28/05/2015, 15:24
Ayame palideció, más si cabía, cuando Daruu le preguntó la razón por la que su hermano se encontraba allí. Estaba claramente sorprendida ante el hecho de que su compañero parecía conocerle de antes. Pero, aunque no se atrevió a responder, la expresión de su rostro debía estar hablando por ella. En un principio había albergado esperanzas de que Kōri hubiera acudido allí porque se le hubiese olvidado algo, o cualquier cosa similar, pero algo dentro de ella sabía muy bien que no era así...
Kōri había estado a punto de decidirse a entrar en el aula cuando alguien volvió a entrar en escena. El colosal hombre de la barba trenzada que había arrojado a Reiji al interior de la clase como un vulgar saco de papatas había vuelto, y Ayame se quedó boquiabierta al comprobar que, a su lado, el Kōri no parecía más que un chiquillo desvalido. Le apartó a un lado, y el jonin le dirigió una gélida mirada caente de expresión cuando le puso la mano encima.
«Entonces era su padre... No se parecen en nada» Pensaba Ayame, aún anonadada. De hecho, si lo pensaba cuidadosamente, aquel hombre debía de ser dos veces su propio padre. Y a la muchacha le costaba un soberano esfuerzo imaginar que alguien tan imponente como era Zetsuo quedaría reducido de manera ridícula si se encontraba junto a aquella mole que se alzaba ante ellos.
Tras una breve conversación entre padre e hijo, el hombre se dio media vuelta tras haber traído el supuesto almuerzo de Reiji. Un almuerzo del que Ayame tenía una muy clara idea de qué podía tratarse, y se le revolvió el estómago de solo pensarlo. No le pasó desapercibido el destello irritado que cruzó los ojos de su hermano cuando el hombre se despidió con una fuerte palmada en la espalda, pero aquella expresión fue tan fugaz que cualquier otro que lo hubiera visto se preguntaría si no lo habría imaginado. No ella, por supuesto, porque conviviendo tantos años con alguien como él se había acostumbrado a leer sus efímeros gestos.
—En fin... —ya liberado de la súbita interrupción, Kōri se adentró en el aula y subió a la tarima para presentarse oficialmente, para horror de Ayame, como el tutor del equipo.
Ayame asistía como en un sueño a aquella surrealista escena. Cerca de ella, Reiji se abrazaba a su neverita y, como si nada, no tardó en sacar una de aquellas bolsas de sangre para beber de ella con la avidez de alguien que no hubiese comido en un mes por lo menos. Daruu, por su parte, alzó la mano para pedir la palabra.
«Buena pregunta. Pero...» Se sonrió para sí.
—Un shinobi no debe revelar sus secretos, Daruu-kun —respondió Kōri, imperturbable como un muro de hielo—. Es tarea vuestra el obtener información sobre vuestros contrincantes, para eso os hicisteis ninja. Aunque, si terminamos formando equipo, puede que lo sepáis más pronto que tarde.
La clase había comenzado, desde luego.
—¿"Si terminamos formando equipo"? ¿Qué has querido decir, Kōri...-sensei?
Le era demasiado difícil pronunciar su nombre con aquel sufijo. Demasiado. Y cuando Kōri posó su mirada sobre ella, la muchacha se estremeció ligeramente sin saber por qué.
—Os lo explicaré después. Primero, quiero que nos presentemos. Nombre, qué os impulsó a convertiros en shinobi, qué es lo que más teméis, cuáles son vuestras ambiciones de futuro... Ese tipo de cosas.
»¿Quién se ofrece voluntario para comenzar?
Ayame cerró la boca instantáneamente, y agachó la cabeza como tantas veces había hecho durante las clases en la Academia y el profesor lanzaba una pregunta al aire para que alguien la respondiera.