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—Puedo... ¿Puedo adelantarme?
El joven que la acompañaba la miró de manera penetrante. Sus ojos gélidos no expresaban ningún tipo de emoción, pero ella ya le conocía lo suficiente como para saber que estaba pensando en la respuesta.
—¿Por qué te empeñas en ir tú sola?
Ayame se mordió el labio inferior, dubitativa.
Estaban llegando al límite del País de la Tormenta, y ya habían pasado unos tres días desde que habían abandonado las eternas lluvias aunque el cielo seguía parcialmente nublado por encima de sus cabezas. Ahora se acercaban al punto en el que confluían los límites de los tres países más grandes del continente shinobi: el País de la Tormenta, el País del Remolino y el País del Bosque. El denso bosque cada vez se volvía más abierto, y un lejano susurro en la distancia le indicaba a la muchacha que estaban cerca de su destino. De hecho, no sabía si se trataba de pura sugestión o si era de verdad, pero un ligero cosquilleo recorría cada fibra de su ser.
—Es... algo personal —se limitó a responder, y Kōri terminó por asentir con un ligero suspiro.
—Esta bien, pero recuerda las palabras de padre. Nada de meterse en líos. De todas maneras estaré cerca... por si acaso.
Estaba claro que no se terminaba de fiar de su sentido de la seguridad, y realmente no podía culparle. Por eso, Ayame asintió enérgicamente y echó a correr en la dirección del susurro. Su corazón cada vez palpitaba con más fuerza, y no sólo se debía al ejercicio físico que estaba realizando. Aquella extraña sensación se iba acrecentando con cada zancada que daba.
Y, finalmente, el paisaje se abrió ante ella.
—Esto es... el Valle del Fin...
Otros no comprenderían su fascinación por aquel lugar, pero Ayame necesitaba ver el lugar donde se originó todo y sólo por ello se había enfrentado a su padre con uñas y dientes para que le dejara acudir a aquel lugar. El génesis de su naturaleza oculta, un lugar que aunque no parecía decirle nada, le decía todo al mismo tiempo. En el lago creado por la catarata que caía tras un elevado desnivel se alzaban solemnes tres gigantescas estatuas que representaban a los tres primeros kage que se encargaron de desterrar a costa de sus vidas a los nueve monstruos que en esos momentos estaban arrasando el mundo: Uzumaki Shiomaru, Koichi Riona y Sumizu Kouta.
Sin embargo, los bijū estaban apareciendo de nuevo. Al menos el cinco colas, el Gobi, había hecho acto de aparición...
Y ahora se encontraba dentro de ella.
«¿De qué sirvió vuestro sacrificio, Kage-sama? ¿Habríais hecho lo mismo si hubiérais sabido que iban a volver a aparecer? Suspiró, con cierta tristeza.
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—Debo admitir que estoy sorprendida, no esperaba en ti un deseo tan maduro.
Los hermanos Eikyu se encontraban esta vez de camino hacia uno de los lugares más emblematicos del mundo shinobi, el Valle del Fin. El lugar donde se libró una gran batalla, donde los kages dieron sus vidas.
— No se porque te extrañas tanto, es un lugar al que todo shinobi debería ir a ver — contestó el pelinegro, sintiendose casi hasta ofendido por el comentario de su hermana, aunque ya estaba acostumbrado.
Ambos shinobis llevaban varios dias de viaje. Realmente Juro no se lo acababa de creer del todo. Su hermana había accedido a llevarle, a un viaje de varios días para contemplar las estatuas, así, sin más...Al mirar su marcha despreocupada se preguntaba que estaría pasando por su cabeza en esos momentos.
Pero eso no era lo importante. Lo importante era que ya estaban a punto de llegar. Estaban muy cerca del límite de los tres países. O al menos eso le decía Katsue. El no tenía demasiada idea de interpretar un mapa. Sin ella estaba más que perdido, pero eso no le impidiría no haber ido. Quizas por eso había accedido a acompañarle.
— ¿Entoncés ya estamos cerca? — preguntó, ilusionado.
— Muy cerca — por una vez, pudo apreciar la sonrisa de Katsue al verle así..
— Sera genial. Podremos ver el lugar, hablar de la historia. Sera un buen momento entre her...
— ¿Que? ¿Momento de Hermanos? Creo que te confundes — su hermana le cortó casi instantaneamente, sin dejarle terminar — Creía que querías reflexionar y esas cosas, yo solo estorbaría.
