21/10/2016, 13:06
Se adentró en un callejón y entonces le entró un súbito ataque de pánico. Trató de contener un jadeo, pero tuvo que apoyarse en la pared más cercana para no verse absorbida por la oscuridad que la rodeaba. Por delante de ella, los rítmicos pasos del hombre al que perseguía se alejaron en la distancia. Tardó algunos minutos en obligarse a avanzar, concentrándose en la escasa luminosidad que proporcionaba alguna que otra ventana o una lámpara de aceite en la distancia para no quedarse completamente paralizada.
«¿Por qué estoy haciendo esto?» Llegó a preguntarse en más de una ocasión, cuando la oscuridad se hacía tan densa que la sentía como una garra cerrándose sobre su cuello. «Debería volverme y olvidar toda esta locura. No es asunto mío...»
Pero en su cabeza luchaban la curiosidad contra el pánico. Y era la primera la que terminaba por hacerle seguir adelante.
El camino se le hizo interminable, pero al final Ayame dejó de escuchar los pasos del hombre de la bufanda tras girar una esquina. Por un momento temió haberle perdido, pero entonces volvió a escuchar pisadas. Y esta vez, era más de una persona.
«Está con alguien...» Incapaz de resistir la tentación, Ayame se pegó a la pared y entrelazó las manos en tres sellos.
Una nube de humo la envolvió, y cuando esta se disipó no quedaba rastro alguno de la kunoichi. En su lugar, un gato negro de ojos castaños que caminaba despacio hacia el cruce de la esquina, tratando de escuchar la conversación que tenía lugar al otro lado...
«¿Por qué estoy haciendo esto?» Llegó a preguntarse en más de una ocasión, cuando la oscuridad se hacía tan densa que la sentía como una garra cerrándose sobre su cuello. «Debería volverme y olvidar toda esta locura. No es asunto mío...»
Pero en su cabeza luchaban la curiosidad contra el pánico. Y era la primera la que terminaba por hacerle seguir adelante.
El camino se le hizo interminable, pero al final Ayame dejó de escuchar los pasos del hombre de la bufanda tras girar una esquina. Por un momento temió haberle perdido, pero entonces volvió a escuchar pisadas. Y esta vez, era más de una persona.
«Está con alguien...» Incapaz de resistir la tentación, Ayame se pegó a la pared y entrelazó las manos en tres sellos.
Una nube de humo la envolvió, y cuando esta se disipó no quedaba rastro alguno de la kunoichi. En su lugar, un gato negro de ojos castaños que caminaba despacio hacia el cruce de la esquina, tratando de escuchar la conversación que tenía lugar al otro lado...