20/10/2016, 15:55
—¿Has visto cómo han peleado, Zetsuo? —respondió Kiroe, con la mirada gacha—. Si esto sigue así, al paso que van, pronto nos superarán y... tendremos que advertirles de que podrían matarse.
Zetsuo aguardó unos segundos antes de responder. Pero cuando lo hizo, alzó la barbilla, orgulloso.
—Habla por ti, vieja bollera —le espetó—. A esta chiquilla aún le falta mucho camino que recorrer para igualarme siquiera. O a su hermano.
Señaló a Kōri con un seco movimiento de su cabeza. Sin embargo, pese a la crudeza de sus palabras, sus ojos aguamarina se ensombrecieron notablemente cuando devolvió su mirada hacia la inconsciente Ayame. Le costó varios segundos, pero terminó por añadir algo en voz más baja.
—Tendré una charla con ella. No parece consciente del poder que tiene. ¡La muy idiota no deja de subestimarse!
Recordaba el dolor abrasando cada célula de su piel. Después de aquel cegador destello verde, un agujero de oscuridad la había absorbido por completo. Sin embargo, ahora estaba rodeada de un blanco impoluto y no sentía ningún tipo de dolor. Más bien al contrario, estaba llena de un sentimiento cálido y apacible. Como si alguien la estuviera abrazando. Pero en aquel vacío lugar no había nadie...
Mentira. Sí había alguien. Daruu estaba allí. Frente a ella.
—Se acabó la apuesta, supongo. Se acabó —Daruu sonrió, y Ayame respondió al gesto, aliviada.
—¿Crees que se darán por satisfechos? Espero no haberles decepcionado... —Las palabras habían salido solas de su boca. No estaba segura de por qué, pero aquella extraña dimensión la inspiraba a sincerarse como en pocas veces habría hecho.
—Oye... ¿tú tienes idea de qué es este sitio? —preguntó Daruu, mirando a ambos lados.
Ayame hizo lo mismo. Pero todo lo que les rodeaba era blanco. Blanco como la nieve. No había nada más que aquel color y ni siquiera podía diferenciar suelo de techo o de cielo o de...
Repentinamente, se llevó ambas manos a las mejillas.
—¡AH! ¡Oye! ¡No será esto el cielo! ¿Verdad? —preguntó, repentinamente horrorizada ante la idea—. No nos habremos matado sin querer con ese último ataque... ¡Yo no quería hacerlo, lo siento!
Zetsuo aguardó unos segundos antes de responder. Pero cuando lo hizo, alzó la barbilla, orgulloso.
—Habla por ti, vieja bollera —le espetó—. A esta chiquilla aún le falta mucho camino que recorrer para igualarme siquiera. O a su hermano.
Señaló a Kōri con un seco movimiento de su cabeza. Sin embargo, pese a la crudeza de sus palabras, sus ojos aguamarina se ensombrecieron notablemente cuando devolvió su mirada hacia la inconsciente Ayame. Le costó varios segundos, pero terminó por añadir algo en voz más baja.
—Tendré una charla con ella. No parece consciente del poder que tiene. ¡La muy idiota no deja de subestimarse!
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Recordaba el dolor abrasando cada célula de su piel. Después de aquel cegador destello verde, un agujero de oscuridad la había absorbido por completo. Sin embargo, ahora estaba rodeada de un blanco impoluto y no sentía ningún tipo de dolor. Más bien al contrario, estaba llena de un sentimiento cálido y apacible. Como si alguien la estuviera abrazando. Pero en aquel vacío lugar no había nadie...
Mentira. Sí había alguien. Daruu estaba allí. Frente a ella.
—Se acabó la apuesta, supongo. Se acabó —Daruu sonrió, y Ayame respondió al gesto, aliviada.
—¿Crees que se darán por satisfechos? Espero no haberles decepcionado... —Las palabras habían salido solas de su boca. No estaba segura de por qué, pero aquella extraña dimensión la inspiraba a sincerarse como en pocas veces habría hecho.
—Oye... ¿tú tienes idea de qué es este sitio? —preguntó Daruu, mirando a ambos lados.
Ayame hizo lo mismo. Pero todo lo que les rodeaba era blanco. Blanco como la nieve. No había nada más que aquel color y ni siquiera podía diferenciar suelo de techo o de cielo o de...
Repentinamente, se llevó ambas manos a las mejillas.
—¡AH! ¡Oye! ¡No será esto el cielo! ¿Verdad? —preguntó, repentinamente horrorizada ante la idea—. No nos habremos matado sin querer con ese último ataque... ¡Yo no quería hacerlo, lo siento!