¿Eh? — Juro había bajado de las nubes en cuanto su hermana pronunció esas palabras.
— Tengo que hacer un par de cosas por la zona. Te dejare un rato por la zona y luego ire a por ti. Creeme, es una experiencia que deberías vivir por ti mismo. Y por amor de dios, ni se te ocurra irte por ahí, que luego no te encuentro.
Juro se cruzó de brazos y asintió vagamente. No supo distinguir entre si su hermana decía la verdad, o era una simple excusa para ir a lo suyo. De todas formas no puso más pegas, en cuanto se lo permitió, salió corriendo hacía el lugar...
Al llegar pudo observar el paisaje que había. Las dos estatuas una frente a otra, la gran cascada creada por la increíble técnica, la otra estatua al otro lado...Era un paisaje magnifico, tanto que no pudo contenerse a murmurarle.
— Es increíble que pudiesen hacer algo así...
Después de decirlo, se dió cuenta de que había alguien mas con él. Una chica de estatura mediana, más alta que él. Tenia una bandana de Amegakure, y parecía estar ensimismada en sus pensamientos. Aun así se sintió avergonzado al darse cuenta del dato, y rapidamente intentó solucionarlo.
— Oh, no me había fijado... - tanto por la timidez que tenía con la gente, como por los nervios acabo trabándose y no acabando la frase — Em...Hola.
Puso una sonrisa temblorosa al hablar. Tanto problema para expresarse empezaba a sacarle los colores...
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Tan ensimismada se encontraba en sus propios pensamientos acerca del legendario lugar en el que se encontraba, que no notó la presencia del recién llegado hasta que su voz infantil la sobresaltó.
—¡Ay! —exclamó, con un notorio brinco, y al girarse se vio cara a cara con un chiquillo algo más bajito que ella. La bandana que llevaba sobre la frente quedaba parcialmente oculta por sus cabellos oscuros, que caían sobre uno de los laterales de su rostro, por lo que en un principio no supo identificar el símbolo grabado en su superficie metálica. Sus ojos, oscuros como el café estaban clavados en ella en un gesto que parecía mediar la curiosidad—. Oh... hola. Lo siento, me he asustado.
El chico correspondió al saludo con cierto nerviosismo, quizás timidez, y Ayame esbozó una ligera sonrisa en respuesta. Con gesto distraído, la muchacha se agachó y tomó una piedra del camino que prácticamente ocupaba todo su puño.
—La verdad es que es increíble... Y pensar que hace unos doscientos años los tres Kage se llevaron por delante a las nueve bestias... No puedo ni imaginar lo que pasó entonces —comentó, al tiempo que lanzaba la piedra al aire una y otra vez, jugueteando con ella—. Oh, disculpa mis modales, mi nombre es Aotsuki Ayame. Eres un ninja, ¿verdad? ¿Qué te trae por aquí?
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Tal y como pensó, la chica se asustó al oirle, era normal. Si alguien se ponía a su lado a susurarle, o bien era alguien conocido, o bien un psicopata que estaba a punto de matarla y a tirar su cuerpo por la cascada. No era mal plan, Gen podría encargarse de la parte de matar...
Dejando los pensamientos de gente perfectamente normal aun lado, la chica parecía ser amable. Explico lo que suponía juro, que se había asustado, ya sea por el comportamiento del chico, o por que era así.
— Lo siento, no me di cuenta de que estabas — comentó, rascandose la nuca con la mano derecha, con nerviosismo, un poco mejor ya — supongo que el lugar me ha podido.
Después de una breve risilla, la chica mantuvo su conversación, presentandose como Aotsuki Ayame, mirando la evidencia de que era un ninja, por su bandana, aunque no mencionó la aldea. Seguramente era muy obvio como para hacerlo.
— Encantado, yo soy Eikyu Juro — se presentó, sonriente, ya recuperado de la impresión — No puedo imaginarlo, la verdad...Es decir, siempre queda la fantasía de técnicas grandiosas e increíbles...Pero a veces es difícil distinguir la realidad de lo que uno imagina...
Era verdad. Podía imaginar meteoritos gigantes, armas volando...Pero, ¿Que fue lo que pasó en realidad?. Ayame, mientras hablaban, cogió una piedra del suelo, y empezó a balancearla, lanzandola al aire una y otra vez.
"¿Me estará amenazando?"
No tenía una mirada intimidarte, ni tenía la ropa de una de esas ninjas barrio bajeras de kunai fácil, pero no podía ignorar el hecho de que tenía un arma...Intentó no pensar en ello, una piedra no mataba, aunque no le gustaba esa en particular, por alguna razón.
