20/10/2016, 00:58
Kiroe había comenzado a correr desde antes incluso que sucediera. Desde que los muchachos anunciaron a plena voz el nombre de sus técnicas, desde que aquél destello de la técnica de su hijo la había cegado.
Corrió y se agachó casi patinando por el cemento al lado de su hijo. Tenía una quemadura muy fea en la espalda, pero afortunadamente no se trataba ni de lejos de una herida grave. A juzgar por su apariencia, en una semana de reposo estaría perfectamente curado.
Echó un vistazo a un lado y se encontró con los ojos de Zetsuo.
—Está bien —dijo Kori. Kiroe suspiró, aliviada.
—Mucho me temo, Kiroe, que nuestros hijos se han empeñado en dejarnos sin apuesta.
Kiroe bajó la mirada, reflexiva.
—¿Has visto cómo han peleado, Zetsuo? —dijo—. Si esto sigue así, al paso que van, pronto nos superarán y...
»...tendremos que advertirles de que podrían matarse.
Ahora ya no dolía nada. Era una sensación agradable, aquella. No sabía por qué estaba allí. Tampoco le importaba demasiado.
Blanco.
Todo era blanco. Todo lo que le rodeaba era del color de la nieve. Pero no hacía frío: todo lo contrario. Le invadía una tenue y agradable sensación de calor por todo el cuerpo.
Y frente a él, estaba ella. Estaba Ayame.
—Se acabó la apuesta, supongo. Se acabó. —Daruu sonrió.
Miró a un lado. Miró a otro.
—Oye... ¿tú tienes idea de qué es este sitio?
De pronto se sintió estúpido por preguntar. Y es que todo era tan onírico... Tan... extraño, y a la vez familiar.
Corrió y se agachó casi patinando por el cemento al lado de su hijo. Tenía una quemadura muy fea en la espalda, pero afortunadamente no se trataba ni de lejos de una herida grave. A juzgar por su apariencia, en una semana de reposo estaría perfectamente curado.
Echó un vistazo a un lado y se encontró con los ojos de Zetsuo.
—Está bien —dijo Kori. Kiroe suspiró, aliviada.
—Mucho me temo, Kiroe, que nuestros hijos se han empeñado en dejarnos sin apuesta.
Kiroe bajó la mirada, reflexiva.
—¿Has visto cómo han peleado, Zetsuo? —dijo—. Si esto sigue así, al paso que van, pronto nos superarán y...
»...tendremos que advertirles de que podrían matarse.
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Ahora ya no dolía nada. Era una sensación agradable, aquella. No sabía por qué estaba allí. Tampoco le importaba demasiado.
Blanco.
Todo era blanco. Todo lo que le rodeaba era del color de la nieve. Pero no hacía frío: todo lo contrario. Le invadía una tenue y agradable sensación de calor por todo el cuerpo.
Y frente a él, estaba ella. Estaba Ayame.
—Se acabó la apuesta, supongo. Se acabó. —Daruu sonrió.
Miró a un lado. Miró a otro.
—Oye... ¿tú tienes idea de qué es este sitio?
De pronto se sintió estúpido por preguntar. Y es que todo era tan onírico... Tan... extraño, y a la vez familiar.