27/05/2015, 00:06
Juro terminó cediéndole la razón, y Ayame le dedicó una suave sonrisa, cómplice. Había estado a punto de añadir algo, cuando las voces de dos mujeres les sobresaltaron. La más lozana provenía de una joven que, pese a ser apenas un poco más alta que ella, era indudablemente más mayor. Era posible, incluso, que fuera más mayor que su propio hermano. Llevaba el cabello peinado en dos coletas, y su color dorado contrastaba enormemente con el vestido negro que llevaba. La otra voz, más grave y chillona, pertenecía a una mujer ya adulta que debía de ser algo más mayor que su padre. Sus cabellos, antaño oscuros, estaban ahora salpicados por la edad. La mujer vestía un amplio vestido azul estampado con margaritas y llevaba entre sus manos un bastón que, a juzgar por la soltura de sus movimientos, no parecía necesitar.
«Quizás simplemente se ayude con él para caminar por estos parajes» Meditó una inocente Ayame, que se veía incapaz de apartar la mirada de la curiosa escena.
La más joven salió corriendo de repente hacia uno de los laterales de la montaña, aunque sus movimientos eran raros, bruscos y muy rápidos. Ayame no se atrevió a reírse siquiera, pues la mujer adulta había comenzado a proferir nuevos gritos hacia su acompañante. Según sus palabras, no era la primera vez que la dejaban sola... ¿Pero qué estaba pasando exactamente? De repente, sus miradas se cruzaron momentáneamente, y Ayame se sobresaltó al saberse descubierta en su curiosidad. Pero los rasgos de la mujer se suavizaron repentinamente y les dedicó una radiante sonrisa antes de atreverse a acercarse a ellos.
—Buenos días, señora —saludó, devolviéndole una sonrisa cortés. Tal y como había visto anteriormente, la mujer ni siquiera apoyaba su peso en el bastó al andar. Y aquel gesto en su rostro, con aquella sonrisa demasiado grande, unos dientes amarillentos y desde luego nada cuidados, consiguió ponerle la piel de gallina. Pero hizo todo lo posible por no demostrarlo de manera externa y mantener la buena educación.
Sin embargo, no era la única que había tenido una mala sensación. Juro había retrocedido ligeramente, colocándose junto a ella. ¿O acaso era simplemente timidez?
La mujer les lanzó una pregunta directa sin perder aquella inquietante sonrisa, y Ayame se permitió el lujo de llevarse la mano a la parte posterior del obi para sacar la cantimplora y darle un par de tragos.
—Pues... estamos de turistas, realmente. El Valle del Fin es desde luego un lugar de peregrinaje para nosotros, los shinobi. ¿Y usted? ¿Qué está haciendo por aquí?
«Quizás simplemente se ayude con él para caminar por estos parajes» Meditó una inocente Ayame, que se veía incapaz de apartar la mirada de la curiosa escena.
La más joven salió corriendo de repente hacia uno de los laterales de la montaña, aunque sus movimientos eran raros, bruscos y muy rápidos. Ayame no se atrevió a reírse siquiera, pues la mujer adulta había comenzado a proferir nuevos gritos hacia su acompañante. Según sus palabras, no era la primera vez que la dejaban sola... ¿Pero qué estaba pasando exactamente? De repente, sus miradas se cruzaron momentáneamente, y Ayame se sobresaltó al saberse descubierta en su curiosidad. Pero los rasgos de la mujer se suavizaron repentinamente y les dedicó una radiante sonrisa antes de atreverse a acercarse a ellos.
—Buenos días, señora —saludó, devolviéndole una sonrisa cortés. Tal y como había visto anteriormente, la mujer ni siquiera apoyaba su peso en el bastó al andar. Y aquel gesto en su rostro, con aquella sonrisa demasiado grande, unos dientes amarillentos y desde luego nada cuidados, consiguió ponerle la piel de gallina. Pero hizo todo lo posible por no demostrarlo de manera externa y mantener la buena educación.
Sin embargo, no era la única que había tenido una mala sensación. Juro había retrocedido ligeramente, colocándose junto a ella. ¿O acaso era simplemente timidez?
La mujer les lanzó una pregunta directa sin perder aquella inquietante sonrisa, y Ayame se permitió el lujo de llevarse la mano a la parte posterior del obi para sacar la cantimplora y darle un par de tragos.
—Pues... estamos de turistas, realmente. El Valle del Fin es desde luego un lugar de peregrinaje para nosotros, los shinobi. ¿Y usted? ¿Qué está haciendo por aquí?