— Si, me he graduado hace poco. Tenía ganas de viajar y visitar este lugar, ya sabes, siendo shinobi me comprenderás. Es un sitio al que todos deberíamos ir —comentó, dando por hecho que por su edad, Ayame llevaba siendo shinobi más tiempo que él — ¿Y tu? ¿Vienes a recordar viejos tiempos? ¿Cuanto tiempo llevas siendo shinobi?
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—Eikyō Jiyuro... Es un placer —repitió, con cierto esfuerzo, tras la presentación del muchacho. Tras la timidez inicial, el chico sonrió y se aventuró a soñar sobre los sucesos que habrían ocurrido en aquel lugar hace unos doscientos años.
Ayame se contagió de aquel aire soñador, y sus ojos se desviaron hacia el valle. Por debajo de ellos el desfiladero abría paso a un inmenso lago de aguas cristalinas que reflejaba el azul de un cielo completamente despejado que ella no estaba acostumbrada a ver sin sentir un desagradable escalofrío. Rompiendo la monotonía del agua, las tres formidables estatuas de los Kage se alzaban imponentes hacia el cielo.
—Las leyendas dicen que fue precisamente ese combate el que creó este lago a partir del que queda encima del acantilado —respondió, y en aquel momento no supo cómo sentirse. En su imaginativa mente se mezclaban imágenes difusas en las que se representaban a los tres Kage, diminutos como hormigas, frente a nueve gigantescos monstruos aterradores de rasgos inhumanos—. El resto, supongo, tendremos que imaginarlo. Aunque desde luego espero como mínimo una graaaaaan explosión.
Movió el brazo en un arco rápido y seco, y la piedra cayó por el acantilado. Al cabo de algunos segundos llegó al agua con una ligera salpicadura que levantó pequeñas ondas a su alrededor.
Fue en ese momento que el shinobi afirmó que se había graduado hacía poco, y Ayame le dirigió una breve mirada por el rabillo del ojo. Creía atisbar el símbolo de Kusagakure en su bandana, pero su pelo lo ocultaba parcialmente y no podía estar del todo segura. El chico quería viajar, sobre todo a un lugar de tal reputación como aquel. Y entonces la pelota de la pregunta le fue devuelta.
«Recordar viejos tiempos...» Aquello le hizo gracia, desde luego, pero se esforzó en no reírse en voz alta. Era curioso que dijera algo así cuando en su propio interior llevaba a una de las criaturas que fueron eliminadas allí mismo en la épica batalla.
—Más o menos —respondió, con sencillez—. Me gradué hace un par de semanas, así que me temo que soy tan novata como tú, Jiyuro-san —sonrió.
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19/05/2015, 21:10
(Última modificación: 19/05/2015, 21:12 por Eikyuu Juro.)
— No Ayame- san, lo dices mal. Es Juro, no Jiryuro. Ju-ro — Intento corregirla lo más respetuosamente posible, aunque le extrañó que la chica se complicase tanto. Con lo fácil que era decirlo...
Dejando a un lado eso, también dió un dato de importancia para el chico. Era una genin desde hace un par de semanas, así que no le sacaba demasiado tiempo.
— Oh, lo siento, parecías más mayor de lo que me imagine — comentó, sonriendo.
Juro se quedó pensativo, no debía tener más de un par de años, pero si él se había graduado a esa edad, ¿Por qué ella se había graduado más tarde? La respuesta no era muy difícil, quizás tuviese algún tipo de inconveniente o algo así, o simplemente entrase un año más tarde.
Es la primera vez que me encuentro con un ninja de Amegakure ¿Sabes? – comentó, mirándola durante unos momentos — Es una tontería, pero pensaba que seríais algo diferentes.
Había oído muchas cosas sobre ellos. Lo más popular era que caía una lluvia eterna sobre sus países. Era algo que nunca había visto, ni si quiera se había acercado a la zona.
Ayame-san…¿Podría preguntarte algo, ya que hablamos del tema? – preguntó, dispuesto a satisfacer su curiosidad infantil — ¿Es cierto que en el país del a tormenta llueve siempre? Esto es lo más lejos que he estado de casa.
Y era cierto. Su hermana nunca le había llevado a muchos lugares, y por tanto, no tenía ni idea. Tuvo que contener algunos otros rumores más ofensivos, como que todos los habitantes eran peces azules y tonterías así…
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—¡Oh! ¡Juro-san! Discúlpame —repitió, esbozando una sonrisa nerviosa y un ligero rubor adornando sus mejillas.
