zetsuo quizás hacía falta explicarles un poco de la segunda parte, pero en los duelos tradicionales entre shinobis, normalmente, se medían las habilidades sin recurrir a atajos. Al final, eran ninjas, y de trampas y triquiñuelas iba el asunto, pero estaba dispuesto a pasar por alto esa debilidad de la chiquilla.
Porque no podría engañarse a sí mismo y hacerse creer que había ganado.
—Yo... también estoy lista —anunció, finalmente, Ayame.
Kori asintió de nuevo, y con su voz impersonal y ausente enunció las palabras mágicas.
—Bien. Comenzad.
Bajó el brazo, cortando la línea imaginaria que les separaba. Se movió, apartándose del camino. Ya no había marcha atrás.
Ayame se llevó la mano derecha al portaobjetos, y Daruu flexionó las rodillas para correr hacia ella. Pero Ayame no lanzó arma alguna. Y Daruu no echó a correr.
—Me da igual lo que piensen nuestros padres —dijo—. Para mí esto no es una apuesta, porque yo no he puesto dinero. Esto es un duelo tradicional. Así que, Ayame...
Volvió a estirar las piernas y formuló el sello del tigre frente a sí.
—Vamos a disfrutar del combate.
Alguno habría discutido sobre si un ninja debía ser limpio o no peleando, pero para el que no lo sepa, he de recordar que aquello trataba sobre honor y sobre compañerismo, en el fondo. Bueno, a Kiroe y a Zetsuo quizás hacía falta explicarles un poco de la segunda parte, pero en los duelos tradicionales entre shinobis, normalmente, se medían las habilidades sin recurrir a atajos. Al final, eran ninjas, y de trampas y triquiñuelas iba el asunto, pero estaba dispuesto a pasar por alto esa debilidad de la chiquilla.
Porque no podría engañarse a sí mismo y hacerse creer que había ganado.
—Yo... también estoy lista —anunció, finalmente, Ayame.
Kori asintió de nuevo, y con su voz impersonal y ausente enunció las palabras mágicas.
—Bien. Comenzad.
Bajó el brazo, cortando la línea imaginaria que les separaba. Se movió, apartándose del camino. Ya no había marcha atrás.
Ayame se llevó la mano derecha al portaobjetos, y Daruu flexionó las rodillas para correr hacia ella. Pero Ayame no lanzó arma alguna. Y Daruu no echó a correr.
—Me da igual lo que piensen nuestros padres —dijo—. Para mí esto no es una apuesta, porque yo no he puesto dinero. Esto es un duelo tradicional. Así que, Ayame...
Volvió a estirar las piernas y formuló el sello del tigre frente a sí.
—Vamos a disfrutar del combate.