25/10/2016, 11:12
Riko estaba asomado a la ventana, con los brazos sobre el poyete de la misma y los cristales abiertos de par en par, dejando que el frío propio de las horas que eran inundara la habitación y le golpeara en la cara. A pesar de ser bastante pronto, el de rastas llevaba un rato despierto, quizás era una tontería, pero estaba bastante nervioso. Le habían dicho que tenía que acudir aquella mañana al edificio de la Uzukage, y realmente no sabía por qué, lo que sí sabía era que tenía algo que explicarle a Shiona-sama, y que aquella era la oportunidad que estaba esperando.
Uno de los criados de la familia Haiso entró por la puerta, dispuesto a despertar a Riko, y cuando entró, se llevó una gran sorpresa.
— Señorito, ha madrugado usted mucho esta mañana, ¿quiere que le prepare el desayuno?
Riko se volvió para mirar al hombre de mediana edad que se situaba en el umbral de la puerta, esperando a que el joven le diera una respuesta para marcharse a hacer sus quehaceres.
— Sí, gracias, ahora mismo bajo. — Sonrió el muchacho.
Rápidamente el criado salió de la habitación, y en ese mismo momento, el rastas comenzó a preparar sus cosas, se vistió y cuando tuvo todo listo, cogió su abrigo y salió de la habitación, en dirección a la salita, donde le esperaba un plato con bollitos, de estos que se hacen sin huevo para personas con su problema, y una taza de chocolate caliente, que, con el tiempo que hacía, apetecía en exceso.
Cuando terminó, el joven se enfundó su abrigo, se abrochó y rápidamente salió de la casa, en dirección a su destino. Riko estaba completamente sumido en sus pensamientos, por lo que el viaje se le hizo demasiado corto, cuando quiso darse cuenta estaba cruzando el puente que daba paso al edificio.
— Buenos días. — Saludó el joven al entrar al edificio, y rápidamente miró a su alrededor para ver donde podía sentarse a esperar, y fue en ese momento en el que vio a alguien que le resultaba familiar, aquel pelo azul verdoso no era muy común. — ¡Hombre Eri, muy buenos días! ¿Cómo tu por aquí? — Preguntó el joven, en un tono de voz demasiado alto para el lugar en el que se encontraban, y se acercó a su compañera de villa.
Uno de los criados de la familia Haiso entró por la puerta, dispuesto a despertar a Riko, y cuando entró, se llevó una gran sorpresa.
— Señorito, ha madrugado usted mucho esta mañana, ¿quiere que le prepare el desayuno?
Riko se volvió para mirar al hombre de mediana edad que se situaba en el umbral de la puerta, esperando a que el joven le diera una respuesta para marcharse a hacer sus quehaceres.
— Sí, gracias, ahora mismo bajo. — Sonrió el muchacho.
Rápidamente el criado salió de la habitación, y en ese mismo momento, el rastas comenzó a preparar sus cosas, se vistió y cuando tuvo todo listo, cogió su abrigo y salió de la habitación, en dirección a la salita, donde le esperaba un plato con bollitos, de estos que se hacen sin huevo para personas con su problema, y una taza de chocolate caliente, que, con el tiempo que hacía, apetecía en exceso.
Cuando terminó, el joven se enfundó su abrigo, se abrochó y rápidamente salió de la casa, en dirección a su destino. Riko estaba completamente sumido en sus pensamientos, por lo que el viaje se le hizo demasiado corto, cuando quiso darse cuenta estaba cruzando el puente que daba paso al edificio.
— Buenos días. — Saludó el joven al entrar al edificio, y rápidamente miró a su alrededor para ver donde podía sentarse a esperar, y fue en ese momento en el que vio a alguien que le resultaba familiar, aquel pelo azul verdoso no era muy común. — ¡Hombre Eri, muy buenos días! ¿Cómo tu por aquí? — Preguntó el joven, en un tono de voz demasiado alto para el lugar en el que se encontraban, y se acercó a su compañera de villa.
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