Por suerte no se tomó el descuido demasiado a pecho, cambió rápidamente de tema y aquella vez fue Ayame quien se sorprendió.
—¿Más mayor de lo que imaginabas? ¡Vaya! ¿Tan adulta parezco? —sonrió, hinchando el pecho con henchido orgullo. De hecho, aquello era toda una novedad. Normalmente le echaban incluso menos edad de la que tenía realmente, quizás por su redondeado rostro o sus ojos excesivamente grandes. Pero Juro no se quedó ahí, afirmó que era la primera vez que se encontraba con un shinobi de Amegakure y que pensaba que serían diferentes. Aquello terminó de descolocarla, y la muchacha parpadeó varias veces, confundida—. ¿Diferentes? ¿En qué sentido? Si te digo la verdad, yo tampoco me he cruzado nunca con otro ninja de otra aldea que no fuera la mía —volvió a echar un vistazo a su bandana, parcialmente oculta por sus mechones de cabello y Ayame torció el gesto, contrariada. Tendría que hacer uso de su intuición, y si no veía la curva figura del símbolo de Uzushiogakure, entonces...—. ¿Eres de Kusagakure?
Tras una breve pausa silenciosa, una nueva pregunta cayó sobre ella. Ayame sonrió y alzó la mirada hacia el cielo. Habían algunas nubes, pero ni rastro de lluvia.
—Sí, es cierto. Llueve día sí y día también. De hecho, me resulta algo... inquietante... no ver la lluvia ahora mismo. En Amegakure, si un día no llueve es señal de mal augurio, ¿sabes? —le comentó, devolviéndole la mirada—. ¿Y qué hay de vosotros? ¿Es cierto que vivís en el corazón de un denso bosque y construis vuestras casas sobre los árboles?
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— Bueno, tanto como adulta no, simplemente un par de años mayor — comentó, sin intención de sacarla de su ilusión — sera porque siempre estoy acostumbrado a ver gente mayor.
Simplemente se encogió de hombros con su vaga explicación. No podía explicarlo, en realidad. Igual que te cuesta explicar lo que te mueve a decir algo o a hacer alguna acción, era algo que no se podía contar con palabras. Bueno, con una palabra si. Había sido un impulso.
Ayame también quería saber algo más, esta vez sobre saber algo acerca de los diferentes. Titubeó, puesto que no quería ofenderla. Pero no tenía muchas opciones, si no lo decía también se ofendería.
— Había oído que la piel se os volvía azul por la lluvia y os salían escamas. También que siempre estabais de mal humor por la lluvia — comentó, por encima — Solo tonterías, imagino.
No las tenía todas consigo, no tenía ni idea de Amegakure de sus habitantes. Y un niño era terriblemente inocente en según que aspectos...
Pero la chica diría algo que le dejaría de cuadros. Le preguntaría acerca de su procedencia, y mencionaría Kusagakure, teniendo su bandana en la frente. Si el chico se diese cuenta de que el pelo la tapaba, probablemente la situación no sería malinterpretada, pero en esos momentos, no se dio cuenta...
"Y parecía lista..."
— Eh...No Ayame, soy de Uzushiogakure — comentó, tras un pequeño silencio incomodo tras la pregunta de la chica, donde Juro esperó, por si se trataba de alguna broma — ¿No sabes diferencias las bandanas?
La pregunta no iba cargada de malicia, era una pregunta, bastante inocente. Solo llevaba consigo sorpresa, puesto que no podía imaginarse que un ninja hiciese algo así.
La cosa se había puesto un poco incomoda desde esa afirmación, pero supo volver a encarrilar la conversación, esta vez sobre la lluvia.
— Vaya...de donde vengo no hay casi lluvia, debe ser muy raro — comentó, sin disimular su asombro, intentando imaginarse Uzu con lluvia, todos los días — ¿Y no os cansais de tanta lluvia? ¿No echais de menos el sol?
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El inicial orgullo que sentía Ayame se fue desinflando como un globo pinchado cuando Juro admitió que en realidad sólo la consideraba un par de años mayor. La muchacha dejó caer los brazos, súbitamente desalentada. En realidad no podía estar segura acerca de la edad de su acompañante, pues aparentaba aproximadamente la misma que la de ella, por lo que prefirió no hacer ningún comentario al respecto.
