18/10/2016, 23:28
La frialdad del invierno se había visto caldeada por el ánimo de la fiesta. Aunque llovía igual que de costumbre, las calles del distrito comercial de Amegakure estaban inusualmente repletas de personas que iban de aquí para allá refugiadas bajo paraguas y tratando en vano de mantener secos sus ropajes de ocasión. Niños, el olor de la comida en los puestos ambulantes, las luces imperecederas... todo rebosaba vida aquella noche.
«¿Qué celebran hoy?» Se preguntaba una confundida Ayame, mientras deambulaba entre las calles. Al contrario que la mayoría de las personas que la rodeaban, no llevaba ningún tipo de protección para la lluvia. Y aunque sabía que le caería una buena bronca al llegar a casa, realmente no le importaba estar empapada de los pies a la cabeza.
Había salido para disfrutar del aire fresco, sin ningún tipo de destino en concreto, pero sus pasos habían acabado conduciéndola al núcleo de aquel jolgorio y ahora se paseaba curioseando cada uno de los rincones de aquel festivo que no alcanzaba a comprender. Y fue entonces cuando una voz se alzó por encima del constante murmullo de la multitud.
—¡Quinientas monedas! ¡Quinientas! —a lo lejos, unos brazos se agitaron con euforia en el aire—: Al valiente. ¡Al más valiente de todos! A quien logre atravesar la piscina en una sola pieza.
Devorada por la curiosidad, Ayame se acercó como pudo, abriéndose paso a través del apretado círculo de personas que se habían congregado en torno a una improvisada tarima. Sobre ella, un hombre y un enorme cubo tapado por una lona parecían ser el núcleo del espectáculo. Las dos mujeres que se encontraban junto a la estructura tiraron de la lona y dejaron a la vista una piscina a rebosar de agua y, en su interior...
—Un tiburón... —susurró Ayame para sí, apretando ambos puños junto a los costados—. ¿Qué clase de espectáculo circense es este? —se le escapó, en voz más alta.
Pero no le importaba. Porque no soportaba ver al animal nadando en círculos en un espacio tan reducido, en apenas una piscina que no contaba con ningún mecanismo para controlar las propiedades del agua y que sin duda conducirían al fin del animal. Y porque estaba segura de que, para llevar a cabo aquella desfachatez, aquel escualo habría estado más de una jornada sin probar bocado sólo para despertar su ferocidad y su apetito.
«¿Qué celebran hoy?» Se preguntaba una confundida Ayame, mientras deambulaba entre las calles. Al contrario que la mayoría de las personas que la rodeaban, no llevaba ningún tipo de protección para la lluvia. Y aunque sabía que le caería una buena bronca al llegar a casa, realmente no le importaba estar empapada de los pies a la cabeza.
Había salido para disfrutar del aire fresco, sin ningún tipo de destino en concreto, pero sus pasos habían acabado conduciéndola al núcleo de aquel jolgorio y ahora se paseaba curioseando cada uno de los rincones de aquel festivo que no alcanzaba a comprender. Y fue entonces cuando una voz se alzó por encima del constante murmullo de la multitud.
—¡Quinientas monedas! ¡Quinientas! —a lo lejos, unos brazos se agitaron con euforia en el aire—: Al valiente. ¡Al más valiente de todos! A quien logre atravesar la piscina en una sola pieza.
Devorada por la curiosidad, Ayame se acercó como pudo, abriéndose paso a través del apretado círculo de personas que se habían congregado en torno a una improvisada tarima. Sobre ella, un hombre y un enorme cubo tapado por una lona parecían ser el núcleo del espectáculo. Las dos mujeres que se encontraban junto a la estructura tiraron de la lona y dejaron a la vista una piscina a rebosar de agua y, en su interior...
—Un tiburón... —susurró Ayame para sí, apretando ambos puños junto a los costados—. ¿Qué clase de espectáculo circense es este? —se le escapó, en voz más alta.
Pero no le importaba. Porque no soportaba ver al animal nadando en círculos en un espacio tan reducido, en apenas una piscina que no contaba con ningún mecanismo para controlar las propiedades del agua y que sin duda conducirían al fin del animal. Y porque estaba segura de que, para llevar a cabo aquella desfachatez, aquel escualo habría estado más de una jornada sin probar bocado sólo para despertar su ferocidad y su apetito.