21/10/2016, 00:40
Pero los temerosos balbuceos de Ayame se vieron bruscamente interrumpidos por la carcajada de Daruu.
—No creo que estemos muertos, aunque... —Daruu se mantuvo pensativo durante algunos instantes, antes de continuar—: No... No siento que esté muerto, ni nada de eso.
Ella tampoco se sentía muerta. De hecho se sentía muy viva. ¿Pero cómo podía saberlo? ¿Cómo era sentirse muerto?
—Esto es... parecido a cuando Rikudo-sennin nos habló, más bien —añadió, y Ayame se sobresaltó ligeramente al recordar aquel extraño encuentro con el Sabio de los Seis Caminos.
—Es cierto... aunque... entonces sí estuvimos muertos... No entiendo nada, ¿vamos a renacer de nuevo? —murmuró, con una risilla nerviosa.
De repente, y sin explicación aparente, la distancia entre los dos fue reduciéndose hasta que quedaron a apenas un palmo.
—Y creo que es porque... nos queda algo que hacer. ¿No? —dijo, extendiendo el brazo derecho hacia ella.
Ayame siguió con sus ojos el movimiento, y su corazón aleteó con aquel extraño cosquilleo de felicidad cuando vio a Daruu sonreír. Contagiada por aquella felicidad, ella sonrió a su vez y extendió su propio brazo hacia delante. Sus dedos índice y corazón se entrelazaron con los de Daruu y unas extrañas cosquillas recorrieron su cuerpo cuando sintió la calidez de su mano.
Durante un instante deseó quedarse más rato con Daruu en aquel extraño y pacífico lugar. Sin embargo, el blanco del ambiente se volvió más y más intenso, hasta el punto de convertirse en una cegadora luz que le obligó a cerrar los ojos y se vio arrastrada de nuevo a un profundo sueño del que aún tardaría en volver a despertar...
En una de las habitaciones del Hospital de Amegakure, un chico y una chica dormían plácidamente sobre sus respectivas camillas. Ambos yacían arropados por sus respectivas sábanas; pero ambos, de alguna manera inexplicable, mantenían el brazo izquierdo y derecho, respectivamente, fuera de la cama.
Y sus manos seguían entrelazadas en el sello de la reconciliación.
—No creo que estemos muertos, aunque... —Daruu se mantuvo pensativo durante algunos instantes, antes de continuar—: No... No siento que esté muerto, ni nada de eso.
Ella tampoco se sentía muerta. De hecho se sentía muy viva. ¿Pero cómo podía saberlo? ¿Cómo era sentirse muerto?
—Esto es... parecido a cuando Rikudo-sennin nos habló, más bien —añadió, y Ayame se sobresaltó ligeramente al recordar aquel extraño encuentro con el Sabio de los Seis Caminos.
—Es cierto... aunque... entonces sí estuvimos muertos... No entiendo nada, ¿vamos a renacer de nuevo? —murmuró, con una risilla nerviosa.
De repente, y sin explicación aparente, la distancia entre los dos fue reduciéndose hasta que quedaron a apenas un palmo.
—Y creo que es porque... nos queda algo que hacer. ¿No? —dijo, extendiendo el brazo derecho hacia ella.
Ayame siguió con sus ojos el movimiento, y su corazón aleteó con aquel extraño cosquilleo de felicidad cuando vio a Daruu sonreír. Contagiada por aquella felicidad, ella sonrió a su vez y extendió su propio brazo hacia delante. Sus dedos índice y corazón se entrelazaron con los de Daruu y unas extrañas cosquillas recorrieron su cuerpo cuando sintió la calidez de su mano.
Durante un instante deseó quedarse más rato con Daruu en aquel extraño y pacífico lugar. Sin embargo, el blanco del ambiente se volvió más y más intenso, hasta el punto de convertirse en una cegadora luz que le obligó a cerrar los ojos y se vio arrastrada de nuevo a un profundo sueño del que aún tardaría en volver a despertar...
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En una de las habitaciones del Hospital de Amegakure, un chico y una chica dormían plácidamente sobre sus respectivas camillas. Ambos yacían arropados por sus respectivas sábanas; pero ambos, de alguna manera inexplicable, mantenían el brazo izquierdo y derecho, respectivamente, fuera de la cama.
Y sus manos seguían entrelazadas en el sello de la reconciliación.