Sin embargo, cuando Juro explicó cómo se había imaginado a los habitantes de Amegakure, Ayame rompió a reír.
—¿En serio? ¿Qué tiene que ver la lluvia con el color de piel? —preguntó, entre risotadas—. De hecho, hasta ahora no conozco a nadie con la piel azul, y mucho menos con escamas. Sobre el humor, digamos que hay de todo. Como en cualquier lugar imagino.
Pero Ayame no tardó en cometer un grave error, y cuando Juro le corrigió acerca de su procedencia, su rostro se arreboló de manera peligrosamente intensa.
«¿Cómo he podido ser tan estúpida?» Se preguntó, maldiciendo su propia necedad. De hecho, cuando volvió a dirigir la mirada hacia la bandana del chico, se dio cuenta rápidamente de que había confundido la espiral de Uzushiogakure, parcialmente tapada por sus cabellos, por el triángulo de Kusagakure.
—Lo... lo siento... es que tu flequillo tapa el símbolo... —admitió, profundamente avergonzada. En un gesto nervioso, se había llevado la mano a la cintura para alcanzar su cantimplora y refrescarse la garganta con un par de tragos. Aunque verdaderamente lo que estaba haciendo era intentar ganar algo de tiempo y pensar en lo que debería decir antes de volver a meter la pata.
Sin embargo, fue Juro el que salvó la situación con una pregunta fuera del tema. Y Ayame volvió a alzar sus ojos hacia el cielo, hacia el Sol.
—Bueno... supongo que no se puede echar de menos lo que nunca se ha tenido. De hecho, como ya te he dicho, cada vez que vemos el Sol es signo de mal presagio, así que supongo que no podemos echarlo demasiado en falta. Prefiero el agua, la verdad —añadió, con una media sonrisa, y volvió a anudar la cantimplora tras su obi.
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Ayame le confirmó que no, era simplemente una estupidez. Era algo imaginable, pero aun así se decepcionó un poco. Se había imaginado a la propia chica con piel azul y escamas nadando en las calles de su villa para llegar a casa...En fin, la imaginación le venía bien para su oficio, pero le jugaba malas pasadas.
— No lo se, nunca he visto a nadie que aguante tanta lluvia — se encogió de hombros nuevamente, hablaba la ignorancia, no él.
Cuando Ayame le confesó que simplemente no la había visto, se relajó un poco más, al entender la confusión. Instintivamente se llevó la mano al flequillo, y se dió cuenta de que era cierto, le tapaba parcialmente el símbolo. Sonrio un poco, casi avergonzado por la confusión.
— Oh, claro, debía haberlo supuesto, no te preocupes...
Con el tema zanjado, y después de un par de situaciones incomodas por parte de ambos, la conversación viró en torno a la misteriosa lluvia de Amegakure, cosa que hizo que reflexionara un poco más sobre lo preguntado y lo que Ayame le contaba.
— Si si claro, me lo has dicho antes. Me cuesta imaginarme algo así, solo es eso — comentó, dándose unos golpecitos a la cabeza — Pero...¿Siempre es mal presagio para vosotros? Es decir, el sol podría asomarse por aquí, o en cualquier sitio a donde vayas fuera del país. ¿Que haceis entonces? Antes has dicho que era inquietante, pero ¿Os alejáis de él o algo?
Cada vez estaba más intrigado. Que el sol fuese algo malo era algo sorprendente para su limitada mente infantil, al a que le faltaba mucho mundo por ver. Se preguntaba más cosas, como por ejemplo, como mantenía el pelo con tanta humedad, o como no se cansaba de que la ropa se le mojase, o que cuanto gastaba en paraguas, pero se contentó con que le respondiera a su pregunta.
Mientras pregunta, siguió manteniendo la mirada fija en las estatuas. Eran enormes, imponentes...Mientras, comparados con ellos mismos, se sentía como una hormiga.
— ¿Cuanto tiempo crees que tardarían en construir algo como esto? — preguntó, señalando a una de ellas, la que estaba a la derecha de la propia cascada.
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A Juro le costaba imaginar una ciudad siempre castigada por la lluvia; y, aunque para Ayame era lo más natural del mundo, desde luego no le extrañaba aquel hecho. A ella misma le costaba imaginar una ciudad en la que no lloviera todos los días, en la que el Sol resplandeciera día sí y día también, en la que no se escuchara el constante repiqueteo de las gotas de agua sobre el asfalto...
