24/10/2016, 22:58
Akame asintió, complacido, ante la evolución que experimentaba el rostro de aquel noble soldado conforme su voluntad y determinación eran mermadas por las palabras de Datsue. Había que admitirlo: aquel chico sabía cómo hablar a la gente. Incluso el propio Uchiha de la Arena acabó rematadamente convencido de que lo que su compañero decía era la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad. «Este muchacho con lengua de plata es más listo de lo que aparenta, debo andarme con ojo cuando esté cerca». Y es que, si bien el propio Akame se olvidaba de ello algunas veces, la verdad era que él seguía siendo un espía en una Aldea enemiga y con un margen de maniobra desesperantemente escaso. Así, Akame había pasado de ver a su joven compañero como un divertido chaval, a un potencial peligro. Cuando se intentaba mantener una mentira —tan rematadamente enorme— delante de gente como Datsue, bastaba un pequeño traspiés para...
—Pero si lo prefiere podemos hacer esto por la vía de los papeles, faltaría más. Al fin y al cabo es su pueblo.
Ahí estaba. Fue casi imperceptible para el Uchiha, pero lo captó —un pequeño tic en el párpado derecho del alguacil. «Mala señal». Hisagi pasó en un momento del embelesamiento al nerviosismo, como si la niebla mental que las palabras de Datsue habían esparcido por su mente se hubiese disipado de un soplo.
Entonces una tercera voz se unió a la disputa. Y, esta vez, Akame no pudo evitar abrir los ojos como un conejo cuando le alumbran con una lámpara de aceite.
A cada palabra que el de Ame pronunciaba, el párpado derecho de Hisagi temblaba más y más. El soldado se fue poniendo colorado como un tejo, con una mano firme sobre la cadera y la otra agarrando con fuerza el pomo de su espada. Haciendo gala de una fuerza de voluntad ejemplar, el noble funcionario sólo habló cuando Karamaru hubo terminado.
—Fuera... —musitó primero, mientras su mirada iracunda iba pasando de uno a otro gennin—. Largo. Largo de aquí. ¡Largo de aquí! —alzó la mano zurda, autoritario—. ¿Pensáis que podéis venir aquí a mofaros de mí? ¿A insultarme, delante de todo el pueblo? ¿¡Pensáis que soy estúpido!?
Se acercó un par de pasos, furioso, y el traqueteo de su armadura de acero al moverse fue tan contundente que Akame retrocedió un milímetro de forma casi inconsciente. Desde tan cerca, aquel tipo imponía. Su rostro era una barra de hierro preparada para descargar un porrazo sobre las cabezas de sus enemigos, y sus ojos eran dos piedras negras y duras.
—¿¡Es que no he sido lo suficientemente claro!? —vociferó, y algunos aldeanos, que transitaban la plaza a aquellas horas del día, se percataron de la escena. Akame pudo observar que ninguno se acercaba, temerosos—. Si vuelvo a toparme con vosotros, os haré arrestar. No quiero volver a veros por mí pueblo.
Hisagi estaba tan cerca que cualquiera de los tres gennin podría haber notado su respiración agitadada, los músculos en tensión alrededor de su cuello, y su imponente figura alzándose como un mastodonte de acero y color turquesa. El Uchiha le mantuvo la mirada un momento, pero luego decidió que ya la habían cagado bastante y simplemente asintió con el aire de calma que le caracterizaba.
—Pero si lo prefiere podemos hacer esto por la vía de los papeles, faltaría más. Al fin y al cabo es su pueblo.
Ahí estaba. Fue casi imperceptible para el Uchiha, pero lo captó —un pequeño tic en el párpado derecho del alguacil. «Mala señal». Hisagi pasó en un momento del embelesamiento al nerviosismo, como si la niebla mental que las palabras de Datsue habían esparcido por su mente se hubiese disipado de un soplo.
Entonces una tercera voz se unió a la disputa. Y, esta vez, Akame no pudo evitar abrir los ojos como un conejo cuando le alumbran con una lámpara de aceite.
A cada palabra que el de Ame pronunciaba, el párpado derecho de Hisagi temblaba más y más. El soldado se fue poniendo colorado como un tejo, con una mano firme sobre la cadera y la otra agarrando con fuerza el pomo de su espada. Haciendo gala de una fuerza de voluntad ejemplar, el noble funcionario sólo habló cuando Karamaru hubo terminado.
—Fuera... —musitó primero, mientras su mirada iracunda iba pasando de uno a otro gennin—. Largo. Largo de aquí. ¡Largo de aquí! —alzó la mano zurda, autoritario—. ¿Pensáis que podéis venir aquí a mofaros de mí? ¿A insultarme, delante de todo el pueblo? ¿¡Pensáis que soy estúpido!?
Se acercó un par de pasos, furioso, y el traqueteo de su armadura de acero al moverse fue tan contundente que Akame retrocedió un milímetro de forma casi inconsciente. Desde tan cerca, aquel tipo imponía. Su rostro era una barra de hierro preparada para descargar un porrazo sobre las cabezas de sus enemigos, y sus ojos eran dos piedras negras y duras.
—¿¡Es que no he sido lo suficientemente claro!? —vociferó, y algunos aldeanos, que transitaban la plaza a aquellas horas del día, se percataron de la escena. Akame pudo observar que ninguno se acercaba, temerosos—. Si vuelvo a toparme con vosotros, os haré arrestar. No quiero volver a veros por mí pueblo.
Hisagi estaba tan cerca que cualquiera de los tres gennin podría haber notado su respiración agitadada, los músculos en tensión alrededor de su cuello, y su imponente figura alzándose como un mastodonte de acero y color turquesa. El Uchiha le mantuvo la mirada un momento, pero luego decidió que ya la habían cagado bastante y simplemente asintió con el aire de calma que le caracterizaba.