27/10/2016, 17:22
(Última modificación: 27/10/2016, 20:40 por Uchiha Akame.)
El lugareño elegido por Datsue para satisfacer su curiosidad fue nada más y nada menos que aquel pescador que les había indicado con anterioridad dónde estaba la casa del alguacil. Después de ver semejante espectáculo, el tipo no pudo más que fruncir el ceño para mostrar toda la desconfianza de la que fue capaz.
—¿Y pa' qué quieres saber eso, mozo? ¿Eh'que le vas a ir a faltar al respeto tamié?
Datsue pudo darse cuenta entonces de que no sólo aquel fornido pescador le estaba mirando con malos ojos; la mayoría de los curiosos que se habían acercado, atraídos por la discusión, arrugaban el ceño y fruncían los labios en señal de desaprobación. Bayushi Hisagi era allí una autoridad, pero también la única persona que les protegía de un mundo peligroso —y eso, en un pueblo fronterizo y pequeño como Kawabe, era mucho decir—. Ellos acababan de insultarle públicamente... No iba a ser fácil volver a ganarse la confianza de los autóctonos.
Por su parte, Karamaru respondió al desafío del alguacil con una actitud imprudente. «Por calificarla de alguna manera... ¿¡Qué diablos le pasa a este tipo!?». Pese a que su rostro, calmo e inmutable, no daba señales de ello, Akame estaba empezando a desesperarse bastante con la beligerante actitud de su improvisado compañero. Con cada palabra que el de Ame soltaba por la boca, Hisagi se ponía más y más rojo, y al terminar, el Uchiha pudo jurar que había visto resplandecer un momento el acero de su espada al ser desenvainado.
«Se acabó».
Se acercó a Karamaru, metió la mano en su portaobjetos y...
¡CLONK!
... dejó seco al calvo con un sonoro golpetazo, estampándole la anilla de acero de su kunai directamente contra la cabeza, en un punto intermedio entre la nuca y el inicio del cráneo.
Cuando el de Amegakure volviese en sí, notaría la brisa fresca y húmeda del río acariciándole el rostro. Se encontraría tendido sobre la hierba suave de la ribera, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol y un moratón en la parte trasera del cráneo. Junto a él tenía una pequeña cesta con un par de bolas de arroz, y un recipiente de madera con agua fresca y limpia.
Akame descansaba sentado en la orilla del río, remojándose los pies que todavía le dolían de la caminata. No llevaba su capa, que yacía sobre la hierba, perfectamente doblada, pero sí su bandana —anudada en torno al brazo derecho— y su portaobjetos, en la cintura. Bebía té a sorbos de una taza de madera, y silbaba una cancioncilla popular del País del Viento para pasar el rato.
Se había llevado a Karamaru después de mandarlo a dormir entre disculpas y frases corteses. Ni siquiera se había parado a ver si Datsue le seguía o no.
«Espero que esto haya servido de algo... Ahora sólo queda esperar a que se calmen los ánimos en el pueblo. Maldición, Datsue-kun, ¡menos mal que me dijiste que este amegakureño era un buen shinobi!».
—¿Y pa' qué quieres saber eso, mozo? ¿Eh'que le vas a ir a faltar al respeto tamié?
Datsue pudo darse cuenta entonces de que no sólo aquel fornido pescador le estaba mirando con malos ojos; la mayoría de los curiosos que se habían acercado, atraídos por la discusión, arrugaban el ceño y fruncían los labios en señal de desaprobación. Bayushi Hisagi era allí una autoridad, pero también la única persona que les protegía de un mundo peligroso —y eso, en un pueblo fronterizo y pequeño como Kawabe, era mucho decir—. Ellos acababan de insultarle públicamente... No iba a ser fácil volver a ganarse la confianza de los autóctonos.
Por su parte, Karamaru respondió al desafío del alguacil con una actitud imprudente. «Por calificarla de alguna manera... ¿¡Qué diablos le pasa a este tipo!?». Pese a que su rostro, calmo e inmutable, no daba señales de ello, Akame estaba empezando a desesperarse bastante con la beligerante actitud de su improvisado compañero. Con cada palabra que el de Ame soltaba por la boca, Hisagi se ponía más y más rojo, y al terminar, el Uchiha pudo jurar que había visto resplandecer un momento el acero de su espada al ser desenvainado.
«Se acabó».
Se acercó a Karamaru, metió la mano en su portaobjetos y...
¡CLONK!
... dejó seco al calvo con un sonoro golpetazo, estampándole la anilla de acero de su kunai directamente contra la cabeza, en un punto intermedio entre la nuca y el inicio del cráneo.
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Cuando el de Amegakure volviese en sí, notaría la brisa fresca y húmeda del río acariciándole el rostro. Se encontraría tendido sobre la hierba suave de la ribera, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol y un moratón en la parte trasera del cráneo. Junto a él tenía una pequeña cesta con un par de bolas de arroz, y un recipiente de madera con agua fresca y limpia.
Akame descansaba sentado en la orilla del río, remojándose los pies que todavía le dolían de la caminata. No llevaba su capa, que yacía sobre la hierba, perfectamente doblada, pero sí su bandana —anudada en torno al brazo derecho— y su portaobjetos, en la cintura. Bebía té a sorbos de una taza de madera, y silbaba una cancioncilla popular del País del Viento para pasar el rato.
Se había llevado a Karamaru después de mandarlo a dormir entre disculpas y frases corteses. Ni siquiera se había parado a ver si Datsue le seguía o no.
«Espero que esto haya servido de algo... Ahora sólo queda esperar a que se calmen los ánimos en el pueblo. Maldición, Datsue-kun, ¡menos mal que me dijiste que este amegakureño era un buen shinobi!».