—Sí, es signo de mal presagio —respondió, removiéndose con cierta incomodidad—. Cuando no llueve, algo malo pasa. Al menos en Amegakure —y así había sido, en uno de aquellos días "secanos" su madre había muerto al dar a luz a Ayame; en otra noche "seca", Shun la había secuestrado tras sellarle el Gobi en su interior para quedarse con su poder... No recordaba haber tenido otro día de secano dentro de su aldea; pero no tenía ninguna gana de experimentarlo—. No puedo extenderlo al resto de los países, por supuesto, pero para alguien como yo, que está acostumbrada a la lluvia y considera un mal presagio no tenerla encima de su cabeza... Es inquietante, aunque sea un sentimiento irrazonable. ¿Sabes lo que quiero decir? De hecho, es la primera vez que salgo de mi hogar. No es que huya del mundo exterior porque no llueva —añadió, con una renovada carcajada.
Juro mantenía la mirada fija en las tres colosales estatuas que caracterizaban el Valle del Fin. Parecía pensativo con respecto a aquellas, y no tardó en formular una nueva pregunta. Ayame torció el gesto, y aún tardó unos segundos en ressponder:
—Quién sabe... Pero desde luego bastantes años. A no ser que los que las construyeran contaran con técnicas que les ayudaran, ¿te imaginas? ¡Poderosas técnicas de roca! ¡BUM! —exclamó, risueña, zarandeando los brazos de manera frenética.
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Dos siluetas caminaban cerca del lugar donde ambos genins se encontraban. Una, era una mujer joven, que no pasaría de los veinte años, poco más alta que Ayame. Tenía un vestido de color negro, y destacaba por su pelo rubio, separado en dos coletas, lo que le daba una apariencia más infantil de lo que realmente era.
Otra era una mujer más mayor, que rondaba por los cincuenta años. Era poco más alta que la muchacha rubia que le acompañaba. En su pelo canoso podían distinguirse rastros de un negro oscuro. Vestía un vestido con un estampado de margaritas, con un color azulado, que cubría todo su cuerpo. A pesar de la anchura del vestida, no parecía gorda, pero este tapaba cualquier rastro de ella, a excepción de la cara. Se apoyaba en un bastón de madera, aunque por su forma de caminar, dejaba claro que prácticamente no lo necesitaba para nada.
El joven marionetista escuchó con atención las palabras de su interlocutora. Al parecer no se diferencia tanto de él. Al igual que Juro, ella no había salido de su país demasiado, es más, era la primera vez. Esto le hizo sentirse un poco más cómodo en sus constantes preguntas.
— No se en que estaba pensando — comentó, acompañando la carcajada.
Ayame también menciono el hecho de que el causante de que se hubiesen creado las estatuas podrían haber sido técnicas de doton. Era una buena idea, pero se debía de requerir expertos. Aun así era bastante practico, se podía hacer tantas cosas hoy en día con chakra...
— Si, debió de ser....— no pudo acabar la frase, una conversación les interrumpió, cuando dos voces femeninas proximas a ellos alzaron la voz. Una más aguda, y otra grave y estridente. La segunda casi parecía estar gritando.
— Quédate quieta, ahora vuelvo... — si se giraban podrían ver la silueta femenina de la mujer rubia, con un tono de voz casi desesperado, mientras estaba empezaba a irse corriendo, en dirección a uno de los laterales de la montaña, subiendo un paso elevado. Su postura era extraña, estaba encogida sobre su estómago, y caminaba de forma casi graciosa, juntado mucho las piernas velozmente.
— ¡Eso, vete y déjame sola! OTRA VEZ — la anciana agitaba su bastón violentamente, hasta volver a apoyarlo, una vez visto que su acompañante había desaparecido.
Esta reparó en la presencia de los dos genins, que se encontraban a varios metros de ella. Sus gestos enfadados se transformaron en una máscara de amabilidad, y una gran sonrisa pintó su rostro. Demasiado grande. Para Juro, era más bien inquietante. Se acercó apoyando su bastón en la tierra, a pesar de no estar apoyándose en él.
— ¡Hola niños¡ — Sus dientes eran blanquecinos, y los dejaba ver en su enorme sonrisa. Su dentadura no era precisamente el símbolo de higiene. Algunos de sus dientes estaban amarillentos, y poco le faltaba para perder alguno.
—Ho...Hola — comentó, azorado, poniéndose al lado de Ayame, sin saber que hacer. No habría podido salir corriendo desde el momento en el que se acercaba, y tampoco podía no decir nada.
