13/10/2016, 18:29
La mirada dura y sólida del alguacil recorrió de arriba a abajo a cada uno de los muchachos. Primero Akame, que le mantuvo la vista con sus ojos negros y profundos, sin inmutarse siquiera. Todavía llevaba sobre los hombros su capa de viaje cubierta de polvo y tierra del sendero, y bajo ella apenas se podía intuir su constitución ágil y el portaobjetos que llevaba colgado del cinturón. Luego a Datsue, el más joven de los tres. Y, finalmente, a Karamaru. El funcionario se tomó un tiempo para examinar detenidamente a aquel misterioso chico hasta que sus labios se acabaron curvando ligeramente en una tímida sonrisa.
Akame, por su parte, había estado haciendo lo propio con aquel guerrero. «Dudo que haya conseguido ese bronceado aquí, donde apenas se ve el Sol. Deben haberle asignado a Kawabe hace poco. Su armadura está muy pulida, sin marcas ni arañazos, por lo que éste no es un sitio donde haya demasiados problemas. O demasiado graves.» Bajó la vista hasta el cinturón de aquel hombre. «La espada parece de buena factura, muy valiosa, no creo que haya podido pagársela con el sueldo de funcionario del Daimyo. ¿Quizá viene de buena familia?» Frunció el ceño. «¿Por qué un soldado joven, bien situado y de buena familia acabaría en un pueblo dejado de la mano de los dioses?».
Mientras él reflexionaba, su compañero Datsue tomó la iniciativa. Era en situaciones así en las que Akame se alegraba de tenerlo cerca; siempre podías contar con aquel chico para que se encargase de la parte aburrida.
Conforme el joven Uchiha hablaba, el rostro del alguacil fue pasando primero por patente resentimiento, luego curiosidad y —cuando Karamaru agregó lo suyo—, resignación. «Que estemos aquí es claramente un insulto directo a su autoridad; significa que no ha podido hacerse cargo del problema él solo. Sin embargo, parece resignado... Es evidente que esto lleva trayéndole quebraderos de cabeza desde hace tiempo».
—Muy bien. Yo soy Bayushi Hisagi, guerrero al servicio de Daimyo-sama y alguacil de Kawabe por su gracia —se presentó, irguiéndose en toda su estatura y regio porte—. Supongo que estáis aquí por el anuncio que ha puesto el señor Ho.
Sus ojos oscuros y duros como la roca se perdieron en algún punto de la lejanía, por encima de las cabezas de los shinobi.
—Sí, han ocurrido ciertos sucesos en esa casa, pero nada remotamente cercano a lo que el señor Ho asegura —negó con la cabeza, visiblemente molesto—. Hace unas cuantas noches, la señora Sanbou sufrió un delirio y atacó a su familia. Nadie se lo hubiera esperado, eran gente normal, queridos en el pueblo. No parecían tener problemas.
Ryomaru chasqueó la lengua, como si estuviese irritado por sus propias palabras. Se le veía afectado por el caso. «Quizá demasiado. ¿Es por su poca experiencia en casos de verdad, o porque... Ha ocurrido más veces?»
—Ha sido un golpe de mala fortuna, pero ahora el señor Ho no para de repetir bobadas que sólo hacen alimentar la imaginación de la gente.
Akame, por su parte, había estado haciendo lo propio con aquel guerrero. «Dudo que haya conseguido ese bronceado aquí, donde apenas se ve el Sol. Deben haberle asignado a Kawabe hace poco. Su armadura está muy pulida, sin marcas ni arañazos, por lo que éste no es un sitio donde haya demasiados problemas. O demasiado graves.» Bajó la vista hasta el cinturón de aquel hombre. «La espada parece de buena factura, muy valiosa, no creo que haya podido pagársela con el sueldo de funcionario del Daimyo. ¿Quizá viene de buena familia?» Frunció el ceño. «¿Por qué un soldado joven, bien situado y de buena familia acabaría en un pueblo dejado de la mano de los dioses?».
Mientras él reflexionaba, su compañero Datsue tomó la iniciativa. Era en situaciones así en las que Akame se alegraba de tenerlo cerca; siempre podías contar con aquel chico para que se encargase de la parte aburrida.
Conforme el joven Uchiha hablaba, el rostro del alguacil fue pasando primero por patente resentimiento, luego curiosidad y —cuando Karamaru agregó lo suyo—, resignación. «Que estemos aquí es claramente un insulto directo a su autoridad; significa que no ha podido hacerse cargo del problema él solo. Sin embargo, parece resignado... Es evidente que esto lleva trayéndole quebraderos de cabeza desde hace tiempo».
—Muy bien. Yo soy Bayushi Hisagi, guerrero al servicio de Daimyo-sama y alguacil de Kawabe por su gracia —se presentó, irguiéndose en toda su estatura y regio porte—. Supongo que estáis aquí por el anuncio que ha puesto el señor Ho.
Sus ojos oscuros y duros como la roca se perdieron en algún punto de la lejanía, por encima de las cabezas de los shinobi.
—Sí, han ocurrido ciertos sucesos en esa casa, pero nada remotamente cercano a lo que el señor Ho asegura —negó con la cabeza, visiblemente molesto—. Hace unas cuantas noches, la señora Sanbou sufrió un delirio y atacó a su familia. Nadie se lo hubiera esperado, eran gente normal, queridos en el pueblo. No parecían tener problemas.
Ryomaru chasqueó la lengua, como si estuviese irritado por sus propias palabras. Se le veía afectado por el caso. «Quizá demasiado. ¿Es por su poca experiencia en casos de verdad, o porque... Ha ocurrido más veces?»
—Ha sido un golpe de mala fortuna, pero ahora el señor Ho no para de repetir bobadas que sólo hacen alimentar la imaginación de la gente.