— ¿Que hacen dos chicos como vosotros solos por aquí? — su horrible sonrisa seguía ahí. Imperturbable. Sus ojos también negros se fijaban en ellos.
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Juro terminó cediéndole la razón, y Ayame le dedicó una suave sonrisa, cómplice. Había estado a punto de añadir algo, cuando las voces de dos mujeres les sobresaltaron. La más lozana provenía de una joven que, pese a ser apenas un poco más alta que ella, era indudablemente más mayor. Era posible, incluso, que fuera más mayor que su propio hermano. Llevaba el cabello peinado en dos coletas, y su color dorado contrastaba enormemente con el vestido negro que llevaba. La otra voz, más grave y chillona, pertenecía a una mujer ya adulta que debía de ser algo más mayor que su padre. Sus cabellos, antaño oscuros, estaban ahora salpicados por la edad. La mujer vestía un amplio vestido azul estampado con margaritas y llevaba entre sus manos un bastón que, a juzgar por la soltura de sus movimientos, no parecía necesitar.
«Quizás simplemente se ayude con él para caminar por estos parajes» Meditó una inocente Ayame, que se veía incapaz de apartar la mirada de la curiosa escena.
La más joven salió corriendo de repente hacia uno de los laterales de la montaña, aunque sus movimientos eran raros, bruscos y muy rápidos. Ayame no se atrevió a reírse siquiera, pues la mujer adulta había comenzado a proferir nuevos gritos hacia su acompañante. Según sus palabras, no era la primera vez que la dejaban sola... ¿Pero qué estaba pasando exactamente? De repente, sus miradas se cruzaron momentáneamente, y Ayame se sobresaltó al saberse descubierta en su curiosidad. Pero los rasgos de la mujer se suavizaron repentinamente y les dedicó una radiante sonrisa antes de atreverse a acercarse a ellos.
—Buenos días, señora —saludó, devolviéndole una sonrisa cortés. Tal y como había visto anteriormente, la mujer ni siquiera apoyaba su peso en el bastó al andar. Y aquel gesto en su rostro, con aquella sonrisa demasiado grande, unos dientes amarillentos y desde luego nada cuidados, consiguió ponerle la piel de gallina. Pero hizo todo lo posible por no demostrarlo de manera externa y mantener la buena educación.
Sin embargo, no era la única que había tenido una mala sensación. Juro había retrocedido ligeramente, colocándose junto a ella. ¿O acaso era simplemente timidez?
La mujer les lanzó una pregunta directa sin perder aquella inquietante sonrisa, y Ayame se permitió el lujo de llevarse la mano a la parte posterior del obi para sacar la cantimplora y darle un par de tragos.
—Pues... estamos de turistas, realmente. El Valle del Fin es desde luego un lugar de peregrinaje para nosotros, los shinobi. ¿Y usted? ¿Qué está haciendo por aquí?
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La señora se dedicaba a apoyar el bastón en el suelo, a un lado , y al otro, y así sucesivamente, mientras observaba a los dos chicos. Mantener ese rostro inquietante intacto parecía difícil, pero ella lo hacía parecer simple. Hasta se permitía el lujo de pestañear de vez en cuando.
Escuchó las contestaciones de los dos chicos, y manteniendo su sonrisa afable, pronunció más palabras, con un tono de voz más dulce y tranquilo, que no pegaban para nada con su voz ronca.
— Oooh, así que sois "shinobas" de esos — contestó, dejando salir el tono coloquial de una abuela, sin darse cuenta del fallo — Quien lo diría, sois tan pequeños...
— Si...solo venimos para verlo — comentó, sin animo de corregirla, recuperado de la impresión. Bueno, más o menos.
La anciana escucho con ternura a ambos chicos, y se quedó mirando fijamente a Ayame, mientras esta se atrevía a formular la pregunta. La anciana pareció encantada de que le dieran pie a hablar.
— Veras querida.... — carraspeo. No era una buena señal — Vengo de viaje con mi hija. Después de que una ha vivido atrapada en su país de origen, ella ha decidido llevarme a ver mundo. ¡Si alguien me hubiese dicho que mi hija haría algo tan bonito por mi no me lo creería¡ — Juro sonrió, la mujer parecía encantada, por un momento, que simplemente se desvaneció, para su sorpresa — Pero como no, siempre tiene que estropearlo. ¡No puede dejarme ser feliz¡ Quiso escaquearse de venir conmigo a mitad de viaje, justo a varios días de aqui.
Su voz había pasado de feliz, a enfado. Y en la última frase, a tristeza. Dejo escapar un sollozo mientras lo contaba, claramente afectada. Pero otra vez, sufría un drástico cambio. Sus facciones volverían a endurecerse, y empezaría a apretar el bastón.
— Me vino con una excusa barata. ¿Te lo puedes creer? — su mirada se dirigía esta vez a Ayame, que era con la que más cómoda parecía estar contando su historia — Me dijo que tenía algo como "Diarreo". La cogí de la oreja y la obligue a irse conmigo. ¡Si se creía que íbamos a darnos la vuelta a estas alturas, iba lista¡
Juro estaba extrañado. ¿Tenía mal el oído? ¿Lo había entendido mal? Algo le pasaba a esa señora...
En cuanto Ayame sacó la cantimplora, la cosa se puso muy fea...
La señora, rápida como una centella, golpeó la zona cercana a Ayame con el bastón, mientras con la otra mano agarraba la cantimplora de las pobres manos de la muchacha.
— ¿Que hace? — pregunto Juro, con un tono de voz más duro, intentando imponerse, cosa que no funciono.
—¿¡Como que que hago¡? — el bastón centelleo otra vez, esta vez en la zona cercana a Juro, haciendole retroceder brevemente...— ¿Os creéis que no se lo que hacéis? Os hacéis los mayores por ser "shinobas" pero a mi no me engañáis. ¡Los menores no pueden beber alcohol¡
La anciana aun blandía el bastón furiosamente, totalmente encabezonada con la idea. La pregunta autoritaria de Juro quedó sofocada por sus gritos, y la mujer parecía aun más amenazante de lo que había estado antes. Quizá fuese por el bastón, que blandía cual látigo...
Hablo / Pienso
Avatar hecho por la increible Eri-sama.
Sellos implantados: Hermandad intrepida- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60
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Como el rostro de una muñeca de porcelana, la mujer era capaz de mantener el mismo gesto en su rostro como si lo hubiesen tallado en la piedra. Hacía pasear su bastón de un lado a otro; y, tras escucharlos, afirmó que Ayame y Juro eran "shinoba". La kunoichi no se atrevió a corregirla con respecto al término; en su lugar, se limitó a sonreír de manera afable.
Aunque cuando carraspeó para tomar la palabra, la muchacha supo que les esperaba una larga charla. Propia de personas ya mayores.
Al parecer, la joven rubia que habían visto momentos antes era la hija de la mujer que se les había plantado delante, y que la llevaba a ver mundo o algo así.
«¿Atrapada en su país de origen?» Repitió, mentalmente, aunque no se atrevió a formular la pregunta en voz alta y se limitó a fruncir el ceño ligeramente.
La mujer parecía muy feliz con la perspectiva; pero, repentinamente, la alegría se esfumó de su rostro como la llama de una vela que hubiese sido soplada. La hija quería escaquearse, eso era lo que decía la mujer, pero en el momento en que pronunció que la joven había afirmado tener "diarreo", Ayame se sonrojó visiblemente ante lo vergonzoso de la situación. Era posible que aquella fuera la razón por la que la vieron irse a todo correr con aquella postura tan extraña. Y aún así...
—Pero es posible que esté enferma —alegó, alarmada—. Una diarrea puede ser peligrosa ni se trata bien, podría sufrir una deshidratación severa.
Ella no era médica, pero su padre sí. Estaba acostumbrada a ese tipo de explicaciones, aunque no supiera bien cómo funcionaban las enfermedades. Pero la mujer seguía en sus trece, repentinamente enloquecida. Y cuando extrajo la cantimplora para poder aliviar su sed, sobresaltó bruscamente a Ayame al golpear el suelo junto a sus pies y le arrancó el recipiente de las manos.
—¡No! ¡Devuélvamelo, por favor! —exclamó, repentinamente apurada. La mujer había comenzado a proferir alaridos con que se hacían los mayores por ser shinobi, y que sólo por eso se creían con derecho a beber alcohol, ante lo cual Ayame reaccionó sacudiendo enérgicamente la cabeza—. ¡No, no, no! ¡Se equivoca, señora! ¡Yo no tolero ningún tipo de droga! ¡Es solo agua, solo agua! Por favor, señora, tengo sed...
Una gota de sudor resbaló por su sien. Realmente, no hacía mucho que había bebido por última vez, pero sus habilidades, su propia existencia como Hōzuki dependía totalmente del agua. Debía mantenerse hidratada, o si no... Si no...
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